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sábado, 14 de junio de 2025
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El tiempo no perdona

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Diario EL PUEBLO digital
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Tenemos una mala manera de mirar el mundo y por esa razón, es que por lo general estamos acostumbrados a decir que andamos mal, que todo está mal hecho, que la vida nos está jugando una mala pasada y que las cosas no son para nosotros. Muchas veces nos quejamos por nada, rezongamos por poco y criticamos por todo. Sin embargo, no medimos el alcance de la realidad que nos circunda a la hora de tener este tipo de pensamientos, que no son otra cosa que una forma negativa de ver el mundo y un reflejo quizás real pero pesimista de nosotros mismos.
Yo no soy conformista, quizás una de las características de mi personalidad es justamente todo lo contrario, el hecho de que doy pelea por todo, pero hay que parar la mano con tantas pálidas y pensar un poquito. Mirar a nuestro alrededor, ponernos a juntar en una bolsa todo lo que tenemos y luego pensar en lo que creemos que nos hace falta, a ver si lo que estamos reclamando es tan así como pensamos.
Porque si uno se pone a mirar a su alrededor, cuando se queja con el clásico “a mi siempre me va mal”, o con la célebre “porqué me salen mal las cosas”, se dará cuenta que siempre tiene mucho más a favor que en contra y que las cosas que cree padecer, al final no son tan malas. Esto no es un llamado a quedarse con los brazos cruzados, pero sí a mirar más en positivo para que las cosas salgan adelante, de lo contrario, siempre quedaremos estancados.
Días pasados, un amigo sufrió un traspié de esos que da la vida sin avisar. Pero de los que debe enfrentar sin más, haciendo de tripas corazón y pensando en positivo lo más que pueda, con la finalidad de transmitir sus energías a quienes están a su lado, para que las cosas puedan solucionarse. Ya que de ésta, tiene que salir cueste lo que cueste.
Es difícil cuando una situación de esta naturaleza, que se trata nada más y nada menos que de la enfermedad de un hijo, uno no puede hablar por hablar, pero sí ponerse a reflexionar sobre el momento que está atravesando el otro y acompañarlo, apoyarlo, brindarle el cariño y la contención que pueda estar a nuestro alcance, todo esto con la finalidad de hacer más llevadero un tiempo que además de ser tremendo, se vuelve completamente difícil para poder sobrellevarlo con la hidalguía que requiere.
Pero es ahí, cuando pasan esas cosas, que uno se dispone a mirar para el costado por algunos segundos y piensa en todo lo bueno que tiene a su alrededor, y sobre todo de las buenas cosas que tiene en sus manos, con la finalidad de perspectivar la vida de otra manera y de proyectar las cosas con otra óptica, para que de esa forma sí se piense en positivo y solamente con esto, lo que parecía difícil de remontar, ya no parezca tanto.
Es que la vida no para de dar sorpresas, más allá de que me pasa ver que hay gente que no lo va a entender nunca y que encima piensa que su existencia va a ser así hasta el día de su muerte. Cree que yendo de su casa al trabajo y haciendo ese recorrido todos los días, sin salirse una cuadra de su camino, ya cumplió con la vida. Cuando lo peor del caso, es que no se da cuenta que está durando en la vida y que la misma le está pasando por arriba, sin notar que el mundo gira cada vez más rápido y que es él, el que está quedando afuera.
Qué triste es que eso pase, que la gente haga lo que entiende que tiene que hacer y no lo que realmente quiere hacer, postergando su felicidad, dejando de lado sus instintos, sus sueños, su manera de ver las cosas, sus pensamientos felices, y que viva todo el tiempo hostigado por el deber, porque con eso paga las cuentas y le da de comer a la familia, y mientras tanto no vive, no piensa, no respira, no siente, no quiere, no percibe y por más que tenga los bolsillos llenos, solamente lleva una vida vacía, sin sentido, sin sorpresas ni sobresaltos, con la pesadumbre de saber que al otro día hará lo mismo que el día anterior y así sucesivamente, viendo a París por televisión y a los aviones en las revistas, sintiendo miedo hasta de su propia sombra y no queriendo vivir, sino durar hasta que el reloj biológico diga basta.
Este tipo de gente es la que se caracteriza como el buen soldado. Pasa a ser esclavo, ya sea de sus propios intereses, que en este caso es malo pero no tanto, aunque peor aún, pasa a ser esclavo de  los intereses de otro, que lo manda, lo domina, le impone horarios, ritmo y calidad de vida, lo condiciona a él y a su familia, y peor aún, lo hace sentir que él nació para hacer lo que le manden y no otra cosa. Que cuanto más trabaje, más recibirá a fin de mes, por más que ese plus, no le permita ir más lejos que a una cuadra de su casa o poder pagar dos tarifas juntas de luz, de agua o de teléfono.
Pero aún así seguirán siendo buenos soldados, mejores esclavos y personas dedicadas a satisfacer los intereses de otros, que se apoyan en éste para poder hacer que sus intereses prosperen. De ese tipo de gente se ha nutrido el mundo desde siempre, la naturaleza humana es así. Alguien se hace fuerte y domina al resto, ese resto es el que camina por las calles todos los días y es el que no ve por donde pasa la vida, cree que la que lleva es la correcta, y que lo que hace le gusta, con eso tiene que vivir, porque lo demás no es para él, sino para el otro, para el que lo domina.
Aunque aún se puede poner peor, cuando le dan un lugar de privilegio entre los suyos, entre los que están a su alrededor, entre sus pares, los como él dominados, esclavizados por los intereses de otros para paliar las migajas que recibe, sacrificando sus condiciones de vida con horarios y rutinas,  para nutrir al que está arriba, cree tener chapa de jefe o algo así y hostiga al resto, así como lo hostigan a él y en ese aspecto cree que la vida pasa por ese microclima, por esa vida pobre, miserable, que nada deja para sí y mucho para el resto, hasta que se apaga y de nada valió tanto. Y ¿para qué? Si cuando se vaya vendrá otro que ocupará su lugar y así seguirá girando también el mundo, el que no va a parar porque a ese esclavo del sistema, con una vida aburrida y rutinaria se le haya acabado su tiempo.
Eso es lo más importante en esta vida, el tiempo. Nuestro tiempo vale oro, vale más que nada, no hay dinero que lo compre, nuestro tiempo es la esencia de nuestra vida, y no podemos regalarlo, no podemos dárselo a otro para que disponga de algo que es nuestro mayor tesoro.
Nosotros podemos elegir dos cosas en la vida: seguir teniendo una vida rutinaria como la que tenemos, o valorar nuestras capacidades y dar vuelta la página y hacer lo que realmente queremos antes que sea tarde. Yo he perdido mucho tiempo de mi vida y se que aún hoy, por h o por b, lo sigo haciendo. La pregunta es ¿Quiero eso para mi vida? ¿Quiero seguir con esa vida pobre y rutinaria que al final del día no me dejó nada, más que acostarme con más preguntas que las que tenía al levantarme?
Si por un momento pensamos en positivo, nos daremos cuenta que algo estamos haciendo mal. Busquemos qué es, para no hacerlo más, entonces sabremos en qué le estamos errando para barajar y dar de nuevo, porque el tiempo no espera, condena y pasa rápido. Y si no hacemos algo para darle un giro a lo que queremos, la vida nos dará una lección y nos mostrará cuán vacua fue la nuestra y cuando queramos preguntarnos porqué no hicimos nada para cambiarla, seguramente será demasiado tarde.

