Cuesta todo.
Cuesta repasar las fotos.
Cuesta verlo, con esos seres queridos que ya no están.
Cuesta fijar la mirada en esa imagen del Ceibal Campeón en el 2022, levantando la copa con Fabio Rondán.
Cuesta rescatarlo como uno más en el laburo de todos los días.
Cuesta volver a descubrir su imagen entre la barra de los amigos.
Los amigos de la vida. Y los amigos del fútbol.
Cuesta recrear esa foto con su hermano fallecido tan solo unos días atrás.
Cuesta apelar a esas tomas gráficas de él… jugando. En la cancha que fuese, con la de Ceibal, con la del sentimiento.
Cuesta de verdad.
Cuesta y duele.
Duele demasiado. Duele en el corazón.
El corazón no entiende. El corazón no puede entender.
El corazón reclama algún tipo de explicación racional, que simplemente no encuentra.
La tragedia no entiende razones.
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Charly Cabrera fue jugador de fútbol. El fútbol que amó.
El fútbol que quiso jugar y el fútbol que jugó. ¡No hubo traición ningúna!
Porque además en la cancha, fue el de ese ida y vuelta. El de la dinámica que enriquece para ser técnico o ser combatiente, según la circunstancia del juego.
Pa’ servir además en la función que fuese. A Charly no le faltó generosidad y estricto sentido a favor del jugador solidario.
No le importó tanto el realce individual. Le importó el equipo. Ese producto final que el fútbol le fue reconociendo, a despecho de alguna desolación en la derrota o la más laureada recompensa germinando a la hora de ser campeón.
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Es cierto que Charly jugó en otros equipos. Pero fue cuestión ocasional.

Porque Charly fue Ceibal. Charly es Ceibal. No dejará de serlo, porque el olvido será vencido y la memoria no fallará. La memoria no se rinde.
La memoria en el tiempo también…es un acto de justicia.
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Fue un lunes doloroso. Un lunes de penas compartidas, asociadas, colectivas.
Hasta ese cielo que se puso a llorar, porque después de todo, ¿cómo no entender que la penumbra nos envolvió un poco a todos o a tantos de los que somos parte de la vida y el fútbol?
¿No es cierto acaso, que la muerte de un jugador de fútbol a veces golpea o impacta de una manera especial, sobre todo en circunstancias como estas?
Y no se trata de establecer paralelos…pero es así.

¿O no nos sucedió aquella vez de 20 años atrás, cuando un siniestro maldito ahogó los sueños de Sergio «Cabeza» Ferreira, Juan Pablo Pintos, Christian «Tito» Pérez y Hugo Ariel Bordenave, a tan solo pocos metros del Parque Dickinson donde tantas veces jugaron?
El fallecimiento de Charly acentúa la herida abierta. ¿Cómo hacer entre todos o entre tantos, para que no duela tanto? ¿Para qué no conmueva tanto? ¿Por dónde pasa la resignación? ¿Por dónde? ¿Cuáles son las razones del corazón, que la razón no entiende?
Ocurre que cuesta mucho. Cuesta de verdad.
Charly lo está sabiendo. Y nosotros también.
-ELEAZAR JOSÉ SILVA-