Bien podría decirse que son momentos que ayudan a que alcancemos (utilicemos un término propio de la Literatura) nuestra anagnórisis. Dice el diccionario que «la anagnórisis o agnición es un recurso narrativo que consiste en el descubrimiento por parte de un personaje de datos esenciales sobre su identidad, sus seres queridos o su entorno, ocultos para él hasta ese momento». Nosotros somos el personaje. Nosotros solemos descubrir a veces, inesperadamente o no, quiénes somos esencialmente, quiénes están a nuestro lado para contar con ellos y quiénes no, qué estamos haciendo sobre la tierra, si es en verdad lo que queremos hacer o no, qué hicimos y qué nos queda por hacer, si debemos seguir el camino en el que veníamos o empezar a trazar uno nuevo y distinto … Y para todas estas comprobaciones, las fiestas de fin de año, las tradicionales fiestas, Navidad y Año Nuevo, aparecen como un escenario ideal.¿Cómo estamos en este momento en Salto? ¿Qué tenemos y qué nos falta? ¿Con quienes contamos los salteños y con quiénes no? ¿Y si lo pensamos a un nivel más amplio: país, region….muy ampliosería si nos introdujéramos en un análisis pormenorizado de estas cuestiones.

pero podemos observar algunas cosas, detenernos en algunos puntos, seguir una línea de razonamiento hacia unas pocas direcciones.
Hemos pasado una Navidad donde otra vez, en Salto (en el mundo todo, claro, pero hablemos ahora de lo cercano) hubo gente que no pudo disfrutar de un plato de comida con su familia. Ni que hablar que hubo muchísimos niños a los que Papá Noel no visitó, a pesar que le escribieron la cartita y le dejaron pasto y agua. Ahora bien … ¿Alguna vez no fue así? ¿Alguna vez no será así? Pero sucede que quienes nos resistimos a dejar de creer y de soñar, aquellos a los que no hay tecnologia que nos pueda borrar las utopías, seguimos pensando que mientras eso siga sucediendo, el mundo no está bien. Salto no está bien. No estamos bien.
Cuando en líneas anteriores nos preguntábamos si alguna vez fue diferente o si lo será algún día, lo hacíamos razonando que muchas veces se nos dijo que era una cuestión de políticos, de quiénes estuvieran en el gobierno. Pues permítame decirle, estimado lector, que si hay algo en lo que sí ya he dejado de creer es en que la clave para una sociedad mejor está en el gobierno

de turno. Claro que con el gobierno A se mejoró en eso, pero se empeoró en esto; y con el gobierno B se mejoró en esto otro, y se retrocedió en aquello; y con el C se tiró por la borda aquello otro que hizo el B, al tiempo que sí se mejoró en … y se mejoró … y se empeoró … y se avanzó … y se retrocedió… ¿Qué nos queda por probar? Y así vamos por la vida.
No queda otra. Tenemos que cambiar nosotros como ciudadanos. Tenemos que convencernos que es posible una sociedad solidaria, respetuosa, amable. Pero para ello, antes que esperar algo de un gobierno (lo que no implica no exigirle que cumpla sus obligaciones, porque al fin de cuentas está para servir), debemos ser cada uno de nosotros, cada día y aún en las acciones más pequeñas, un poco más solidarios, más respetuosos y más amables.
¿Sabe qué? Se me ocurre que en ser -al menos un poco- menos hipócritas, podría estar una clave para salir adelante. ¿Por qué aplaudir la «pobreza material» de Mujica como algo auténtico y condenar la cordialidad de Lacalle Pou de pasar la Navidad con quienes están en el Congo, como una falsa pose? ¿No podrá ser al revés? ¿Por qué por un lado encarnizarse con decir que el Antel Arena fue un despilfarro imperdonable, y por otro justificar los gastos de este gobierno en lanchas, aviones, cuadros, etc. como «cosas necesarias»? A veces aflora el recuerdo del gran Juceca con su humor a cuestas: «¡No hay criterio pa, nada, mi amigo!». ¿Quiere un ejemplo más? Acá va: ¿por qué criticar que Laca lle Pou se puso vestimenta militar para estar en aquella base militar uruguaya del Congo, si antes se aplaudió a Mujica vestido de chaqueta militar de otros países americanos, y abrazado en esos otros países, no de soldados, sino de dictadores?
En fin, menos hipocresía hace falta. Hacerse más cargo de las cosas hace falta. Fíjese que hace unos días hubo violencia en el puerto de Montevideo. Fue noticia. Debió intervenir la Policía porque algunos sindicalistas quisieron «tra nea r» el trabajo que allí se lleva a cabo. Pero no hubo «enfrentamientos entre trabajadores y la Policía»; no, en todo caso hubo enfrenamiento entre trabajadores y trabajadores, porque los policías también lo son. Cuidado con esos mensajes que se dan. Quien dé una información así, debería asumir y hacerse cargo que es él quien está generando enfrentamientos. Ante hechos de esa magnitud, deberían hacerse cargo también aquellos que todos los días están «fogoneando» con que el policía no es un trabajador sino un represor del que trabaja, o que los sindicatos están en una vereda y los pocías en la otra. ¿Y al Sindicato Policial en qué vereda lo ubicamos?
En definitiva, volvemos a lo del comienzo. Estamos en días de fiestas pero también de reflexión. Ojalá que la serena reflexión nos conduzca a una anagnórisis plena, y esta, a tomar las mejores decisiones para el tiempo que se viene. Ojalá quede atrás este tiempo de incertidumbre, por lo sanitario, por lo social en general. .. Y podamos entrar en un tiempo nuevo: sin niños de manos vacías, sin tanta hipocresía, con más solidaridad, amabilidad y respeto. Ese tiempo está allí nomás, es el tiempo que nos queda de vida y en cuatro días, ya empieza a transcurrir su primer año. Brindemos por él. iSalud!Hoy nos toca escribir estas líneas en medio de las fiestas, estas líneas que hacen la última contratapa de lunes del año 2021. «Las fiestas de fin de año», «las tradicionales fiestas», «Navidad y Año Nuevo», llámeles como quiera, pero lo cierto es que tienen esa cosa que
no es fácil de describir y que las diferencia de otras fiestas, entiéndase la de un casamiento, un cumpleaños, etc.
Ese algo especial que tienen, es una mezcla de sensaciones, buenas y malas, alegrías y tristezas, nostalgia e ilusiones. Son quizás una muestra reducida a unos pocos días, de los contrastes que se viven en todo un año, o quizás en toda una existencia.
Se festeja (los uruguayos casi que no tenemos otra forma de hacerlo que comiendo y bebiendo en abundancia), y al mismo tiempo se piensa profundamente, solemos en-si-mismarnos (cada uno metido en-sí-mismo) para intentar comprender algunas cosas. Y cuando lo logramos, viene la famosa toma de conciencia y con ella también, muchas veces la preocupación, la angustia, el dolor. iY pensar que son fiestas!
Por
Jorge Pignataro