Tenemos una mala manera de mirar el mundo y por esa razón, es que por lo general estamos acostumbrados a decir que andamos mal, que todo está mal hecho, que la vida nos está jugando una mala pasada y que las cosas no son para nosotros. Muchas veces nos quejamos por nada, rezongamos por poco y criticamos por todo. Sin embargo, no medimos el alcance de la realidad que nos circunda a la hora de tener este tipo de pensamientos, que no son otra cosa que una forma negativa de ver el mundo y un reflejo quizás real pero pesimista de nosotros mismos.

Yo no soy conformista, quizás una de las características de mi personalidad es justamente todo lo contrario, el hecho de que doytiempo pelea por todo, pero hay que parar la mano con tantas pálidas y pensar un poquito. Mirar a nuestro alrededor, ponernos a juntar en una bolsa todo lo que tenemos y luego pensar en lo que creemos que nos hace falta, a ver si lo que estamos reclamando es tan así como pensamos.

Porque si uno se pone a mirar a su alrededor, cuando se queja con el clásico “a mi siempre me va mal”, o con la célebre “porqué me salen mal las cosas”, se dará cuenta que siempre tiene mucho más a favor que en contra y que las cosas que cree padecer, al final no son tan malas. Esto no es un llamado a quedarse con los brazos cruzados, pero sí a mirar más en positivo para que las cosas salgan adelante, de lo contrario, siempre quedaremos estancados.

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Días pasados, un amigo sufrió un traspié de esos que da la vida sin avisar. Pero de los que debe enfrentar sin más, haciendo de tripas corazón y pensando en positivo lo más que pueda, con la finalidad de transmitir sus energías a quienes están a su lado, para que las cosas puedan solucionarse. Ya que de ésta, tiene que salir cueste lo que cueste.

Es difícil cuando una situación de esta naturaleza, que se trata nada más y nada menos que de la enfermedad de un hijo, uno no puede hablar por hablar, pero sí ponerse a reflexionar sobre el momento que está atravesando el otro y acompañarlo, apoyarlo, brindarle el cariño y la contención que pueda estar a nuestro alcance, todo esto con la finalidad de hacer más llevadero un tiempo que además de ser tremendo, se vuelve completamente difícil para poder sobrellevarlo con la hidalguía que requiere.

