Adiós a Sócrates, “el Che Guevara del fútbol”
Vino al mundo en Belem, como si fuera otro mesías, y falleció a los 57 años víctima de una infección intestinal de origen bacteriano favorecida por muchos años de alcohol. Tenía un nombre inolvidable, Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira; se licenció en medicina; alcanzaba el 1,90 de altura y apenas calzaba un 38 de pie. A esas menudas y magnéticas botas se pegaba el balón, que salía despedido hasta donde mandaba la vista, siempre alta, del genial futbolista que dirigió la orquesta de la selección brasileña en los Mundiales de 1982 y 1986. Emocionó con su juego y lo aprovechó, para ser voz de los desfavorecidos, de los oprimidos. Cuando en Brasil mandaban los militares, él saltaba al campo con camisetas y pancartas que abofeteaban a la dictadura: ‘Democracia ya’, ‘Elecciones directas ya’.
«Si la gente no tiene el poder de decir las cosas, entonces yo las digo por ellos», blandió como lema. No es el de los futbolistas famosos un gremio comprometido con el mundo en que viven. Son ricos, adulados, admirados. Flotan sobre las miserias ajenas. Sócrates decidió no ser así. Su padre era devoto de la Grecia clásica. Y repartió nombres filosóficos o reales entre sus hijos. A uno le puso Sófocles; a otro, Sóstenes… Y al que iba ser un centrocampista portentoso lo llamó Sócrates. Una declaración de intenciones. Cuando décadas después Sócrates tuvo un hijo, eligió llamarlo ‘Fidel’. Por Castro. Por la revolución. Admiraba al Che Guevara y tarareaba las canciones de Lennon.
El Corinthians democrático
La dictadura brasileña, ya en su ocaso en la década de los 80, usaba el fútbol como sedante. El Corinthians inició la revolución. Se convirtió en el único equipo del mundo donde cada decisión se votaba. Todos iguales. Se sometían a referéndum los fichajes y las alineaciones. Los jugadores se presentaban en el campo con pancartas reivindicativas: «Ganar o perder, pero siempre en democracia». A la cúpula militar le hervía la sangre. Y más cuando vieron ganar al Corinthians guiado por aquel larguirucho ‘Che Guevara’ que ejercía de arquitecto y mariscal sobre el césped. Jugó luego en la Fiorentina italiana, Flamengo, Santos, Botafogo. Lo dejó con 35 años. Ejerció de médico, fue pintor y músico. Le pudo el alcohol. Una cirrosis hepática hizo de él un viejo prematuro. Falleció ayer en Sao Paulo, en el Hospital Albert Einstein. Otro genio. «No hay que jugar para ganar, sino para que no te olviden». Un taconazo para siempre.