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lunes, 7 de julio de 2025
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El cine y la literatura

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Diario EL PUEBLO digital
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En más de una oportunidad hemos recordado cómo grandes historias contadas en grandes libros terminan sirviendo de inspiración a un Hollywood con pocas ideas originales. También el teatro ha servido de inspiración para reproducir en el celuloide historias potentes. Quizás más de lo que uno presupone.
De hecho, cuando se realiza la entrega de los premios Oscars de la Academia, hay una distinción en particular que se llama “mejor guión adaptado”, donde un escritor con lenguaje cinematográfico debe hacer el titánico esfuerzo de plasmar con imágenes el mundo que un autor literario creó para sus propios personajes.
En algunos casos la tarea ha quedado por la mitad de camino, y en otros, se ha cumplido con creces las expectativas de aquellos lectores que a veces en verdaderas hordas de fanáticos mantienen una idea demasiado elevada de lo que debe ser la adaptación fílmica de esa historia que adoran, poniéndose extremadamente quisquillosos con el trabajo que se realiza desde los inicios de la producción del mismo, y discuten todo –hoy a través de las redes sociales-, en algunos casos hasta son algo exagerados y peligrosos, porque donde se pongan a esos fans en contra, difícilmente la película nazca con alguna esperanza de recuperar al menos el dinero invertido.
Eso ha ocurrido con unas cuantas películas que han llevado verdaderos clásicos de la literatura universal. Algunas con éxito y otras con un fracaso rotundo.
El llevar lo mejor posible a la gran pantalla una buena historia es también un arte, fundamentalmente de interpretación del autor de la historia original, por eso se trata también de una categoría destacada y respetada en el séptimo arte. Entre algunos autores que han sido llevados al cine con suerte dispar podemos encontrar desde los clásicos como Julio Verne (20 mil leguas de viaje submarino, La isla misteriosa, La vuelta al mundo en 80 días, Viaje al centro de la Tierra, por citar solo las más conocidas), Daniel Defoe (Robinson Crusoe), Alejandro Dumas (Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo), William Shakespeare (Romeo y Julieta, Hamlet, Otelo, Macbeth, El mercader de Venecia, Ricardo III, Enrique IV), Arthur Conan Doyle (con sus distintas variantes de Sherlock Holmes), más cercanos en el tiempo el multifacético Stephen King, John Grisham y sus novelas judiciales, Michael Crichton (Parque Jurásico –la más recordada y exitosa-, pero además, Congo, Esfera, Sol naciente, El gran robo al tren), Ray Bradbury (Crónicas marcianas, Fahrenheit 451, son las más recordadas). Son solo algunos pocos nombres que llegan a nuestra memoria de una extensísima lista que hemos consumido mayormente en tardes de matinée o directamente desde la televisión.
Si bien la literatura ha nutrido de muy buenas historias para que el cine las contase, y por más amantes del cine que seamos, nada puede compararse con tener una primera aproximación a la historia que se cuenta directamente de su formato original, el libro.
De todas formas está pendiente de resolución aquella discusión de qué es preferible, si el primer contacto con la historia debe ser a través de la película y luego leer el libro o al revés.
Si bien aún no tengo del todo resuelto ese dilema, si he de elegir quizás prefiera ver primero la película y luego leer el libro. Me explico. Cuando el primer contacto se da a través del libro, el lector mientras avanza en la historia logra imaginarse hasta la fisonomía de los personajes y hace propia la imagen de los paisajes que el autor pinta con sus propias palabras. Si luego va al cine para ver la misma historia, la visión del director de la película quizás no sea la misma que la que tuvo el lector mientras leía el libro, y ahí quizás nos encontremos con alguna decepción y la tomemos contra la película, por más buena que ésta sea.
De la forma inversa, ver primero la película y luego leer el libro, no llevará a prima facie a que la tomemos contra la película y tampoco contra el libro. Un ejemplo de ello puede ser la reciente trilogía de “El señor de los anillos” de J.R.R. Tolkien, donde la gran mayoría de jóvenes y adolescentes tuvieron una primera visión de la Tierra Media y de los hobbits y elfos a través del cine, y de ahí se dirigieron a los libros… y los fans de Tolkien se multiplicaron en el mundo lográndose vender millones de libros más.
Algo que contradice lo que acabamos de escribir puede encontrarse en la saga de “Harry Potter” de J.K. Rowling, historia que llega al cine por ser un auténtico fenómeno literario de jóvenes y adolescentes del mundo, por tratarse de una autora contemporánea quizás. Recordemos que el universo tolkiniano comenzó a conocerse en la década del 30 del siglo pasado.
Así que el mundo de la literatura estuvo primero relacionado con el teatro y evolución mediante, con el cine y posteriormente con la televisión, y vaya uno a saber cómo sigue evolucionando esta historia en los tiempos venideros y el constante avance de la tecnología y los e-books (libros electrónicos, por su sigla en inglés) que ya han comenzado a invadirnos. Más allá de eso, siempre estará el libro, fuente inagotable originaria y necesaria de nuestras fantasías.

