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martes, noviembre 18, 2025
Columnas De Opinión
Alejandro Irache
Alejandro Irache
Licenciado en Psicología por la Universidad de la República(UDELAR). Habilitado por el Ministerio de Salud Pública (MSP). Atiendo a adolescentes y adultos, con foco en procesos de angustia, depresión y crisisexistenciales. He complementado mi formación con estudios en psicología laboral, selección de personal IT, psicología del deporte y salud mental grave,realizados en la Universidad de Palermo y en el Centro Ulloa (2024).

La introspección, la psicología y la filosofía ofrecen herramientas para sostener la estabilidad emocional en una época marcada por la velocidad y la hiperestimulación.

El arte de comprendernos: psicología, sentido y la huella invisible de nuestras decisiones

«Conócete a ti mismo»

 
Socrates – Oráculo de Delfos

En un mundo que avanza con una velocidad casi violenta, comprendernos se ha transformado en una necesidad vital, casi en un acto de supervivencia silenciosa. La psicología y la filosofía, lejos de ser ejercicios abstractos confinados a bibliotecas o consultorios, funcionan como mapas internos: cartografías sensibles que nos permiten reconocer el terreno emocional, cognitivo y simbólico sobre el cual transcurre nuestra existencia. Hablar de introspección, emociones, sentido o decisiones deja de ser un lujo intelectual para convertirse en una forma concreta de sostener la estabilidad subjetiva en medio del ruido transversal que atraviesa la vida contemporánea.

Comprender la experiencia humana en la vida moderna

Las emociones son más que reacciones biológicas: operan como sistemas de navegación. Son brújulas que acompañan la evolución de nuestra especie desde hace miles de años, avisándonos cuando algo duele, cuando algo merece atención, cuando un vínculo se vuelve esencial o cuando un límite ha sido transgredido. Sin embargo, las estructuras sociales actuales —el trabajo, las redes, la inmediatez, el exceso de demandas simultáneas— promueven una desconexión progresiva de estas señales internas.

Vivimos expuestos a una densidad de estímulos que habría resultado impensable hace unas décadas. La repetición incesante de noticias, opiniones, videos, tareas paralelas y notificaciones que irrumpen incluso en los pocos espacios de silencio disponible genera un fenómeno emocional novedoso: una hiperestimulación constante que agota los sistemas atencionales y altera la percepción del tiempo.

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Nuestro cerebro, gestado para un ecosistema más pausado, no está diseñado para sostener esta fragmentación permanente. La ansiedad, en ese sentido, se ha convertido en un producto social, una manifestación colectiva. Ya no es únicamente una condición individual: es el síntoma psicológico de una sociedad acelerada que confunde la productividad con el valor personal, que convierte cualquier forma de pausa en un gesto sospechoso y que premia la velocidad aunque sacrifiquemos nuestra estabilidad emocional.

Bajo esta presión, el malestar se acumula en capas: tensión corporal, fatiga cognitiva, irritabilidad afectiva, percepción de amenaza, sensación de vacío. La ansiedad se vuelve el eco emocional de una velocidad artificial que ninguna biología puede sostener indefinidamente.

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El papel de la introspección

La introspección no es una indulgencia narcisista. Es una herramienta de calibración interna: un mecanismo para revisar cómo funcionamos, cómo sentimos, cómo pensamos y por qué reaccionamos de determinadas maneras. Implica hacernos preguntas incómodas, pero necesarias: ¿Qué estoy evitando? ¿Qué emoción se esconde debajo de esta respuesta automática? ¿Qué deseo estoy postergando por miedo, por costumbre o por inercia?

Observarnos unos minutos al día evita que vivamos en piloto automático. Disminuye la impulsividad, mejora la toma de decisiones, fortalece la autonomía emocional y nos permite distinguir entre lo que creemos que queremos y lo que realmente necesitamos. No es imprescindible una terapia para comenzar este proceso —aunque la terapia profundiza el camino—; basta con pequeños actos de honestidad cotidiana: detenerse, sentir, interpretar, registrar.

En cada gesto mínimo se esconde un mensaje. Cómo respondemos a un mensaje, cómo evitamos una conversación difícil, qué excusas inventamos para no avanzar o por qué repetimos los mismos conflictos con distintas personas: esas microconductas revelan engranajes psicológicos profundos. Son rastros del inconsciente, de aprendizajes antiguos, de heridas no elaboradas o de significados que siguen operando desde las sombras.

El aporte de la psicología actual

La psicología contemporánea ha demostrado que la salud mental depende de nuestra capacidad para regular emociones, interpretar experiencias y construir sentido personal. No se trata solo de “estar bien”: se trata de entender cómo funcionamos para evitar que lo inconsciente gobierne nuestra vida sin advertencia.

