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miércoles, 16 de julio de 2025
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El legado de un padre

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Diario EL PUEBLO digital
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Pocas veces escribí sobre mi padre. Quizás ésta sea la primera vez que lo menciono públicamente, pero siempre fue una persona de bajo perfil. Un hombre trabajador que durante el cumplimiento de su función pública, muchas veces estuvo alejado de casa y eso hacía que yo siempre esperara su retorno. Hasta ahora recuerdo el golpe de la puerta que hacía utilizando el único anillo que hasta ahora usa en su mano, el de matrimonio.
Aunque más allá de que trabajaba en otros departamentos, él siempre estaba presente de una forma u otra, porque sabía lo que estaba pasando en casa y cuando llegaba, trataba de complacer mis gustos y algunos caprichos que solamente eran un llamado de atención como el que hace cualquier niño cuando no ve a su padre a diario.
Es que mis dos padres siempre fueron personas de trabajo y el cariño que me brindaron han sido siempre suficiente regalo para mi, porque a corta edad entendí cuándo algo era posible y cuando no. Quizás por eso, crecí siempre pensando en que lo material es solamente una recompensa mundana al esfuerzo que cada uno hace para lograr construir su propio nido, pero no es lo que se necesita para ser feliz, y por eso desde chicos sabemos que nada material será premio suficiente, si los que nos faltan son justamente ellos.
Cuando era muy niño quería tener el mismo trabajo que mi padre. Quería vestirme como él e ir a los mismos lugares que por su labor debía frecuentar. Pensaba que cuando llegara el momento, mi hijo también querría hacer lo mismo, porque esa era parte de la función que cumplimos en esta vida, ser como nuestros padres.
Sin embargo, la vida me deparó caminos muy diferentes y si se quiere mi actividad actual está en las antípodas de lo que mi padre hacía. Y aunque él todavía espera que yo complete mi formación universitaria, siempre apoyó el rumbo que he tomado en mi vida y nunca me juzgó por eso. Lo que en cierta medida me halaga, porque significa haberme ganado su respeto, algo que es muy importante.
Ayer fue mi segundo día del padre. Lo viví observando a mi hijo, viendo como me pasa la vida por delante y cómo él me hace sentir que debo aceptar todos los retos que me impone a diario, para que lo viva sin echar un paso atrás y sin tener temor a equivocarme. Cuando supe que iba a ser padre mi primer miedo fue si sabría hacerme cargo de las situaciones que se me presentaran. Desde aprender a cambiar un pañal, hasta cuidarlo de todo y protegerlo para que nada le pasara durante esta etapa en la que es todavía muy frágil,
El poder llevar adelante mi rol de padre es algo que me fortalece internamente cada día. Seguramente que no es algo fácil de explicar, pero sí es interesante poder sentirlo de esa manera, saber que todos los días está ahí, esperando por mi, dependiendo de lo que yo haga para que él pueda crecer en paz, sano y fuerte. Ese es un tremendo desafío, aunque podría decir que a su vez es como una aventura increíble, porque vivir cada momento con él es aprender a vivir todos los días.
Desde el momento que lo vi nacer, donde recuerdo cada detalle como algo inexplicable hasta hoy, la vida me dio un sacudón y me puso en las manos a un ser humano maravilloso como es él, para que aprenda a querer ser una mejor persona todos los días, más justo, más bueno, más fuerte, más valiente, más inteligente, más padre para él y más sólido para los demás.
Como padre, cada momento es un desafío, cada instante es mágico y cada vivencia es única. Pero como escribí en aquel momento cuando nació mi hijo, en mi vida estoy empezando a vivir  mi segundo nacimiento, mi nacimiento a la vida como padre, lo que no es poca cosa y lo que implica una manera de encarar las cosas que deben ser de una manera distinta.
Sobre todo porque no podemos ser hijos del conformismo, esclavos del miedo, temiendo a los oportunistas que buscan en esto una debilidad y pretenden comprarnos con nuestras necesidades, o mejor dicho, con nuestros intereses. Porque saben que una vez que llega al mundo un hijo, la agenda se invierte, las prioridades se transforman y si para lo que teníamos planeado hacer, no buscamos la manera de hacerlo, podemos llegar a perderlo para siempre, dejaremos en el manto del olvido nuestros sueños y nuestras metas, porque ahora están ellos y siempre son primero.
Entonces es por eso que digo que debemos hacernos muchos más fuertes que antes, y tener el temple necesario para conquistar nuestros objetivos, porque si lo hacemos, nuestros sueños son sus sueños, nuestras metas serán las suyas, y nuestros logros darán los resultados que ellos esperan para poder crecer fuertes y seguros en la vida.
Ese andar no puede estar debilitado, sino que debe estar fortalecido por el apoyo, la comprensión y la confianza en ellos mismos que debemos saber darles para que crezcan orgullosos de sí mismos y sabiendo que su camino es lo que más importa.
Por eso cuando lo veo caminar a mi lado, buscando afianzar su equilibrio, me siento orgulloso porque se que está buscando andar sobre sus propios pasos y eso demuestra soltura, inteligencia y osadía de ser él mismo, más allá de que sabe que nunca estará sólo. Porque como yo, cuando era niño y mi padre estaba lejos, sabía que tarde o temprano iba a venir y haría sonar su anillo contra la puerta, para hacer de ese llamado su llegada a mi vida. Y yo espero hacer lo mismo, para aprender cada día más al verlo crecer. Ese deberá ser mi legado.

