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Diyaro de Alcenabides, el héroe del Ronombón

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En un mosaico del Siglo V, Ninfeo de Arozi, grababa a fuego las palabras de aquel héroe trágico que murió antes de llegar al campo de batalla. “Los que nunca están conmigo/tampoco vendrán ahora”

Diyaro de Alcenabides, hijo de Kordino y Tamara de Cil, fue un héroe sin suerte, “el fracaso de las victorias”, según Heródoto, y el menos protegido por los Dioses, de acuerdo a Plutarco y Euripides, que discutían en una taberna del Egeo sobre los vinos de las montañas y las vides junto al mar. Nadie supo quien introdujo el tema de Diyaro, pero ambos coincidieron en sus comentarios.

“Dios da pan a quien no tiene diente… y vides a quien no toma vino”. Esa frase quedó flotando en la taberna, y nunca se supo si la dijo Plutarco o Eurípides, o el tabernero al accionar el repasador en la mesa para limpiar las migas, grasas y gotas de vino desperdiciadas por los filósofos y escribas allí reunidos.

Diyaro conducía el carro de guerra mas resplandeciente, en lo que sería aquella su casi primera, y única, batalla….

Tenía en el frente dos escudos de acero, uno con tres esmeraldas y el otro con tres rubíes, un rojivede al frente, muy valioso, sin dudas, y especial para la envidia de la grey guerrera.

Pero eso no era todo, tenía manillas de oro 18 kilates y gruesos ribetes de plata y engarzados de piedritas de balastro fino, que le daban un toque popular que el luchador quería resaltar, por aquello de “no es oro todo lo que reluce”, y a propósito de “luces o reluces”, tenía también dos cristales espejados en su carro, donde se miraba y se peinaba a menudo, para no ir desordenado a las batallas…

Diyaro había crecido a la sombra de sus tres tios, Adinor, Torfan y Monticar, guerreros afamados, amantes insuperables, bebedores empedernidos y gobernadores nefastos de la pequeña península de Alcenabides, a orillas del Egeo…

Dicen que sus tíos se turnaban al frente del gobierno y despilfarraban las bonanzas de la población, cada cual con menos recato.

Planificaban obras públicas a un precio, y les terminaba saliendo el doble o el triple, y si alguien en el Ágora se quejaba, aseguraban, “que las cosas cada vez cuestan más”, “todo sube en esta vida”, “los pesos se esfuman, las obras quedan”. También eran adictos a las fiestas, opíparas cenas y abundantes almuerzos, contratando a músicos de todas partes, actores, saltimbanquis, malabaristas y boxeadores del estilo griego, para disfrutar en grande, las bondades del gobierno.

Diyaro fue cabeza de ejército, entrenaba como el que más, participó de varios simulacros pero nunca logró estar en batalla.

Fue de los primeros en la historia en formar parte del banco de suplentes de los militares, se sabía todo de tácticas y estrategias, de avances y retrocesos, de los movimientos sincronizados que envolvían a los enemigos y lo hacían fácil presa de la audacia del guerrero.

Siempre amó la teoría, es más, fue un teórico en toda la dimensión de la palabra, le faltaba la práctica, la acción en tiempo real, una pelea de arañazos y mordiscos, de pica y palo, de filo contrafilo y punta….

No veía las horas de debutar, de mostrar en acción lo mucho aprendido en el cuartel, en los campos de prueba, y salir a ganar en las batallas que se le fueran presentando.

El momento más feliz de Diyaro, fue cuando en los días previos a salir espada en mano, cumplió con el rito impuesto por sus tíos, que les otorgaba a los guerreros el combatir en las batallas del amor. Hermosas mujeres de diferentes edades, elegidas a gusto y paladar del combatiente. Diyaro separó una de talle XL, otra de 1.50 de altura y otra de casi un metro noventa, que según le dijeron jugaba a un juego de pelota y cesto, que los tiempos posteriores denominaría “Basquet”, cosas que Diyaro nunca se enteró, por supuesto, pero, que elogió la forma de encestar de aquella chica, era pelota y aro, y a la bolsa…

STAR WARD….

Y en aquella guerra declarada por el oprobioso Buzikin de Simora, al que los tíos queridos le debían mucho dinero por especias y otras mercancías, y menudencias del momento.

En las rocosas colinas de Ronombón iba a ser el debut de Diyaro en el combate, y el comienzo de una caminata hacia el valle de los Héroes que jamás sería olvidada…

A la cita concurrieron escribas, poetas, historiadores, filósofos, notarios, para observar de cerca el accionar de Diyaro, tomar nota y contar sus hazañas en el campo de batalla…

Cuando marchaban a la guerra, los cronistas estamparon que el héroe estaba en desventajas, en armamentos, en soldados y en dinero. Fue por eso que destilando una fuerte rebeldía, aceleró el paso de su carro, más de lo aconsejable se diría, tanto es así que sus corceles en determinado momento se desbocan y se acercan peligrosamente a un pico rocoso.

Cuando Diyaro da el giro, su carro queda en el aire, y golpea de lleno a una gran roca suelta, que se despeña, provoca un alud y sepulta a los cincuenta generales de Buzikin, y al oprobioso mismo….

Diyaro ni se enteró de su victoria pues murió en la colisión contra la gran roca, y ni los dioses nunca le contaron que con su acción había logrado un hecho heroico…

Para los cronistas, que narraron el insuceso, fue el héroe del Ronombón, el que salvó a su pueblo de los acreedores y que les permitió a sus tíos seguir gastando con otros proveedores, sin pagar a nadie….

Con el tiempo, la única que llevaba flores a su tumba era su madre, Tamara de Cil, ya que su padre Kordino, solo elevaba su copa, cada aniversario de la batalla, y repetía, “pudo haber sido un gran guerrero si los dioses no lo hubieran maltratado. Que les costaba dejarlo ganar una…”.

CAMACA

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