Después de la entrevista con Pablo Bonet me dieron ganas de profundizar en un concepto específico de la Gestión Cultural: la confusión entre arte y emoción, un malentendido que se arrastra desde siempre y afecta la economía artística. ¡EL ARTE NO ES EMOCIÓN, ES VOCACIÓN!
Imaginen a alguien subiendo a un escenario por primera vez. No sabe qué hacer con las manos, la voz se le corta, la respiración se desorganiza. El cuerpo, que en la vida cotidiana parece obediente, se vuelve un extraño. Es la emoción desbordada sin técnica que la organice.
El público suele interpretar lo contrario. Desde la butaca ellos ven ojos encendidos, voces vibrantes, cuerpos en movimiento y concluyen: ¡el artista está siendo llevado por la emoción! Pero no. Lo que el público percibe como un torbellino de pasión para el artista es, en realidad, el control absoluto de cada movimiento.
¿Qué dicen los artistas?
Denis Diderot, en La paradoja del comediante (1770), fue claro: el actor no llora, sino que fabrica una ilusión precisa que provoca lágrimas en los espectadores. El talento consiste en fingir el llanto con la misma eficacia en cada nueva presentación.
Antonin Artaud, en El teatro y su doble (1938), propuso un “atletismo afectivo”: el actor no debe entregarse al capricho de la emoción, sino entrenar —igual que un deportista— cómo pasar de una emoción a otra usando la respiración como si fuera un músculo.
Konstantin Stanislavski, con Un actor se prepara (1936) y La construcción del personaje (1949), puso la disciplina en el centro. Método, acción física, repetición incansable. Para él, la emoción era apenas un material que debía canalizarse en acción escénica concreta. El escenario no perdona improvisaciones: lo que no está ensayado, se cae.
Judith Butler, en El género en disputa (1990), aportó desde otro frente: lo que llamamos “emoción” o “identidad” es performativo, un acto repetido, culturalmente codificado. Lo que el público cree ver como emoción espontánea es, en realidad, técnica desplegada, un gesto construido para ser leído de cierta manera.
Vocación y campo laboral
Para el artista, el arte es vocación. Es oficio, ensayo, disciplina. El problema no está en ese llamado que no puede eludir, sino en la poca salida laboral. Y ahí empieza la exigencia al poder público: empleo, renta, salario. Lo básico. No se trata de subsidios como caridad, sino de estructuras que permitan vivir del oficio.
El mito del artista gestor
Se suele esperar que el artista se autogestione con la misma pericia con la que interpreta un personaje o compone una canción. Error. Somos brillantes en escena, pero un desastre fuera de ella. Somos un refinado tipo de niní, no servimos ni para manejar plata ni para administrar nuestras pasiones. Por eso necesitamos gestores.
El Coordinador de Cultura es nuestro referente en el poder público para organizar la parte invisible del iceberg: armar presupuestos, sostener llamados, lidiar con la burocracia. Es ese el trabajo que lo sostiene todo. Sin eso, no hay arte en los escenarios ni en las calles.
Campo laboral y autonomía
No queremos vender rifas ni ravioles. No queremos organizar peñas ni kermesses. No queremos sentir la obligación de ser una atracción turística. Queremos condiciones para emprender proyectos artísticos con ensayo, estudio y disciplina en el centro. Queremos ganar dinero, queremos hacer buenos espectáculos, queremos vivir bien.
Para eso se necesita una Dirección de Cultura fuerte y preparada, capaz de convertir talento en estructura, inspiración en salario, creatividad en autonomía.
El miedo al éxito
Entre artistas existe un mal silencioso: el miedo al éxito. Ese autosabotaje que nos hace creer que no nos merecemos estar mejor y nos impide generar diálogos productivos y prósperos. Es una trampa mental que erosiona proyectos y nos condena a la precariedad.
No deberíamos tenerle miedo a crecer, a vivir de nuestro oficio, a esperar lo mejor del poder público y del sector empresarial. No deberíamos avergonzarnos de pedir salario, estabilidad y campo laboral. Nos merecemos ser felices en lo que hacemos y la sociedad entera se beneficia cuando hay abundante producción de ARTE.
¿Qué es el ARTE?
Para el público, emoción. Para el artista, vocación. Para el poder público, obligación.
Producir ARTE es caro, demanda tiempo, estudio, disciplina, dedicación y eso necesita presupuesto. La política cultural se juega en la poesía de los discursos y en la aritmética de los recursos.
La semana que viene les hablaré de la ley de ARTE & CULTURA para Salto. ¡Viva el ARTE! ¡Salario digno para las y los ARTISTAS!

