A las 19 horas de hoy, el Gran Hotel Concordia será escenario de la presentación del libro “Palabras al blanco”, que llega desde el sur. Se trata de un libro colectivo, del que participan integrantes del taller literario Mag Alé, de Canelones, orientado por Magdalena Zabalegui (correctora de estilo y editora) y Alejandra Bonilla (escritora). Entre los autores hay dos salteñas: Wilma Lucas y Martina Palomo adelanto para EL PUEBLO, las responsables del taller han hecho llegar las palabras de Introducción y algunos textos.
Introducción:Plantearse escribir un libro es una idea que todos alguna vez soñamos, pero hacerla realidad es una tarea distinta que a veces genera algo de temor. ¿Temor? ¿a qué? A mostrar aquello que salió del interior de cada autor, a no sentirse satisfecho con el trabajo realizado, a exponerse ante aquellos que no conocen nuestra faceta de escritor. En fin, muchos temores. Pero este grupo de siete escritores ha decidido enfrentar ese temor y presentar algunas de sus obras.
Wilma, Santiago, Narda, Marisabel, Martina, Juan y Ana trabajaron intensamente durante todo el año 2023, se dejaron desafiar por las propuestas planteadas, se incomodaron con algunos géneros, descubrieron que cada uno tiene un escritor oculto y lo más importante de todo es que tienen ganas de compartir contigo una parte de lo que escribieron (hay mucho más).
Como facilitadoras del taller estamos agradecidas con ellos por darse el permiso de crear libremente, por aceptar nuestras iniciativas y querer dar siempre un paso más. Ese heterogéneo grupo de escritores es el que presenta esta obra; entre los que podemos conocer a alguien que nos enviaba sus trabajos desde Salto o a una joven amante de la poesía que nos veía a través de su celular desde Punta Negra, a una dama con una capacidad de observación admirable que transitó un difícil momento de salud sin dejar de participar o un señor de pocas palabras que viajaba kilómetros en ómnibus quincenalmente con el propósito de asistir al taller, también están los lugareños: una señora de amplia sonrisa a quien le gusta trabajar en silencio o un alto caballero que habla poco pero que con su pluma nos convence de que estamos allí donde él narra sus historias, sin olvidar, por supuesto, a una dulce señora que luego de una dolorosa pérdida sorprende con sus reflexiones que dejan siempre algo para pensar. Esperamos que disfrutes este libro, que fueron letras cayendo en hojas vacías tomando forma y color. Cada uno de los colores está asociado a una idea, una emoción y se van uniendo para formar un arcoíris de palabras, de historias, de poemas, en fin, de vida.
Alejandra y Magdalena
Avíseme cuando se venga a quedar
-de Marisabel S.-
Otra historia…
Y sólo queda como otra historia.
Te soñé con los ojos abiertos,
por miedo a que te fueras,
pero el final es siempre el mismo.
La próxima…
te soñaré con los ojos cerrados;
y, ¡por favor,
cambiemos el final!
Que haya tiempo…
después de tu llegada.
La vida nos apura,
tú tienes prisa,
yo tengo miedo.
Tu prisa y mi miedo
conspiran a que te vayas,
antes de llegar.
Despertando
-de Anette-
Una hermosa mañana de otoño comienza las actividades cotidianas: desayuna en su estar contemplando las hojas caídas que forman una mullida alfombra de colores cálidos; sale a hacer las compras y piensa cómo hacer para lograr su cometido, reflexiona mucho en poder incorporar en su diario vivir, y resuelve recurrir a la ferretería. —Señor, necesito que me muestre algunas cuerdas.
—Bien, señora.
—¿No tiene más gruesas? Porque la necesito para colgarme.
—¿Cómo, señora, para colgarse?
—Sí, para colgarme.
—Bueno, señora, no le voy a vender entonces nada. Yo no quiero ser cómplice de su locura.
—Señor, por favor, la necesito y usted no puede decirme que no puede venderme una cuerda.
—No, señora, usted acaba de decirme que se va a colgar.
—Sí, claro. Le muestro las fotos. Necesito la cuerda para hacer ejercicios de yoga. Aquí le muestro.
Aliviado, el vendedor sonríe y con alegría la señora consiguió que le vendiera la cuerda.
Plumas
-de Capagorry Dornbusch-
José se levantó de su lugar en la mesa y recorrió con la mirada el desastre que su humor había dejado: vasos derramados, platos de comida sin terminar y botellas vacías.
Por el horizonte pálido de su mirada — teñida de ira —recordó a los comensales que fueron huyendo silenciosos y sin hacer sonar los motivos que todos conocían.
Lucía se levantó y tomó su bolso, lo cerró furiosamente, como si con ese gesto pudiera salvar dentro de la cartera los recuerdos felices del día en el que festejaron sus 15 años. Esos que el padre acababa de arrugar con su mano repleta de miedo a que descubrieran su inseguridad (por la falta de los regalos que hubiera deseado entregar, pero que su bolsillo no lograba financiar). Había desarmado los momentos felices de aquella humilde fiesta: recordó y subestimó los pocos regalos recibidos, se burló de las amigas y humilló las capacidades varoniles de sus pocos pretendientes.
