Libertad Leblanc
UNA ESTRELLA EN EL CIELO
Fue el estandarte del erotismo en la pantalla. Un volcán en erupción. Para muchos la gran rival de la «Coca» Sarli. Aunque a decir verdad, fueron muy distintas desde todo punto de vista. Repleta de fama debido a sus películas, llegaba de vez en cuando a Montevideo con la finalidad de promover sus tan mentadas y osadas obras. Cuando se encontraba con los periodistas en las conferencias, mientras les narraba los entretelones de su vida, invitaba a los fotógrafos presentes a que le tomaran instantáneas en la intimidad de su habitación en el hotel donde se alojaba, mostrándose por largo rato, prácticamente como dios la trajo al mundo, haciendo el verdadero deleite a la visual de los felices hombres de la cámara. Le atraía que la recibieran como a una reina, si había alfombra roja mejor, exigiéndoles por escrito en el contrato a los empresarios de cada país que se la gastaran en pompa y glamour y que las letras de su nombre aparecieron en lo más alto de las marquesinas. Por demás inteligente y audaz para manejar su carrera, Libertad Leblanc se hizo llamar “La Diosa Blanca”, y el pasado jueves 29 de abril dejó de existir en su casa de Buenos Aires, a los 83 años, luego de atravesar varios meses con importantes problemas de salud.

IMAGEN DE FEMME FATALE
El 24 de febrero de 1938, en Guardia Mitre, Río Negro, Argentina, irrumpió en éste mundo, siendo apuntada en el registro como Libertad María de los Angeles Vicich Blanco. El destino quiso que su padre muriera administrando varios campos en un hecho policial que nunca se esclareció, cuando ella se aproximaba a su primer año de existencia. De inmediato la internaron –no se sabe quién- en un colegio de monjas de Trelew, atravesando su infancia por etapas difíciles de soledad, aprendiendo a leer y escribir en el mismo establecimiento, fugándose durante horas cada fin de semana para ir al cine a ver las añejas cintas del actor Pedro López Lagar como protagonista. Ya adolescente, aburrida de lo que la rodeaba, conoce al director y representante teatral Leonardo Barujel y como deseaba renovar aires, para tener otras comodidades decide casarse con él. En esas condicionantes la pareja no duró demasiado, tan solo dos años, pero quedó como fruto de esa unión, una hija llamada Leonor. Posteriormente se avecinaron tiempos de inestabilidad económica, sola y con una niña a cuestas llegó a vender múltiples efectos personales para tratar de sobrevivir. No sabiendo que hacer para subsistir, creyendo en su escultural figura, se le ocurrió viajar a Caracas donde se realizaba un festival de cinematografía para mostrar sus atributos personales, léase: rostro, busto, silueta y más… Pero ella no era nadie todavía, solamente quería llamar la atención de los productores que se darían cita allí. Y vaya si lo consiguió, en breve rodaría su primer filme como estrella estelar, provocativamente desnuda en escenas memorables. En 1962, el estreno de “La flor del Irupé” -Héctor Pellegrini y Alberto Barcel- la mostró en sus 23 jóvenes años con su imagen de mujer completa, livianita de ropas, alimentando fantasías eróticas con sus extensos cabellos dorados, sus labios remarcados en color rojo y su piel notoriamente clara, cuidada extremadamente, que jamás expuso al sol, según su propia versión. A partir de éste momento, quedarían atrás viejas tristezas, registrando durante años y años los momentos más apasionantes en el celuloide, con taquillas desbordantes que apilaron fortunas. Paralelamente, se convertía en una mujer fatal, por escándalos paralelos a sus desempeños en el set y ante las luces.

GENEROSA PARA LUCIRSE EN PRIVADO
Libertad Leblanc, también deseaba ser un objeto sexual, generosa de lucirse en privado, en cada proyecto que iniciaba profesionalmente. Alcanzó la gloria con una sucesión de títulos que la catapultaron como actriz de destape, no por condiciones actorales; por otra parte al nutrido público masculino que concurría a las salas en malón poco le importaba eso, quería apreciar lo que ella tan bien solía mostrar. En las aglomeradas funciones se fueron proyectando sucesivamente, una tras otra, sus infartantes piezas: “Testigo para un crimen» en 1963, “Acosada”, “Fuego en la sangre”, y “María M.”,1964, “Una mujer sin precio”, 1965, “La cómplice”, y “La Venus maldita”, 1966, “La perra”, “La culpa” (de Kurt Land), “Cautiva en la selva”, y “Cuando los hombres hablan de mujeres” -Luis Sandrini, Jorge Salcedo- 1967,“Psexoanálisis”, “El derecho de gozar”, y “La casa de Madame Lulú”,1968, “Deliciosamente amoral»,1969, “Olga, la hija de aquella princesa rusa”, 1972 y “Furia en la isla”, 1976. Antes de llegar a la cúspide, participó en “El primer beso”, 1958, “El bote, el río y la gente”, y “La procesión”, todas realizadas en 1960, de escasa resonancia.

LIBRO DE SECRETOS INTIMOS EN SUIZA
Entre su gigantesca legión de fervientes admiradores se encuentra el tenor Plácido Domingo, con quien tuvo un apasionado romance. Hubieron otros conocidos y no tanto, que figuran en su libro espiritual de cabecera que guardaba en un lugar privado entre las casas que posee en Suiza, España y la vecina orilla.

Hace décadas hizo teatro de revistas con un elenco que ella misma formó, pero no pasó mucho y se había retirado de todo lo artístico, dedicándose a viajar por el mundo con la finalidad de conocer otras culturas de la gente, hasta que su salud fue empeorando. En los tiempos que filmaba sus largo-metrajes se proyectaban en salas condicionadas como Cine Luxor o Hindú de Montevideo -hoy aparecen completas por tv cable- y los afiches se exhibían internamente nunca con vista a la calle -ahora muestran de todo- Libertad siempre fue perseguida por la lupa de la censura, destrozando los actos del celuloide, donde aparecía aquella rubia rebelde y atrevida, que jamás olvidaremos. Juanjo Alberti. Más allá de la nostalgia.
