CULTURA

Juan C. Ferreira y el Pepe Guerra: Una nota del año 2006

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Transcurría el año 2006, cuando el arquitecto salteño Juan Carlos Ferreira, frecuente colaborador de esta página de EL PUEBLO, realizó una nota con Pepe Guerra, que se publicó en el ya desaparecido diario La República de Salto. En estos días en que muchos lloran la partida del gran cantor popular, al tiempo que su imagen se ha metido un poco más entre nosotros, parece oportuno compartirla. Se titula “Una voz en la noche”, y es la siguiente:

UNA VOZ EN LA NOCHE

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Qué Capria ni Tejera. Como contaría Don Verídico, magia, lo que se dice magia mismo, es la que hubo el sábado en la Expo. Fuimos a escuchar al Pepe y de ser posible, a saludarlo y sacarnos una foto con él. No era fácil llegar hasta donde estaba pues debíamos atravesar un terreno difícil, con camionetas, cables, equipos de amplificación y admiradores que buscan tener una foto (siempre hay pesados…). Como estábamos en un entorno campero solamente podíamos lograrlo con la ayuda de un baqueano. Y éste no podía ser otro que el Bocha. (Pelusa le llama Carlos pero desde Barrio Artigas a Villa Maguey se le conoce así: ni el apellido.)

La primera vez que escuché a Pepe fue en un disco de vinilo, 33 r.p.m., de los chicos: nacían Los Olimareños y lo hacían con humor, describiendo el baile de campaña con el franela aprovechando la bolada para convidar a la nena con vermouth. Después el gran momento: comprar un long play, pero pasamos a la tristeza por la niña de Guatemala, la que se murió de amor y también por la miseria del botellero, aquel hombre que era un montón de andrajos.

En otro 33 r.p.m. Pepe y Braulio nos dejaron los versos de Carlos Puebla para recordar y homenajear al guerrillero que el imperio y sus cipayos ejecutaron a sangre fría, herido e indefenso en una escuelita boliviana. La querida presencia nos acompaña desde entonces en actos y guitarreadas o en la intimidad del hogar, donde una foto irradia la luz de su sonrisa, de su entrañable transparencia. En casettes grabados clandestinamente durante la dictadura supimos del sufrimiento del exilio en tierras extrañas, sintiendo al Olimar que pasa y a las voces y miradas tan queridas. Añoranzas del boliche y los asados… Bilbao, Manuel, el Laucha. En el paisito se resistía de una forma u otra mientras Juan M. Bordaberry (el padre de Pedro) y sus cómplices avasallaban las leyes y en Argentina el plan Cóndor torturaba y mataba al Toba y a Zelmar (el padre de Rafael).

Separados Los Olimareños, cada uno tomó su camino y su guitarra. Pepe, su vieja viola:

Es que la gola se va
y la fama es puro cuento
andando mal y sin vento
todo todo se acabó…
pero estás vos viola mía
hasta que me vaya yo…

(Tu gola no se va y tu fama no es cuento, mirá los argentinos que cruzaron el río sólo para verte.)

La noche de magia tuvo de todo: escenas surrealistas (jinetes que probaban sus caballos en la pista a la luz de la luna), gente joven bailando al ritmo de las guitarras eléctricas, el acordeón, las tumbadoras y la batería, el clásico bailarín solitario (¡pero contento!), dos espectadores entusiastas y bien adobaditos que hacían sus pedidos: un tape (“Pepe, Orejano, Pepe”) y un flaco alto (“Pepe, Cielo de los… Cielo de los… ¿cómo es que se llaman estos?”).

Lo cierto es que gracias al baqueano nos sacamos la foto. De yapa, diez minutos de conversación para recordar una actuación en el Larrañaga a beneficio de la APAL del liceo Grompone, preguntar por el origen de una canción (No te olvides) y compartir alegrías íntimas: la hija mayor le dio el primer nieto (no se olvidó, viste). Una confesión divertida: el hijo casi quinceañero escucha sobre todo a La vela puerca y No te va gustar: Y el Pepe con expresión pícara, todo juventud y humor: “¡Pero bien eh!, son todos amigos míos.”

Este hombre es un mito y lo sabe, pero desconoce la vanidad. Además es transparente, el Hipódromo lo vio feliz en esa noche galponera que él mismo hizo mágica, irrepetible con la brisa que le traía olor a monte.

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