Detrás de Lucía salieron los sobrinos por parte de Manuela, que habían llegado tan obligados como malhumorados.
Pedro se quedó un rato más pero cuando José insultó los sueños que movían sus días, se bebió de un solo sorbo lo que quedaba en el vaso de vino y familia. Lo golpeó sobre la mesa, con la violencia que solo el silencio otorga y se retiró junto a su típica buena onda y alegría.
En ese momento, mientras recordaba la silueta de su hija Manuela abandonando para siempre el hogar paterno incapaz de aceptar a su esposa, José sintió que una lágrima se insinuaba. La enjuagó con la sombra de María, su hermana, aún presente. Ella fue la única que, antes de vaciar por completo su tarde, le gritó las verdades que con tanto trabajo mantenía ocultas:
— Volvé a invitarnos, sólo cuando quieras estar con nosotros.
Las palabras retumbaron en su pequeña y descuidada caja de recuerdos felices, sacudiendo la modorra en la que José quería sestear la soledad de su vida.
Entonces (y por fin decidido), José cerró sus ojos por todo el tiempo que fuera necesario para que todo se oscureciera. Para siempre.
Yo y todas ellas
-de Wilma Lucas-
Cada mañana al levantarme me encaro a la mujer que soy, me enfrento a un día más de vida y encuentro mi rostro somnoliento reflejado en el espejo.
El mismo espejo, el de hace años, en el que me he visto con varias mujeres, porque en todas ellas estoy yo, soy yo.
Un día me di cuenta de mi continua transformación, que puede quedar en una o varias viejas fotos, pero el espejo ha sido más fiel porque ha ido viendo el paso a paso.
Ayer veía una niña, aquella primera hija, rubia, muy mimada y con toda la inocencia que la vida me permitía.
Casi sin darme cuenta me fui convirtiendo en adolescente y los cambios también se fueron quedando en el corazón del espejo.
Día tras día, año tras año, pasó el tiempo.
Hoy, mujer adulta, me sigo viendo en el mismo espejo y me pregunto dónde quedaron todas ellas.
Casi sin pensarlo, abro esa puerta espejo como queriendo encontrar a alguna de ellas, pero solo encuentro un botiquín.
Porque todas ellas están guardadas en mí, porque esta soy yo con todas ellas.
Con ellas vivo jugando una carrera a la vida poblada de recuerdos; viviendo intensamente cada momento.
Porque amo lo que fui, lo que soy y lo que puedo llegar a ser. «Gracias a la vida que me ha dado tanto.»
Rosario
-de Santiago González-
Era la noche del 25 de octubre de unos años atrás, una fecha muy especial para mí.
Recuerdo a dos niños jugando en el fondo de una casa antigua del viejo barrio Pocitos, caía el sol por detrás de los árboles linderos con el baldío, una dulce brisa transportaba hojas amarillentas.
Arrodillados en la tierra húmeda los dos hermanos construían montañas y valles, imaginaban castillos en esos lejanos lugares. Las rodillas negras de barro, los dedos mugrientos y húmedos, las risas y los gritos.
Pasaron los años y cada 25 de octubre, el olor a tierra, el rumor de las hojas de los árboles, el sol que se muere cada día los acercaba, por más que estuvieran a muchos kilómetros de distancia.
Esa noche volví al barrio después de mucho tiempo, la casa ya no estaba y en su lugar había una tienda de electrodomésticos, los árboles sucumbieron a la fiereza de hachas y sierras, la hermosa tierra negra desapareció invadida por el cemento.
Mi hermana también se había ido.
Crac
-de Martina Plada-
Crac. Romperse es horrible, pero la verdadera pregunta, ¿alguna vez estuvo sano?
Creo que nadie estuvo totalmente sano, siempre estuvimos un poco, mínimamente rotos.
Pero cuando te rompes en totalidad no solo tienes que arreglar lo roto sino soldar lo destruido con anterioridad. Reparar cada mínima parte de las piezas, juntar cada pedacito y crear una nueva parte.
Pero, aunque lo intentes reemplazar con una prótesis, siempre quedará algo roto en algún lado.
Pero ¿quién quiere algo totalmente nuevo?
Porque si quieres lo que ha sido arreglado significa que tuvo el dolor, la paciencia, y la fuerza para ser arreglada nuevamente.
Ya que el crac de romperse es solo el inicio para repararse.
El cabello
-de Narda Torres-
Me vi despojada de él
por un tema de salud y sanación.
De mi cabellera canosa y abundante
hoy quedó una pelusa suave
como la cabeza de un bebé.
Pasé a ser una vidriera en exposición
porque se nota su ausencia.
Lo protejo con gorros y pañuelos por la sensibilidad.
En las mañanas y las noches
lo acaricio, le hablo,
lo peino suavemente
como la varita mágica de un hada madrina.
Le digo:
—Esto fue necesario,
resurgirás con más fuerza
como el ave fénix.
