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El niño, el médico y la enfermedad

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Las actitudes de los niños hacia el médico, la enfermedad y los
tratamientos, depende del pasado de cada uno

Las actitudes de los niños hacia el médico, la enfermedad y los tratamientos, depende del pasado de cada uno

Su presente de desarrollo depende de la calidad de la relación con sus padres, las propias actitudes de éstos hacia la enfermedad, el médico, la medicina y obviamente de las condiciones personales del médico y de su manejo de las situaciones.

Se ha dicho que en tanto los adultos creen en la medicina, los niños creen en el médico. Si esto es verdad, ser médico de niñosatencionniñosconstituye solo por eso “un hermoso compromiso”.

Es ello más sorprendente si tenemos en cuenta que los niños a diferencia de los adultos, están obligados a aceptar un médico que sus padres (y no lo que ellos) han elegido.

La medicina de niños enfrenta reiteradamente al conflicto de la doble lealtad: tomar partido por los padres contra el niño y aparecer ante él, como cómplice de ellos, o identificarse con el niño y convertirse en su camarada con el riesgo de perder la confianza de los padres.

Muchos padres sin autoridad suelen utilizar al médico como al cuco. “Si no tomas toda la sopa, le diré al doctor que te mande inyecciones”. “Ya verás cuando venga el doctor…”.

Una madre, le contó a sus hijos durante un tiempo que en el balde del consultorio yo tenía “culebras para los niños que se portaban mal” y otra, cuando el niño me preguntó para qué servía el estetoscopio, se apresuró a contestarle que era un “detector de mentiras”.

Algunos padres, utilizan el recurso del teléfono fingiendo comunicarse con un médico, cada vez que el niño se orina en la cama o busca su chupete para dormir.

En otras situaciones, la confianza y la admiración del niño por el médico es el reflejo de los sentimientos de sus padres.

Cuando las relaciones de los niños con sus padres son buenas, es lógico que compartan el respeto que sus padres nos brindan, así como cuando la relación es mala “pagamos los platos rotos” y el niño nos rechaza como a todo lo que ellos le imponen.

Algunos padres concurren tan tensos y nerviosos al consultorio, que la actitud del niño, lógicamente es la que corresponde a una situación temible que hace sentir a sus padres inseguros.

Para disimular su ansiedad los padres dicen: “No tengas miedo, no te asustes, la doctora es buena”. “La doctora no da inyecciones…”.

¿Por qué y para qué todo eso en vez de actuar con la natural confianza que merece la circunstancia?

No es raro encontrar padres que sobornan a los niños, prometiéndole premios para asistir a la consulta y que incluso pretenden que lo hagamos nosotros.

No hay razón para ello. El niño debe aceptar algo que sus padres consideren bueno para él y actuar con la espontaneidad que corresponde a su edad de maduración.

Y si al niño el médico no le gusta ni lo siente su amigo, tal vez, haya llegado el momento de que el médico revise su propia conducta.

Para ejercer la medicina de niños, hay que ser feliz, o al menos, estar en paz consigo mismo. Tener tiempo y paciencia y sentirse a gusto con la especialidad que se ha elegido.

Para el niño, el médico -además de amigo-, es una figura de autoridad que por un tiempo corto o largo, elegirá como modelo.

Hasta ahora, nos hemos referido al niño, como comúnmente podemos ver en un consultorio, haciendo una consulta en una policlínica, nada alarmante con problemitas sin importancia.

El niño ante una enfermedad aguda

La enfermedad física, por breve que sea, es una situación de crisis para la familia y una conmoción brusca en la vida del niño, provoca en este reacciones sicológicas que inciden sobre él y sus relaciones con el entorno.

Los efectos varían según la enfermedad misma (naturaleza, gravedad y sintomología), las técnicas de diagnóstico y tratamiento, la personalidad del niño y su constelación familiar (especialmente la trama de relaciones consientes o inconscientes) y el lugar que el ocupe en dicha constelación.

Pasa que el niño siente ansiedad por su estado físico, sobre todo si los adultos no se toman el trabajo de explicarle lo que ocurre y trata de comprenderlo a través de las actitudes de éstos.

