Carlos Texeira Varesi
La disputa por el poder en nuestro país, durante todo el siglo XIX, se resolvió mediante la guerra. Quien ganaba la guerra pasaba a gobernar y se consideraba con derecho al botín. Como sucede en todas las guerras. En el caso de Uruguay el botín era el Estado, o sea el disfrute de todos los bienes públicos, desde la Presidencia hasta el más modesto de los cargos, así como en las compras del Estado, adjudicaciones de campos u otros inmuebles y demás negocios y prebendas que hubieren. Ese botín se repartía entre quienes habían ayudado a ganar la guerra. Así fue como en la década de 1860 logró el gobierno el Partido Colorado, encabezado por Venancio Flores, y con el apoyo conjunto del gobierno de Mitre en Buenos Aires y el Imperio del Brasil. En pago de esa ayuda el Uruguay entró en la llamada Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay. En 1876 los blancos, también mediante la guerra, lograron ser gobierno en algunos Departamentos y se repartieron ese botín entre ellos. Este sistema siguió básicamente hasta 1904, en que la superioridad del Ejército gubernista, hizo inviable toda posibilidad bélica en su contra.
Del botín bélico al político
A principios del siglo XX la lucha por el poder se volvió incruenta. Pasó a hacerse por el voto secreto. Lo que antes eran ejércitos, pasaron a ser partidos políticos. Lo cual fue sin dudas un paso gigantesco. Se pasó a un país de paz y libertad. Dos condiciones esenciales para que una sociedad se desarrolle. Pero el sistema de reparto del botín(los bienes públicos) se mantuvo. El botín de bélico pasó a ser electoral. Antes se repartía entre los guerreros, ahora entre los políticos, los que ponen el dinero para la política (pago de asesores, publicidad, locales, actos, giras, locomoción, hoteles, comidas, asesores, etc.) y los que “tropean” los votos (punteros, delegados, etc). Ese tradicional sistema sigue hasta hoy.
Paga por un servicio
El reparto del botín es una forma de pagar un servicio. Tanto al que ayudó a ganar la guerra, como al que ayudó a ganar la elección, se le paga con el botín. Si no se paga el servicio, en un caso no habrá ejército para ganar una futura guerra y en el otro no se tendrán votos para ganar la próxima elección.
Las leyes y la realidad
Contra esa realidad no han podido las leyes. O mejor dicho, esa realidad impide el cumplimiento de las leyes. Son letra muerta. No pasan de buenas intenciones. Así tenemos que el Estatuto del Funcionario de las Intendencias y múltiples organismos del Estado, establecen el ingreso por concurso o por sorteo (según el tipo de cargos), pero en los hechos hay ingresos masivos sin concurso ni sorteo.
Existen normas que limitan el ingreso de nuevos funcionarios, pero a pesar de ello hay “contratados”, “becarios”, “cooperativistas”, etc., que en los hechos son funcionarios.
Hay leyes que regulan las compras del Estado, sin embargo no dejan de existir las compras amañadas. Tampoco se respetan las observaciones del Tribunal de Cuentas, ni la Asamblea General presta atención a las comunicaciones que recibe del mismo Tribunal, sobre dichas observaciones.
Ese sistema de retribución de la política durante todo un siglo (de principios del siglo XX a la fecha) es el causante principal del desquicio y la inoperancia actual del Estado en su conjunto. La plantilla de funcionarios no se forma con gente capacitada, sino por el servicio al partido. Lo mismo sucede en otras áreas de la actividad estatal: compras, adjudicaciones, concesiones, etc. El que ayudó a ganar es el favorecido. aunque no provea el mejor producto o servicio. Como consecuencia el déficit estatal se incrementa, los impuestos no alcanzan, la disciplina y la idoneidad están lejos de ser realidad entre todos los funcionarios. Esa situación se ha ido incrementando durante más de un siglo y ha llevado a un pésimo funcionamiento generalizado en todos los servicios del Estado. Seguridad, justicia, salud, educación, infraestructura, etc.
Además, esas carencias en el funcionamiento del Estado, traen como consecuencia el mal funcionamiento de la sociedad a todos los niveles.
Un ejemplo
Un ejemplo (entre muchos) que ayuda a entender el descalabro de la administración pública son las empresas públicas creadas a principios del siglo XX. En sus leyes de creación se estableció que parte de sus ganancias estarían destinadas a cubrir el presupuesto de gastos del Estado. Tenía por finalidad bajar los impuestos a la población. Sin embargo, desde entonces hasta ahora, hemos visto lo opuesto, ya que en repetidas veces el Estado ha tenido que cubrir los déficits de esas empresas y evitar sus quiebras, con dinero de los impuestos. Consecuencia de que esas empresas se usan para ganar elecciones y no para servir al país.
Hay en todas las reparticiones del Estado otros múltiples ejemplos que son la peripecia diaria del ciudadano. Lo cual además -como ya señalamos- inciden para que las actividades de los particulares no se desarrollen, o sean de mala calidad.
El dinero en la política
El clientelismo, las compras y concesiones amañadas, amén de otros etcéteras, son consecuencia de una sola causa: la falta de regulación y de control del dinero en la política. Sin dinero no se puede hacer la guerra, ni tampoco política. Pero no hay buena política, si no se maneja adecuadamente el dinero. En otras palabras, es necesario regularlo y controlarlo. De lo contrario, el clientelismo y todo tipo de corrupciones se vuelven inevitables; así como el mal funcionamiento del Estado está más que garantizado. Sin ese cimiento no hay reforma del estado posible. La necesaria profesionalización de la burocracia se torna imposible, la gobernanza de las empresas estatales sigue siendo un desastre, los servicios estatales van de mal en peor. A su vez los operadores de la política, en vez de trabajar por el bien común, lo hacen en beneficio propio y de sus compinches.
Podrá decirse que no todos actúan así en política. Es verdad. Pero no puede negarse que el sistema del botín sigue siendo generalizado y con un gran resultado al contarse los votos.
Desafío
Si no se resuelve previamente el tema del dinero en la política, todo lo que se intente, en cuanto a mejorar el funcionamiento del Estado, será en vano. Una pérdida de tiempo y de energía; y en el mejor de los casos no pasará de un pequeño parche que nada resolverá. El desafío, y a la vez la pregunta, es si habrá hoy la visión y el coraje, que hubo a principios del siglo XX, para tomar una decisión de tal envergadura. Así como en aquel momento se pasó de la Guerra a la Paz, para poder pasar ahora de la mala a una buena política. Se verá!