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domingo, 29 de junio de 2025
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Griselda Jaluf: su cruzada por Bolivia y Perú

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Diario EL PUEBLO digital
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La viajera argentina volvió a desafiar sus propios límites, cruzando sola la Ruta de la Muerte en Bolivia y explorando la costa del Pacífico y Cusco, en un viaje cargado de historia, reflexión y emoción.


La mujer que cruzó sola la Ruta de la Muerte
Hace casi un año tuvimos la oportunidad de conocer a esta joven señora, nacida en la provincia de Entre Ríos, que nos compartió su gran travesía a caballo por la cordillera de los Andes. Aquella aventura, desafiante y conmovedora, parecía el punto cúlmine en la vida de esta viajera incansable, que de tanto en tanto visita nuestra ciudad.
Pero nos quedamos cortos en nuestro pensamiento. Griselda demostró, una vez más, que siempre hay una meta más por alcanzar. Hace unos meses, recorrió la costa del Pacífico y, como si fuera poco, entró a Bolivia para enfrentar un desafío con doble mérito: transitar por la temida Ruta de la Muerte y hacerlo sola, a bordo de su vehículo particular y sin acompañante.
Épico e inigualable para Griselda.
“Mi mayor placer, mi mayor orgullo, única e inigualable. Puedo decirlo con toda emoción: lo logré sola. Siempre la montaña será mi gran pasión.
Ruta de la Muerte, llamada así por cobrarse 300 vidas al año. Hoy solo habilitada para motos y bicicletas, atrae a aventureros de distintas partes del mundo, teniendo el puesto número 5 del mundo entre las rutas más peligrosas. La circulación de vehículos es bajo responsabilidad de quien conduce. En sus 90 km no crucé a ninguno, pero nunca me sentí sola. Fuimos cuatro: la montaña, la música, la ‘Gris Rata’ (mi camioneta Toyota Hilux) y yo. Y fue lo único que necesitaba”.


Un mensaje directo para los aventureros
Muchos ven pasar los años sin animarse a salir de la rutina o emprender un viaje hacia destinos fuera de lo común. A ellos, Griselda les deja esta profunda reflexión:
“Somos los que dejamos la protección y la seguridad de las cuatro paredes.
Somos los que nos acostumbramos a la ausencia del control remoto, la llave de la luz, la del agua… A la ausencia de la zona de confort.
Porque la seguridad y el control están en nosotros mismos.
Tenemos lo más grandioso del universo: la luz del sol y de la luna, el agua de una cascada, el confort de pisar la arena o el pasto con los pies descalzos.
Somos los que muchas veces estamos solos, y muchas otras no tan solos.
Somos los que trepamos pisando fuerte, y a como dé lugar, para llegar a la cúspide… pero de una montaña.
Aprendimos a no amarrarnos ni amarrar. A soltar amigos: los que quedan y los que siguen por rutas diferentes y tal vez no volvamos a ver.
Somos los que lloramos en las despedidas, pero levantamos los brazos bien alto hasta que se convierten en un punto lejano.
Somos los que dejamos familias, pero las llevamos donde verdaderamente tienen que estar: en nuestro corazón.
Somos los que aprendimos a soltar todo, y no nos cuesta, porque sabemos que nada nos vamos a llevar.
Somos los que tenemos los ojos desbordados de paisajes, el alma repleta de vivencias, el corazón ensanchado de tanto amor recibido en el camino.
Somos los que aprendimos, los que entendimos.
Somos libres de estructuras y mandatos.
Somos fuertes como una roca y frágiles como una flor…
¡Somos viajeros!”

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La ruta del Pacífico: un lugar inigualable
“Así como hoy los trenes, aviones y ómnibus conectan las ciudades, en tiempos de los incas, los corredores indígenas o chasquis comunicaban el Tahuantinsuyo —nombre con el que era conocido el imperio.
Los residentes actuales rememoran esos días de gloria y llaman a la ciudad ‘Qosqo’, que es la pronunciación más cercana al nombre original inca. Para ellos, Qosqo significaba ‘Ombligo del mundo’ y creían que su ciudad era la fuente de la vida.
En su apogeo, era una ciudad con sofisticados sistemas de agua y calles pavimentadas, donde no existía la pobreza.
El Cusco me recibió —y me despidió— con tres movimientos sísmicos en seis días. La tierra habló. Se hizo sentir por primera vez a las 5:11 de la mañana. Me quedé quieta en la cama, sin saber qué hacer.”


Las salineras de Maras
“Cada poza de sal es mantenida y operada por miembros de la comunidad local. Existe un sistema de propiedad y herencia que permite a las familias beneficiarse del trabajo.
Esta tradición no solo es un ejemplo de aprovechamiento sostenible de los recursos naturales, sino también una técnica de producción ancestral, transmitida de generación en generación.
Las pozas deben ser trabajadas de manera responsable, bajo normas preestablecidas: quien no lo haga así, puede ser expulsado.
Como siempre, las fotos no muestran su inmensidad.”

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La Ruta de la Muerte y su historia
“Parte de esta carretera fue construida con mano de obra de prisioneros paraguayos, durante la Guerra del Chaco en la década de 1930.
Fue una de las pocas rutas que conectaban la selva amazónica del Norte boliviano con la ciudad de La Paz.
Sus pendientes pronunciadas, el ancho de un solo carril (a veces de apenas tres metros) y la falta de guardarraíles la volvieron extremadamente peligrosa.
Lluvias frecuentes, neblina espesa, piso embarrado y piedras sueltas hacían el resto.
El 24 de julio de 1983, un autobús se desbarrancó, precipitándose en un cañón y causando la muerte de más de 100 personas, en el peor siniestro vial de Bolivia.
A mediados de la década del 90, entre 200 y 300 conductores cayeron al vacío. La tasa era casi de una muerte por día.
En 2011, hubo 114 accidentes. Cuando comencé a transitarla pensé en cuántos seres humanos también habían iniciado ese camino… sin imaginar que sería su último día de vida.
Hoy, ya existe una ruta pavimentada paralela, y la original quedó solo para ciclistas, motociclistas y algunos vehículos de viajeros. Para mí, fue un gran desafío. Y mi despedida de Bolivia.”


Griselda Jaluf no busca premios ni aplausos. Busca rutas. Las más difíciles. Las más lejanas. Las que, al ser recorridas, dejan marcas imborrables. Como la huella de sus pasos sobre el barro de los Andes o la eternidad de su historia en cada montaña.

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