La semana pasada, concretamente el martes 18, se cumplió un año más de la muerte del gran poeta español Federico García Lorca.
Lo fusilaron –el mensajero que llevaba la orden de liberarlo llegó tarde- el 18 de agosto de 1936, cuando tenía 38 años de edad -había nacido en Fuente Vaqueros el 5 de junio de 1898-. La Guerra Civil española de aquel momento lo acusaba, según el historiador Ian Gibson, «de ser espía de los rusos, estar en contacto con estos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual». Bien podría agregarse quizás como argumento de los asesinos, su posición definitivamente anticlerical.
Durante mucho tiempo se pensó que los restos de Federico del Sagrado Corazón de Jesús García Lorca estaban en una fosa común, junto a los de varios otros asesinados, pero no. Sus restos mortales aún hoy no se sabe dónde están. Así que todo eso, el fatídico retraso del mensajero, el fusilamiento en el paredón y el misterio del paradero de sus restos, son los componentes de la última de las tragedias que, sin quererlo, nos legó.
Como lo hacemos habitualmente desde esta página cuando lo recordamos, vale apuntar que Salto –gracias a la iniciativa de su amigo Enrique Amorim- fue el primer lugar en el mundo que levantó un monumento en su memoria. Es el que está en la Piedra Alta (costanera sur) con la inscripción de los últimos versos de este poema conmovedor de Antonio Machado:
EL CRIMEN FUE EN GRANADA
-A Federico García Lorca-
I
El crimen
Se le vio, caminando entre fusiles
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle a la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico
—sangre en la frente y plomo en las entrañas—.
… Que fue en Granada el crimen
sabed —¡pobre Granada!—, ¡en su Granada!…
II
El poeta y la muerte
Se le vio caminar solo con Ella,
sin miedo a su guadaña.
—Ya el sol en torre y torre; los martillos
en yunque, yunque y yunque de las fraguas—.
Hablaba Federico,
requebrando a la Muerte. Ella escuchaba.
«Porque ayer en mi verso, compañera,
sonaba el eco de tus secas palmas,
y diste el hielo a mi cantar, y el filo
a mi tragedia de tu hoz de plata,
te cantaré la carne que no tienes,
los ojos que te faltan,
tus cabellos que el viento sacudía,
los rojos labios donde te besaban…
Hoy como ayer, gitana, muerte mía,
qué bien contigo a solas,
por estos aires de Granada, ¡mi Granada!»
III
Se les vio caminar…
Labrad, amigos,
de piedra y sueño, en el Alhambra,
un túmulo al poeta,
sobre una fuente donde llore el agua,
y eternamente diga:
el crimen fue en Granada, ¡en su Granada!