Pocas veces escribí sobre mi padre. Quizás ésta sea la primera vez que lo menciono públicamente, pero siempre fue una persona de bajo perfil. Un hombre trabajador que durante el cumplimiento de su función pública, muchas veces estuvo alejado de casa y eso hacía que yo siempre esperara su retorno. Hasta ahora recuerdo el golpe de la puerta que hacía utilizando el único anillo que hasta ahora usa en su mano, el de matrimonio.

Aunque más allá de que trabajaba en otros departamentos, él siempre estaba presente de una forma u otra, porque sabía lo que estaba pasando en casa y cuando llegaba, trataba de complacer mis gustos y algunos caprichos que solamente eran un llamado de atención como el que hace cualquier niño cuando no ve a su padre a diario.

Es que mis dos padres siempre fueron personas de trabajo y el cariño que me brindaron han sido siempre suficiente regalohgo para mi, porque a corta edad entendí cuándo algo era posible y cuando no. Quizás por eso, crecí siempre pensando en que lo material es solamente una recompensa mundana al esfuerzo que cada uno hace para lograr construir su propio nido, pero no es lo que se necesita para ser feliz, y por eso desde chicos sabemos que nada material será premio suficiente, si los que nos faltan son justamente ellos.

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Cuando era muy niño quería tener el mismo trabajo que mi padre. Quería vestirme como él e ir a los mismos lugares que por su labor debía frecuentar. Pensaba que cuando llegara el momento, mi hijo también querría hacer lo mismo, porque esa era parte de la función que cumplimos en esta vida, ser como nuestros padres.

Sin embargo, la vida me deparó caminos muy diferentes y si se quiere mi actividad actual está en las antípodas de lo que mi padre hacía. Y aunque él todavía espera que yo complete mi formación universitaria, siempre apoyó el rumbo que he tomado en mi vida y nunca me juzgó por eso. Lo que en cierta medida me halaga, porque significa haberme ganado su respeto, algo que es muy importante.

Ayer fue mi segundo día del padre. Lo viví observando a mi hijo, viendo como me pasa la vida por delante y cómo él me hace sentir que debo aceptar todos los retos que me impone a diario, para que lo viva sin echar un paso atrás y sin tener temor a equivocarme. Cuando supe que iba a ser padre mi primer miedo fue si sabría hacerme cargo de las situaciones que se me presentaran. Desde aprender a cambiar un pañal, hasta cuidarlo de todo y protegerlo para que nada le pasara durante esta etapa en la que es todavía muy frágil,

El poder llevar adelante mi rol de padre es algo que me fortalece internamente cada día. Seguramente que no es algo fácil de explicar, pero sí es interesante poder sentirlo de esa manera, saber que todos los días está ahí, esperando por mi, dependiendo de lo que yo haga para que él pueda crecer en paz, sano y fuerte. Ese es un tremendo desafío, aunque podría decir que a su vez es como una aventura increíble, porque vivir cada momento con él es aprender a vivir todos los días.

Desde el momento que lo vi nacer, donde recuerdo cada detalle como algo inexplicable hasta hoy, la vida me dio un sacudón y me puso en las manos a un ser humano maravilloso como es él, para que aprenda a querer ser una mejor persona todos los días, más justo, más bueno, más fuerte, más valiente, más inteligente, más padre para él y más sólido para los demás.

Como padre, cada momento es un desafío, cada instante es mágico y cada vivencia es única. Pero como escribí en aquel momento cuando nació mi hijo, en mi vida estoy empezando a vivir  mi segundo nacimiento, mi nacimiento a la vida como padre, lo que no es poca cosa y lo que implica una manera de encarar las cosas que deben ser de una manera distinta.

Sobre todo porque no podemos ser hijos del conformismo, esclavos del miedo, temiendo a los oportunistas que buscan en esto una debilidad y pretenden comprarnos con nuestras necesidades, o mejor dicho, con nuestros intereses. Porque saben que una vez que llega al mundo un hijo, la agenda se invierte, las prioridades se transforman y si para lo que teníamos planeado hacer, no buscamos la manera de hacerlo, podemos llegar a perderlo para siempre, dejaremos en el manto del olvido nuestros sueños y nuestras metas, porque ahora están ellos y siempre son primero.

Entonces es por eso que digo que debemos hacernos muchos más fuertes que antes, y tener el temple necesario para conquistar nuestros objetivos, porque si lo hacemos, nuestros sueños son sus sueños, nuestras metas serán las suyas, y nuestros logros darán los resultados que ellos esperan para poder crecer fuertes y seguros en la vida.

Ese andar no puede estar debilitado, sino que debe estar fortalecido por el apoyo, la comprensión y la confianza en ellos mismos que debemos saber darles para que crezcan orgullosos de sí mismos y sabiendo que su camino es lo que más importa.

Por eso cuando lo veo caminar a mi lado, buscando afianzar su equilibrio, me siento orgulloso porque se que está buscando andar sobre sus propios pasos y eso demuestra soltura, inteligencia y osadía de ser él mismo, más allá de que sabe que nunca estará sólo. Porque como yo, cuando era niño y mi padre estaba lejos, sabía que tarde o temprano iba a venir y haría sonar su anillo contra la puerta, para hacer de ese llamado su llegada a mi vida. Y yo espero hacer lo mismo, para aprender cada día más al verlo crecer. Ese deberá ser mi legado.

Hugo Lemos

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