Eduardo Muguruza tiene 84 años y una memoria lúcida que guarda vivencias intensas. Su presente está marcado por la calidez de la familia. «Mi familia está integrada por mi señora y mi hija, fundamentalmente, y ahora un primer nietito, así que estoy disfrutando de esto al día de hoy», cuenta con emoción. «Mi nieto nació en noviembre, está por cumplir cinco meses y es la joya de la familia.»
Gran parte de sus afectos permanecen en Salto, donde también comenzó su militancia. “La mayoría de mi familia está viviendo ahí: mis hermanas, mis sobrinos, los hijos de mis sobrinos”, menciona.
Eduardo fue preso político durante la dictadura uruguaya. La detención se produjo antes del golpe de Estado. “Me resulta difícil hablar de eso… Yo estuve preso desde el año 72 hasta el 84. Doce años y diez días fue la pena que me asignaron a los pocos meses de caer preso como integrante del MLN-Tupamaros, ahí en Salto precisamente”, relata.
Recuerda cómo la represión alcanzó su vida personal y profesional. “Un día de mayo del 72 me fueron a hacer un allanamiento en mi casa estando vacía. Yo estaba trabajando en mi consultorio, a seis cuadras. Me vinieron a avisar que habían entrado y allá marché a salvar lo poco que tenía. Se equivocaron de casa, pero como ya sabían de mi militancia en el Frente Amplio, marcharon conmigo y no me dieron ninguna opción de explicar mi tarea política.”

Durante su reclusión, Eduardo fue uno de los primeros presos del Penal de Libertad. “Los primeros meses estuve solo en una celda, luego la compartí porque seguían entrando presos y más presos. Un penal con 500 celdas pasó a tener 6 o 7 personas en cada una.”
Su formación como odontólogo le permitió ejercer dentro del penal. “Estuve trabajando en la policlínica del penal, atendiendo a los compañeros. Eso duró menos de dos años, luego me sacaron y me trasladaron con los presos considerados de mayor responsabilidad.”
El encierro no detuvo su deseo de seguir aprendiendo. “Me dediqué mucho a estudiar. Teníamos permitido un solo cuaderno en la celda y escribía con letra tan chiquita que hoy no la puedo leer. Estudié antropología, medicina, y muchas otras cosas.”
Uno de los recuerdos que guarda con claridad es su encuentro con Raúl Sendic. “Lo conocí sin saber que era él, en un intercambio de información entre Salto y Montevideo. Era una persona recostada bajo un ceibo, con una voz finita, muy como era él. Usaba un seudónimo. Solo más adelante supe que era Sendic.”
Eduardo también describe cómo los hechos políticos influían en el destino de los militantes detenidos. “Tras la fuga de Punta Carretas, se radicalizó la represión. Uno tras otro, caían compañeros y se declaró la guerra interna.”
A pesar de la dureza del encierro, nunca perdió la esperanza. “Ya se notaba que el sistema represivo no aguantaba más. Cuando liberaron a Seregni, me mentalicé en que faltaba poco. Por suerte, salí a fines de mayo del 84 y me reintegré a la militancia en Salto.”
La experiencia de la prisión dejó una marca imborrable. “Fue muy difícil. Adaptarse a estar encerrado, a soportar los mensajes del otro lado de la puerta. Por suerte, estuve casi siempre acompañado por otro compañero. Nos cuidábamos entre todos.”
El contacto con su familia fue clave para sobrellevar esos años. “Cada 15 días tenía una visita de 45 minutos. Mi madre era una tigra. También me visitaban mis hermanas y algunos familiares de la que era mi señora en aquel tiempo. La familia va primero.”
Finalmente, recuerda cómo la convivencia, las tareas, y el afecto entre compañeros lo ayudaron a resistir. “El trabajo, el estudio, las manualidades que hacíamos… todo nos ayudaba a pasar el tiempo. Era muy importante cuidarnos entre todos.”