En más de una oportunidad hemos recordado cómo grandes historias contadas en grandes libros terminan sirviendo de inspiración a un Hollywood con pocas ideas originales. También el teatro ha servido de inspiración para reproducir en el celuloide historias potentes. Quizás más de lo que uno presupone.

De hecho, cuando se realiza la entrega de los premios Oscars de la Academia, hay una distinción en particular que se llama “mejor guión adaptado”, donde un escritor con lenguaje cinematográfico debe hacer el titánico esfuerzo de plasmar con imágenes el mundo que un autor literario creó para sus propios personajes.

En algunos casos la tarea ha quedado por la mitad de camino, y en otros, se ha cumplido con creces las expectativas de aquellos lectores que a veces en verdaderas hordas de fanáticos mantienen una idea demasiado elevada de lo que debe ser la adaptación fílmica de esa historia que adoran, poniéndose extremadamente quisquillosos con el trabajo que se realiza desde los inicios de la producción del mismo, y discuten todo –hoy a través de las redes sociales-, en algunos casos hasta son algo exagerados y peligrosos, porque donde se pongan a esos fans en contra, difícilmente la película nazca con alguna esperanza de recuperar al menos el dinero invertido.

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Eso ha ocurrido con unas cuantas películas que han llevado verdaderos clásicos de la literatura universal. Algunas con éxito y otras con un fracaso rotundo.

El llevar lo mejor posible a la gran pantalla una buena historia es también un arte, fundamentalmente de interpretación del autor de la historia original, por eso se trata también de una categoría destacada y respetada en el séptimo arte. Entre algunos autores que han sido llevados al cine con suerte dispar podemos encontrar desde los clásicos como Julio Verne (20 mil leguas de viaje submarino, La isla misteriosa, La vuelta al mundo en 80 días, Viaje al centro de la Tierra, por citar solo las más conocidas), Daniel Defoe (Robinson Crusoe), Alejandro Dumas (Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo), William Shakespeare (Romeo y Julieta, Hamlet, Otelo, Macbeth, El mercader de Venecia, Ricardo III, Enrique IV), Arthur Conan Doyle (con sus distintas variantes de Sherlock Holmes), más cercanos en el tiempo el multifacético Stephen King, John Grisham y sus novelas judiciales, Michael Crichton (Parque Jurásico –la más recordada y exitosa-, pero además, Congo, Esfera, Sol naciente, El gran robo al tren), Ray Bradbury (Crónicas marcianas, Fahrenheit 451, son las más recordadas). Son solo algunos pocos nombres que llegan a nuestra memoria de una extensísima lista que hemos consumido mayormente en tardes de matinée o directamente desde la televisión.

Si bien la literatura ha nutrido de muy buenas historias para que el cine las contase, y por más amantes del cine que seamos, nada puede compararse con tener una primera aproximación a la historia que se cuenta directamente de su formato original, el libro.

De todas formas está pendiente de resolución aquella discusión de qué es preferible, si el primer contacto con la historia debe ser a través de la película y luego leer el libro o al revés.

Si bien aún no tengo del todo resuelto ese dilema, si he de elegir quizás prefiera ver primero la película y luego leer el libro. Me explico. Cuando el primer contacto se da a través del libro, el lector mientras avanza en la historia logra imaginarse hasta la fisonomía de los personajes y hace propia la imagen de los paisajes que el autor pinta con sus propias palabras. Si luego va al cine para ver la misma historia, la visión del director de la película quizás no sea la misma que la que tuvo el lector mientras leía el libro, y ahí quizás nos encontremos con alguna decepción y la tomemos contra la película, por más buena que ésta sea.

De la forma inversa, ver primero la película y luego leer el libro, no llevará a prima facie a que la tomemos contra la película y tampoco contra el libro. Un ejemplo de ello puede ser la reciente trilogía de “El señor de los anillos” de J.R.R. Tolkien, donde la gran mayoría de jóvenes y adolescentes tuvieron una primera visión de la Tierra Media y de los hobbits y elfos a través del cine, y de ahí se dirigieron a los libros… y los fans de Tolkien se multiplicaron en el mundo lográndose vender millones de libros más.

Algo que contradice lo que acabamos de escribir puede encontrarse en la saga de “Harry Potter” de J.K. Rowling, historia que llega al cine por ser un auténtico fenómeno literario de jóvenes y adolescentes del mundo, por tratarse de una autora contemporánea quizás. Recordemos que el universo tolkiniano comenzó a conocerse en la década del 30 del siglo pasado.

Así que el mundo de la literatura estuvo primero relacionado con el teatro y evolución mediante, con el cine y posteriormente con la televisión, y vaya uno a saber cómo sigue evolucionando esta historia en los tiempos venideros y el constante avance de la tecnología y los e-books (libros electrónicos, por su sigla en inglés) que ya han comenzado a invadirnos. Más allá de eso, siempre estará el libro, fuente inagotable originaria y necesaria de nuestras fantasías.

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