En Uruguay hemos pasado, casi sin darnos cuenta, de hablar de independencia a vivir instalados en la nostalgia. Nos emocionamos con las fechas patrias, pero muchas veces más por el feriado que por el significado. Cambiamos el debate sobre el porqué de nuestra libertad por la polémica vacía sobre cómo festejarla. Y así, lo que debería ser un espacio para la memoria y la reflexión, se transforma en una excusa para olvidarnos de ambas.
Como medio de comunicación, sentimos la responsabilidad de invitar a que esa nostalgia que tanto nos gusta cultivar no se limite a la melancolía de los actos escolares o las fotos en blanco y negro. Que sea una nostalgia que venga por el lado de los valores, del respeto, de la constricción al trabajo y de la dignidad. Una nostalgia activa, que no mire el pasado para suspirar, sino para recordarnos que hubo un tiempo en el que la palabra empeñada valía más que cualquier contrato, y en el que la libertad se defendía con esfuerzo y no con slogans.
No estamos en contra de la celebración. La alegría y la unión también forman parte de la identidad de un pueblo. Pero la diversión no puede opacar el verdadero motivo por el cual hoy tenemos un feriado. Este día existe porque hubo quienes pusieron por encima de su comodidad el destino colectivo. Porque hubo mujeres y hombres que soñaron con un país libre y trabajaron —muchas veces a costa de su vida— para que nosotros lo heredáramos.
La historia no puede ser un campo de batalla ideológico donde cada quien acomoda los hechos a su conveniencia. Debe ser un espacio de aprendizaje, un espejo que nos muestre tanto los aciertos como los errores, para no repetir los segundos y honrar los primeros. Discutir por quién tiene la “versión correcta” de los acontecimientos es, en el fondo, una manera de vaciar la historia de su esencia: enseñarnos.
Por eso, en este día, más que reclamar patriotismo en las redes o en discursos de ocasión, invitamos a todos a un ejercicio más profundo: pensar qué estamos haciendo con la libertad que recibimos. Si somos capaces de honrarla con trabajo bien hecho, con respeto por el otro, con compromiso por nuestra comunidad.
La independencia que hoy evocamos no es una reliquia de museo. Es una tarea diaria. Y quizás la mejor manera de celebrarla no sea con fuegos artificiales o largas sobremesas, sino con la determinación de que, cuando llegue el próximo feriado patrio, podamos decir que fuimos dignos herederos de quienes nos la regalaron.