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jueves, 1 de mayo de 2025
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Hoy: narrativa de Fernando Villar

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POR: JORGE PIGNATARO

En los últimos meses, con mínima diferencia de tiempo entre una y otra, el salteño Fernando Villar ha lanzado dos novelas: «Delirio impostor» y «Angélica y la casa al final de la calle». Ambas, si bien aún no han sido editadas en versión papel, están disponibles en internet para su descarga en formato digital.

Historias de intriga, suspenso y terror son las que caracterizan a su literatura.

Fernando Villar se dedica especialmente al teatro. Integra el elenco del conjunto teatral (de Salto) «Le Varité» y habitualmente dicta, en distintos ámbitos, talleres artísticos. Desde su empresa «Crearte» apuesta al arte como elemento esencial para la formación de las nuevas generaciones.

«Con una narrativa punzante, viviremos de cerca la primera parte de la historia de una joven capitalina (Angélica) que tras mudarse a nuestra ciudad, vivirá la que probablemente, sea la peor experiencia de su vida», estas palabras se han dicho sobre su última novela, de la que el propio autor ha seleccionado el siguiente fragmento para compartir hoy con los lectores de EL PUEBLO:

Fragmento de la novela
«ANGÉLICA y la casa al
final de la calle»
CAPITULO II:
DETRÁS DE LAS PAREDES

Ya habían pasado casi dos años desde que Angélica se había mudado a la ciudad de Salto, había terminado la secundaria y comenzado la universidad, delante de ella se empezaba a abrir un nuevo horizonte bastante prometedor.

A nivel familiar, la relación entre sus papás había mejorado notoriamente en el último tiempo, y era muy reconfortante ver como al cabo de casi cuatro años se veían tan animados y tan entusiasmados en su relación de matrimonio.

Para con ella, todo funcionaba a la perfección. Aquellos años de tristeza y nostalgia por su vida en la capital habían terminado y también aquella pequeña etapa de rebeldía que vino después.
Todo marchaba sobre ruedas, Angélica se había adaptado muy bien al ritmo de vida de una de las grandes ciudades del interior, y hasta tenía algunas amistades que le acompañaban en su transitar por la facultad de psicología. Pero, mucho más que una amistad, era lo que la unía a su prima Jenny, ellas dos eran inseparables, como dos hermanas; de hecho, era lo que todos pensaban cuando las veían por primera vez.

En tan solo tres años de conocerse, habían logrado forjar una relación súper especial, y, muy a pesar de las diferencias que había entre ellas y que al principio se levantó como un gran muro, lograron, con el transcurrir del tiempo, derribarlo y encontrar un equilibrio que les permitió medir sus muy distintos temperamentos y personalidades, transformándolos en fortalezas que hacía que sintieran que su amistad era para toda la vida.

Muchas cosas habían cambiado en el barrio desde la llegada de Angélica y su familia.

Una de las casas se había alquilado, y ahora tenían un vecino nuevo, algo que, en parte disgustaba a algunos de ellos, puesto que era un hombre joven de unos 35 años, al que le gustaba, en su tiempo libre y fines de semana, juntarse con algunos de sus colegas de trabajo a oír música alta y tomar alguna que otra bebida, y esto sin dudas molestaba a los vecinos más viejos de la cuadra.
También de lo más relevante, fue la muerte de doña Alba, sin dudas esto conmovió a los vecinos en 2015, pues pasaron dos días sin que los vecinos le vieran y no fue sino a la tarde del segundo día, que don Carlos, extrañado de que su clienta diaria no fuera por su comercio, fue a verla; la encontró tirada en el living de su casa, muerta. El pobre viejo en la desesperación por ayudar a la anciana que creía aun viva, rompió el vidrio de la puerta de entrada y terminó con sus manos todas lastimadas.
En fin, como dije antes, muchas cosas cambiaron en tres años en aquella cuadra, y conforme pasaba el tiempo, Angélica empezaba a abrirse paso en esa vida social de barrio, comenzando a tener clara varias cosas de su vida ahora como adulta, y una de ellas era, que detrás de las paredes de cada casa había una realidad, muy distinta una de otra, y esto, daba sentido a las palabras que durante su niñez y parte de su adolescencia escuchó decir a su abuela «cada casa es un mundo».

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