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Pero es ahí, cuando pasan esas cosas, que uno se dispone a mirar para el costado por algunos segundos y piensa en todo lo bueno que tiene a su alrededor, y sobre todo de las buenas cosas que tiene en sus manos, con la finalidad de perspectivar la vida de otra manera y de proyectar las cosas con otra óptica, para que de esa forma sí se piense en positivo y solamente con esto, lo que parecía difícil de remontar, ya no parezca tanto.

Es que la vida no para de dar sorpresas, más allá de que me pasa ver que hay gente que no lo va a entender nunca y que encima piensa que su existencia va a ser así hasta el día de su muerte. Cree que yendo de su casa al trabajo y haciendo ese recorrido todos los días, sin salirse una cuadra de su camino, ya cumplió con la vida. Cuando lo peor del caso, es que no se da cuenta que está durando en la vida y que la misma le está pasando por arriba, sin notar que el mundo gira cada vez más rápido y que es él, el que está quedando afuera.

Qué triste es que eso pase, que la gente haga lo que entiende que tiene que hacer y no lo que realmente quiere hacer, postergando su felicidad, dejando de lado sus instintos, sus sueños, su manera de ver las cosas, sus pensamientos felices, y que viva todo el tiempo hostigado por el deber, porque con eso paga las cuentas y le da de comer a la familia, y mientras tanto no vive, no piensa, no respira, no siente, no quiere, no percibe y por más que tenga los bolsillos llenos, solamente lleva una vida vacía, sin sentido, sin sorpresas ni sobresaltos, con la pesadumbre de saber que al otro día hará lo mismo que el día anterior y así sucesivamente, viendo a París por televisión y a los aviones en las revistas, sintiendo miedo hasta de su propia sombra y no queriendo vivir, sino durar hasta que el reloj biológico diga basta.

Este tipo de gente es la que se caracteriza como el buen soldado. Pasa a ser esclavo, ya sea de sus propios intereses, que en este caso es malo pero no tanto, aunque peor aún, pasa a ser esclavo de  los intereses de otro, que lo manda, lo domina, le impone horarios, ritmo y calidad de vida, lo condiciona a él y a su familia, y peor aún, lo hace sentir que él nació para hacer lo que le manden y no otra cosa. Que cuanto más trabaje, más recibirá a fin de mes, por más que ese plus, no le permita ir más lejos que a una cuadra de su casa o poder pagar dos tarifas juntas de luz, de agua o de teléfono.

Pero aún así seguirán siendo buenos soldados, mejores esclavos y personas dedicadas a satisfacer los intereses de otros, que se apoyan en éste para poder hacer que sus intereses prosperen. De ese tipo de gente se ha nutrido el mundo desde siempre, la naturaleza humana es así. Alguien se hace fuerte y domina al resto, ese resto es el que camina por las calles todos los días y es el que no ve por donde pasa la vida, cree que la que lleva es la correcta, y que lo que hace le gusta, con eso tiene que vivir, porque lo demás no es para él, sino para el otro, para el que lo domina.

Aunque aún se puede poner peor, cuando le dan un lugar de privilegio entre los suyos, entre los que están a su alrededor, entre sus pares, los como él dominados, esclavizados por los intereses de otros para paliar las migajas que recibe, sacrificando sus condiciones de vida con horarios y rutinas,  para nutrir al que está arriba, cree tener chapa de jefe o algo así y hostiga al resto, así como lo hostigan a él y en ese aspecto cree que la vida pasa por ese microclima, por esa vida pobre, miserable, que nada deja para sí y mucho para el resto, hasta que se apaga y de nada valió tanto. Y ¿para qué? Si cuando se vaya vendrá otro que ocupará su lugar y así seguirá girando también el mundo, el que no va a parar porque a ese esclavo del sistema, con una vida aburrida y rutinaria se le haya acabado su tiempo.

Eso es lo más importante en esta vida, el tiempo. Nuestro tiempo vale oro, vale más que nada, no hay dinero que lo compre, nuestro tiempo es la esencia de nuestra vida, y no podemos regalarlo, no podemos dárselo a otro para que disponga de algo que es nuestro mayor tesoro.

Nosotros podemos elegir dos cosas en la vida: seguir teniendo una vida rutinaria como la que tenemos, o valorar nuestras capacidades y dar vuelta la página y hacer lo que realmente queremos antes que sea tarde. Yo he perdido mucho tiempo de mi vida y se que aún hoy, por h o por b, lo sigo haciendo. La pregunta es ¿Quiero eso para mi vida? ¿Quiero seguir con esa vida pobre y rutinaria que al final del día no me dejó nada, más que acostarme con más preguntas que las que tenía al levantarme?

Si por un momento pensamos en positivo, nos daremos cuenta que algo estamos haciendo mal. Busquemos qué es, para no hacerlo más, entonces sabremos en qué le estamos errando para barajar y dar de nuevo, porque el tiempo no espera, condena y pasa rápido. Y si no hacemos algo para darle un giro a lo que queremos, la vida nos dará una lección y nos mostrará cuán vacua fue la nuestra y cuando queramos preguntarnos porqué no hicimos nada para cambiarla, seguramente será demasiado tarde.

Hugo Lemos

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