trabajaba en la esquina de San Miguel y ahí empecé a ofertar a la gente. Ese día no se vendió mucho porque era el primer día, vendí más o menos 80 diarios y después empecé a vender cada vez más.
Hay oficios que se entrelazan con la identidad de una ciudad. Entre los aromas de la mañana, el saludo apurado del vecino que va rumbo al trabajo y el murmullo de las primeras horas, aparece la figura del canillita, ese mensajero incansable que, con el diario bajo el brazo, reparte más que noticias: reparte presencia, cercanía y comunidad.
En Salto, uno de esos rostros inconfundibles es el de Julio César Machado. Con paso firme y sonrisa franca, ha hecho de cada esquina un punto de encuentro, de cada cliente un amigo, y de cada ejemplar vendido una pequeña victoria cotidiana. Su historia es la de un trabajador que, casi por casualidad, encontró en la venta de diarios un destino y una vocación.
“Me anoté con la encargada, me dijo que tenía que esperar y cuando me llamaron me dieron la esquina de San Miguel. Ahí empecé, ofertando los diarios. El primer día vendí apenas 80 ejemplares, pero después cada vez más. Así arranqué”, recuerda Julio con sencillez, como quien narra una anécdota menor, aunque en esas primeras jornadas se gestaba el vínculo con un oficio que terminaría marcando su vida.
Desde Salto Nuevo hasta avenida Barbieri, sus pasos han acompañado la rutina de miles de lectores. Hoy, después de años en ese punto estratégico de la ciudad, se prepara para un nuevo desafío: mudarse a El Dorado, donde “abre todo el día” y donde seguirá siendo el mismo referente que la gente espera encontrar cada mañana.
“Me gusta, es lindo tratar con la gente”, resume cuando se le pregunta qué significa ser canillita. Y no es una respuesta al pasar: en esas pocas palabras se condensa la esencia de su labor. Para Julio, no se trata solo de vender, sino de estar, de compartir, de saber cómo hablar y escuchar. “La gente te trata bien, tenés que saber cómo tratarlos”, afirma, consciente de que la confianza es la verdadera moneda de cambio en este trabajo.
Hay en su voz una mezcla de humildad y orgullo. Reconoce que la vida pudo haberlo llevado por otros caminos: el cuartel, la Intendencia, algún empleo distinto si hubiera podido estudiar. Pero lejos de la nostalgia, se planta con firmeza en su presente. “Estoy contento con mi trabajo, me sirve”, asegura, reivindicando con naturalidad el valor de lo que hace.
Y es que el oficio de canillita tiene algo de heroico. No conoce de feriados, ni de horarios cómodos. “Yo trabajo todos los domingos y la gente sigue eligiendo Diario EL PUEBLO, siguen comprando, cada vez compran más”, dice con satisfacción. Allí está la clave: mientras muchos descansan, él se levanta con el amanecer, toma su pila de diarios y sale a la calle a mantener viva una tradición que resiste al paso del tiempo y a la vorágine digital.
Cada ejemplar vendido en sus manos es más que un papel impreso: es la certeza de que la comunidad necesita de esos rituales que humanizan, de esos trabajadores anónimos que sostienen, con su esfuerzo, el pulso cotidiano de la ciudad.
Julio César Machado es parte de esa trama invisible que hace de Salto un lugar con alma. Canillita, vecino, amigo de muchos, trabajador incansable que honra un oficio tan noble como duro. Su historia, sencilla y luminosa, nos recuerda que detrás de cada diario que llega a las manos de un lector, hay un hombre que madruga, camina, ofrece y sonríe.
En tiempos donde todo parece efímero y veloz, la figura del canillita se alza como símbolo de constancia y pertenencia. Por eso, la vida y el trabajo de Julio no solo merecen ser contados, sino celebrados. Él es, sin dudas, un orgullo de Diario EL PUEBLO y de toda una comunidad que lo reconoce como parte esencial de su día a día.