Pero con frecuencia el comportamiento habitual de los padres, ha cambiado. Ya sea por ansiedad, angustia, preocupación, rechazo o culpabilidad, no encontrando en ellos, esa seguridad que él busca.

La enfermedad incluso, puede actuar como movilizadora y reveladora de la problemática del niño y su familia.

La adaptación a la enfermedad, será buena o mala según el nivel de desarrollo y las anteriores experiencias adoptativas del niño y según las reacciones de sus progenitores.

La enfermedad es para el niño, un conjunto de factores, compuesto de un mal físico de origen interno y de agresiones externas ligadas a los procedimientos médicos, cuya utilidad él no puede comprender.

Él, que estaba en vías de adquirir autonomía y dominar sus funciones corporales debe ahora someterse y dejarse despojar -por los otros- del dominio de su cuerpo.

Sus padres, que estimulaban sus adquisiciones ahora las restringen y les exigen pasividad.

La enfermedad altera su vida social habitual, sus relaciones con los otros y la imagen del propio cuerpo que él había ido integrando con sus percepciones subjetivas y las reacciones de los principales personajes de su entorno ante un cuerpo y su funcionamiento.

Cuando la enfermedad ocurre en uno de los períodos de crisis del desarrollo psicoafectivo, vuelven con ella los fantasmas predilectos de los primeros meses (como el miedo de ser mutilado, por ejemplo).

Para defenderse de la angustia de los fantasmas, el niño construye sus interpretaciones de su enfermedad. Los seres que él creía omnipotentes no lo alivian e interpreta eso y las caras serias de preocupación como de enojo hacia él. Además el aislamiento, la inmovilidad y la dieta, son a veces ya conocidas por él. Como integrantes de las penitencias con que lo sancionaban en el estado de salud. Vive la enfermedad como un castigo, por algo que ha hecho mal. (Idea a la que los padres y los médicos, también contribuyen). Las reacciones para defenderse de todo esto son variables, dentro de un amplio espectro de comportamientos que van del rechazo, a la lucha intensa por conservar y ejercitar sus habilidades recién aprendidas.

El niño ante una enfermedad crónica

La enfermedad crónica, puede determinar al comienzo, sentimientos y actitudes similares a los que provoca la enfermedad aguda, progresivamente su prolongación y/o irreversibilidad llevan a una situación diferente.

No es fácil dar uniformidad al enfoque de las enfermedades crónicas.

Las terapéuticas modernas, han transformado ciertas enfermedades crónicas y hasta incurables, como la tuberculosis, en enfermedades agudas. Otras afecciones, antes rápidamente mortales como la leucemia, se han convertido en crónicas con el tratamiento, haciendo más llevadera y esperanzada lo que era una breve y penosa sobrevida.

Algunos pacientes incluso con malformaciones congénitas, pueden por medio de una reparación quirúrgica, al cabo de años de cronicidad, convertirse en sanos.

La mayoría de los epilépticos se curan o al menos pueden mantenerse libres de ataques con el tratamiento adecuado.

Los diabéticos bien controlados aunque no se curen pueden llegar a adultos y formar su propia familia.

Existen hoy día terapéuticas muy activas, como las drogas anticancerosas o los corticoides por ejemplo que han cambiado el panorama de las enfermedades crónicas aunque casi siempre el precio, no es siempre bajo, de la iatrogenia provocada por dichas drogas.

En cuanto a las etapas por las que pasan los niños enfermos crónicos se han distinguido tres: 1º La lucha contra el mal físico. 2º Sensación de caos e impotencia. 3º Fase de defensa con la irreversibilidad del mal o la aceptación de la invalidez, con la elaboración de duelo, depresión y agresividad.

Cuanto mayor confianza tiene un niño en sus padres y en sus médicos mejor es su disposición para aceptar exámenes y tratamientos.

Segmentos extraídos del libro: Puericultura, de Irma Gentile. Atención del Dr. Ricardo Scaparone.

Mary Olivera.

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