Alberto Peña – Asunción, 22 oct (EFE).- Los hijos de hasta cuatro años de una treintena de mujeres presas en la cárcel de El buen pastor crecen en un predio especial por su condición de niños, pero que no oculta la realidad que existe tras los muros de este presidio femenino en mitad de Asunción.
Los barrotes de esta cárcel capitalina esconden una existencia paralela maquillada con paredes de colores, un par de columpios y algunos juguetes entre los que se escuchan gritos y risas infantiles de los pequeños que corretean despreocupados por el patio.
En este recinto de unos 300 metros cuadrados, 30 mujeres ven crecer a sus respectivos retoños, un total de 34 de los que el 80 % nacieron entre rejas.
Desde hace cuatro años la prisión dispone para ellas y sus pequeños de un espacio acotado donde viven con mejores calidades que el resto de las 481 mujeres que componen el total de reas de la penitenciaría.
La directora de la escuela infantil de la prisión, Luz María Aranda, explicó a Efe que «todas las mujeres pueden acceder independientemente de los delitos» y que el único requisito es «tener hijos».
En principio, cada presa puede tener a su cargo un niño, aunque la norma no es estricta, pero el aforo es limitado y hay reclusas en la parte general del presidio que están embarazadas y pronto tendrán que tomar la plaza de otra mamá cuyo hijo haya cumplido cuatro años, edad con la que tienen que salir.
»Una vez que el niño ya no esté se le tiene que buscar otro espacio y tiene que dejar espacio para otras madres. Afuera lo están esperando otras (…) Tienen que buscarle una familia acogedora o un familiar cercano que ellas decidan», señaló Aranda.
Ella conoce de buena mano lo que supone que un niño pase sus primeros años de vida en esta realidad paralela: «sabemos que los primeros 1.000 días está la alimentación y que el 80 % de la neuronas se desarrollan en esa etapa».
Desde Unicef indicaron a Efe que ese tramo de la vida de un niño es esencial para su desarrollo y su futuro y que, pese a que una cárcel no es lugar adecuado para criar a un niño, es un mal menor teniendo en cuenta la importancia de que estén junto a sus madres.
»Es muy importante que esté con su mamá. No es igual al niño que está fuera con su madre también, lo vemos con la experiencia. Cuando son chicos no se dan cuenta que este es el mundo en que nacieron, pero cuando conocen la parte exterior y salen a visitar a sus tíos, porque hay algunos que salen, entonces algunos no quieren regresar», dijo Aranda.
Agregó que desde la escuela se han percatado de que los retoños crecen con ciertas deficiencias en su socialización y conocimientos por la escasez de experiencias más allá de los barrotes.
»Los niños tenían miedo de una sirena. Pasaba un avión y corrían todos desesperados llorando. Empezamos a enseñarles qué es un avión, que eso no hace nada, o que cierto ruido es una ambulancia. Salíamos a mirar entre las rejas los autos y camiones que pasaban.
Hijos de mujeres presas crecen entre los barrotes de una cárcel en Paraguay
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