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jueves, 10 de abril de 2025
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Dr. Aurelio Areco

Diario EL PUEBLO digital
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Los pies del Everest dan paz y suspensión de todos los sentidos por un momento”.

Este relato se trata sobre un medico uruguayo, nacido en el departamento de Rivera pero ya hace cerca de 40 años no vive en nuestro país. Se trata de Aurelio Areco, quien a sus 68 años decidió cumplir un sueño; subir el Everest, desafiar todos los sentidos y cumplir con un anhelo muy grande en su vida.

De paso por Salto, traído a la ciudad naranjera por su vínculo con familiares y festejos de una boda que lo hizo llegar por estos lares, Areco quien además de la medicina tiene otra pasión; correr y subir cerros y montañas en España. Esta instancia fue propicia para que nos relate que se trataba esa gran expedición y por qué hacerlo.

“Yo nací en Rivera, muy cerquita de Tranqueras, aunque no éramos muy conocidos en la zona ya que mi padre se dedicaba a la minería y viajaba todo el tiempo a Minas de Corrales. De niño y por lo agreste del lugar, me gustaba muchísimo subir a los cerros y siempre decía que un día llegaría a un pico de la cordillera. Con el tiempo y los años fui estudiando pero siempre mirando de reojos lo que sucedía con algunas personas que contaban sus experiencias en la subida al Everest.

Una vez que me recibí, decidí irme del país, sentí que debía volar con otro rumbo y ponerme una pesada mochila de conseguir trabajar fuera de mi país.

Una vez que llegué a Barcelona me aloje en un hotel muy precario y de allí comencé a visitar distintos centros y hospitales. Pues no conseguía nada, cuando mis ahorros comenzaron a flaquear los nervios fueron en aumento. Cuando ya casi no me quedaban recursos, ahí apareció una oportunidad laboral en un pequeño residencial de ancianos, pues realizábamos medicina general con otra colega que le fue ayudando a descubrir ese mundo desconocido para mí. Algunas de mis actitudes llamaron la atención en los dueños del lugar y me ofrecieron otra posibilidad laboral muy cerquita de Cataluña. Debía viajar dos horas por día y no había mucha comodidad qué digamos. Pero mi meta siempre estaba puesta en avanzar, y adquirir experiencia.

Pasaron los años y un hospital vio mi trabajo y los dueños me llamaron para que comenzara a ser parte. El hospital era privado, los pacientes muy respetuosos y el personal era excelente.

Allí mientras trabajaba conocí una persona que había vivido cerca del Tíbet; vaya casualidad y mala fortuna para esta persona porque le pregunté de todo! (Risas).

Cómo llegar y qué hacer

“Ayem era el nombre de esta mujer que tenía una información espectacular acerca de dónde ir y como llegar al monte Everest. Pues nos hicimos grandes amigos y me fue ayudando con mi sueño de un día visitar el lugar.

Con el tiempo los amigos uruguayos empezaron a decirme que era una locura lo que pensaba hacer, hasta que un día me planté y les dije más loco es perderse ese momento de estar ahí. Un día tome la decisión y le dije a mi esposa. Pues de mi familia tenía todo el apoyo. La preparación iba en aumento y después de corroborar los datos climáticos nos fuimos al Everest con dos amigos más.

Sabíamos de las condiciones climáticas, pero las ganas de estar ahí eran muy grandes. A tal punto que comenzamos a tomar contacto con algunos guías y obviamente nos alentaron. Nos indicaron que hacer y a mi edad era un poco arriesgado pero había un antecedente muy reciente de una persona de mi edad que había intentado, no llego pero lo dejo todo en la montaña.

Aurelio nos fue contando del viaje en Avión y su llegada a la India.

“El día del vuelo había una tormenta muy grande, el despegue del avión se retrasó dos horas. Mi esposa estaba ahí, me miraba se reía y no decía nada. Pues solamente con la mirada me estaba diciendo ‘que loco que sos’ (risas).

Después de viajar unas cuántas horas, por fin arribamos y nos esperaba una delegación de guías que tenían ya la fecha para subir.

Después de una ducha en el hotel nos fuimos a un restaurante que era muy chiquito y muy extraño, te puedo asegurar que un plato de ravioles me hubiese salvado la vida en ese instante. Tuvimos una charla con los guías y en ese momento había una voz que me decía ‘quedate’.

Desafiando a todos, incluso a mi mismo salimos la madrugada de un 7 de agosto de 2008 y por suerte el clima nos acompañó como si supiera que allí en esa delegación había alguien que no sabría qué hacer si un fenómeno meteorológico como una fuerte tormenta de nieve irrumpiera en nuestro camino.

Para que aquellos que esperan el final feliz les diré que no! No hay final feliz y yo tocando la cima de la montaña. Pues en el trayecto vi una cantidad de personas que no podían llegar incluso un campeón de Cross debió volver.

Yo no pude llegar, me faltó muy poco, nunca develo la cantidad de metros que me separaron porque es algo muy mío. Y eso es secundario a la experiencia que adquirí; el viaje, las personas que conocí, su cultura, su educación y muchas cosas más me dejaron muy impresionado. Estar debajo de los pies de ese gigante que Dios creó, es algo que no tiene precio.

La preparación y las ganas fueron vitales, ahora un consejo que puedo dar es que si no sientes vivir la experiencia pues déjala; tú no la quieres, no sientes ganas? No la hagas. Te perderás de conocer un gigante que habita entre nosotros.”

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