Todos quedamos estremecidos con la noticia de que el conocido delincuente Marcelo Roldán alias El Pelado, de quien recuerdo aquel motín realizado en el Hospital Vilardebó cuando estuvo internado porque llevaba una vida entre rejas y quería mandar en todos lados, fue asesinado en su propia celda por su compañero.
Pero no quedamos consternados porque fuera asesinado en su propia celda, sino por cómo fue ultimado y por lo que su asesino hizo después con el cadáver. Algo que solo se inscribe en las peores páginas de las historias carcelarias del Uruguay, que ya de por sí dejan mucho que desear.
El Pelado Roldán era un delincuente, así escribió la historia de su vida entrando y saliendo de las cárceles desde que era menor de edad. Decía no temerle a nada ni a nadie y se enfrentaba con todo el mundo; las cárceles solo sirvieron para aumentar su rabia y su odio contra todo lo que fuera autoridad y respeto. Pero al parecer no es el único, no es un bicho raro, no es un loco suelto. Bueno, no era.
Su compañero de celda, que por algo lo dejaron compartir el mismo habitáculo con él, es un monstruo. Porque una persona que hace lo que este hizo con un ser humano, no tiene precedentes. Se enfrentó con él por la sensiblería de que su madre fue insultada, pero la reacción que tuvo, lejos de honrar a cualquier progenitor, fue bestial, demencial y preocupante.
Esto último es acaso lo más importante. Y ¿por qué? Por el simple hecho de que alguien que está cumpliendo una condena en los llamados Centros de Rehabilitación, del denominado oficialmente Instituto Nacional de Rehabilitación que tiene el Estado uruguayo para las personas que cometen delitos, llegue al estado de matar a otro, demuestra que el grado de violencia al que estaba acostumbrado no lo supo tratar allí.
Pero además, al vilipendiar el cadáver y jactarse públicamente de que no está arrepentido de lo que hizo, habla peor aún no solo del individuo que lo cometió, sino de que el centro de rehabilitación en el que se encuentra no está cumpliendo con sus cometidos y está fallando en la recuperación de algunas personas que en cierto momento, deberá devolver a la sociedad estén como estén.
Entonces lo más preocupante es que si el sistema carcelario uruguayo no tiene políticas específicas para tratar con individuos como estos, ¿qué clases de monstruos están alojando en sus centros de rehabilitación y cuál es el cometido de tenerlos allí sin darles absolutamente nada para que se reeduquen y puedan reinsertarse a la sociedad una vez cumplida su condena?
Es altamente peligroso que el Estado uruguayo solamente se jacte de tener un sistema carcelario donde hay políticas de reeducación tan buenas, que están por pasarlo a la órbita del Ministerio de Educación y Cultura, porque en vez de tratarse de una cuestión de seguridad, al parecer el mismo es objeto de educación. Y si lo será, pero el problema ahora pasa por otro lado, atender este tipo de casos, porque no son aislados.
La mayoría de las personas que delinquen y están insertas en los distintos centros de rehabilitación del país, cuentan con actividades para realizar en función de su perfil criminal y de la peligrosidad de cada uno, además del interés que el mismo manifieste.
Pero si hay internos que han sido tremendamente problemáticos afuera y que hasta llegan a ser peligrosos, la ley no les obliga a realizar actividad alguna, no les impone levantarse a determinada hora, tener un orden, disciplina, aprender responsabilidades y generar hábitos de trabajo y de conducta que los ayude una vez afuera, para poder establecer hábitos de trabajo que los hagan salir adelante por sí mismos y sin ayuda estatal.
Es triste ver que hay personas que se abandonan a sí mismas y que dejan que el sistema los carcoma en vez de servirse del mismo para que los ayude a salir adelante. Pero es preocupante, que los uruguayos con todos los impuestos que pagamos, que según un último estudio del gobierno la presión tributaria llega por lo menos al 34% de la renta per cápita, estemos asistiendo a un Instituto Nacional de Rehabilitación que es deficiente en sus políticas públicas y en sus cometidos, para lograr recuperar personas que están dedicadas al delito y que han estado inmersas en un espiral de violencia, en vez de ayudar a reeducarlos.
Las políticas carcelarias no pueden ser si el preso quiere, si está preso es porque le falló a la sociedad y por más que haya sido una persona con problemas, el sistema lo debe obligar a salir del lugar con un resultado favorable, donde el sujeto por lo menos tenga ganas de volver a ver gente en la calle sin sacarles nada. Y si bien en la mayoría de los casos es así, hay muchos otros que no salen con esa idea, el Estado los deja en la calle para que cometan más daños y los vuelve a encerrar en el mismo lodo en el que estaban, el sistema se retroalimenta a sí mismo, y los uruguayos seguimos pagando por algo que no funciona. Y la pregunta surge ¿hasta cuándo?
HUGO LEMOS