La neurociencia ha revelado que pequeños cambios en los hábitos —una respiración más lenta, una rutina de sueño adecuada, la práctica sostenida de atención plena, el cultivo de vínculos seguros— modifican los circuitos neuronales. Lo emocional no es un territorio abstracto: es neurobiología viva. Cada experiencia deja huellas fisiológicas que se reorganizan a través de la repetición consciente. La psicología, en diálogo con la biología, confirma que cambiar la manera en que pensamos y sentimos implica literalmente cambiar la arquitectura del cerebro.

Asimismo, enfoques como la psicología existencial, la terapia cognitiva, la gestalt o el psicoanálisis aportan distintas perspectivas sobre los procesos internos. Todas coinciden en algo esencial: comprender nuestra historia, nuestros mecanismos y nuestras emociones es indispensable para construir una vida con mayor coherencia.

Miradas filosóficas para la vida diaria

Más allá de sobrevivir, buscamos que la vida tenga sentido. El sentido es el eje que organiza nuestra existencia, la narrativa que permite que incluso los momentos oscuros posean algún tipo de coherencia emocional. El ser humano no vive únicamente de hechos: vive de interpretaciones.

La filosofía existencialista continúa vigente porque nos confronta con la responsabilidad por nuestras elecciones. Somos, en gran parte, consecuencia de lo que decidimos sostener. Ninguna libertad es absoluta, pero siempre existe un margen para la decisión, incluso cuando todo alrededor parece restringirnos. Asumir esa responsabilidad implica reconocer que nuestras decisiones dejan huellas invisibles, que cada ruta elegida configura una versión de nosotros mismos.

Camus, Sartre, Nietzsche o Kierkegaard siguen preguntándonos qué hacemos con nuestra vida, qué sentido construimos y qué dejamos que otros definan por nosotros.

Cómo construimos significado

Cada persona lleva consigo un relato interno: una narrativa secreta que explica quién es, qué vivió, qué heridas lo moldearon y qué sueños persisten. Esa historia, muchas veces llena de errores interpretativos o conclusiones apresuradas, condiciona nuestras emociones y decisiones futuras.

Las palabras que usamos para describirnos no son neutras. Cambiar el lenguaje interno transforma la experiencia subjetiva. Pensarnos desde la culpa no es igual que pensarnos desde la responsabilidad; nombrar una emoción permite regularla; reconocer el dolor impide que se vuelva síntoma. Desde esta perspectiva, el lenguaje es una herramienta terapéutica: redefine el modo en que sentimos, recordamos y proyectamos.

Acciones conscientes en un mundo que distrae

La vida moderna exige una disciplina afectiva: aprender a detenernos antes de que la mente se fragmente. Pequeños actos pueden funcionar como anclas: respirar profundamente durante treinta segundos, escribir tres líneas en un cuaderno, caminar sin estímulos, observar algo sin apuro. Estas prácticas no resuelven todos los conflictos, pero crean espacios internos donde la mente puede reorganizarse.

Hacer una pausa no es perder tiempo: es recuperarlo. En ese silencio breve se ordenan las prioridades, se clarifican emociones, se desarman tensiones y se recupera una sensación mínima de agencia.

Hábitos mínimos que cambian la percepción

• Observar sin juzgar
• Registrar emociones en un cuaderno
• Decir “no” sin culpa
• Dormir de manera adecuada
• Reducir el tiempo en pantallas
• Dialogar con alguien de confianza
• Crear rituales pequeños de descanso
• Respirar profundamente al iniciar el día

Estos hábitos no buscan perfección, sino presencia.

Conclusión

Comprendernos no es una tarea ocasional: es un proceso continuo, íntimo, exigente y profundamente necesario. Tanto la psicología como la filosofía nos ofrecen herramientas para ver lo que no vemos, cuestionar lo que damos por hecho y construir formas más conscientes de habitar la experiencia.

La introspección, el sentido y los pequeños actos cotidianos constituyen un camino práctico hacia una vida más plena. No buscamos controlar la totalidad de lo que ocurre —la vida siempre conserva un margen de imprevisibilidad—, pero sí podemos aprender a leernos mejor. Cada decisión, cada emoción, cada pausa deja una huella invisible que configura quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser.


Preguntas:

1. ¿Por qué es importante la introspección en la vida diaria?
Porque permite comprender nuestras emociones y decisiones, lo que mejora la autonomía emocional.

2. ¿La ansiedad siempre es patológica?
No. Muchas veces es una respuesta natural a un entorno acelerado o exigente.

3. ¿Cómo influye la filosofía en la psicología moderna?
Aporta marcos conceptuales sobre sentido, libertad, responsabilidad y existencia humana.

4. ¿Qué hábitos ayudan a mejorar la salud mental?
Descanso adecuado, regulación emocional, reducción de pantallas y ejercicio moderado.

5. ¿Es necesario ir a terapia para empezar a comprenderse mejor?
No siempre, aunque puede ser muy útil; la autorreflexión cotidiana es un buen inicio.

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