En una nota titulada «El Bagashopping de Salto», la periodista María Orfila, de la redacción de El Observador, publicó en la edición del domingo último algunos aspectos de la temática en la que se enmarca el también denominado «Paseo de Compras». Considerando el interés que tiene el tema en nuestra ciudad reproducimos textualmente dicha nota y la ilustración que le acompaña.
El bagashopping no es solo un paseo turístico, o el lugar donde se puede hacer un surtido barato, sino la fuente laboral de aproximadamente 400 familias
A la típica frase «pregunte que no molesta» se le había sumado un murmullo. Por los corredores de chapa y madera del conocido «bagashopping» salteño solo se comentaba una cosa. Días antes habían sido procesados ocho empresarios -tres salteños-, cinco aduaneros, tres policías de Migración y dos funcionarios del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP) por «delivery» de contrabando.
La llamada Operación Frío Polar desbarató una red que entraba al país desde insumos para vehículos hasta productos químicos sin pagar los impuestos correspondientes a una importación. Uno de los tres salteños era el principal proveedor del «paseo de compras», eufemismo para lo que a simple vista es una mezcla de asentamiento con feria de techitos verdes. Un rincón turístico de la informalidad a la entrada de Salto.
No se hablaba de otra cosa pero se lo hacía con la parsimonia que exige la hora de la siesta de los últimos días de verano. Hasta el día de la visita de El Observador no hubo ningún operativo policial ni se esperaba ni se temía… si algunos vendedores hasta se estaban refrescando los pies en un balde.
Ciudad informal
Once años atrás, un relevamiento determinó que el 20% de las unidades comerciales de la ciudad de Salto tenía carácter informal. La cifra quedó corta en aquel entonces y queda corta hoy, a juicio de Ricardo Urroz, presidente del Centro Comercial e Industrial de Salto (CCIS), en vistas de la existencia de comercios no inscritos a la DGI o al BPS y los casi 300 puestos del bagashopping y sus «apéndices»: medio tanques y vendedores domiciliarios y ambulantes, cuyo rechazo a la formalidad le cuesta gotas gordas de sudor, más que el clima caliente del litoral. La razón se llama competencia desleal. Y no es un invento nuevo. Por lo menos desde 1982 cuando se inauguró el puente internacional e hizo más fácil el cruce de orilla a orilla, o desde 1995 cuando un grupo de comerciantes minoristas fundaron el CCIS para defender los mismos intereses. Hoy Urroz reclama que aquellos organismos no realizan operativos dentro del bagashopping.
Para Martín Apatie, gerente del (CCIS), parte de la explicación es simple: «Por estar al lado de la frontera, la informalidad está muy atada al contrabando», y este «está culturalmente aceptado». El bagashopping no es solo un paseo turístico -las excursiones lo ofrecen como tour de compras y de vez en cuando hace sus propias promociones-, o el lugar donde se puede hacer un surtido barato (incluso donde algunos almaceneros de Salto hacen compras mayoristas), sino la fuente laboral de aproximadamente 400 familias. Además, ser bagayero es una ocupación reconocida en Salto y que se enseña y se reproduce de generación en generación.
Por ejemplo, el negocio más próspero del bagashopping, según los vendedores consultados por El Observador, es uno administrado por una familia de contrabandistas con más de 30 años en el ramo, cuya particularidad es ser el único local con aire acondicionado.
Las autoridades del CCIS están al tanto de este equipamiento con que cuenta el puesto por lo que Apatie reflexionó: «Muchos locales instalados ahí están en mejores condiciones que otros comercios instalados en la ciudad y que tienen que pagar impuestos».
Tour de compras
En noviembre de 2010, la Intendencia de Salto paralizó las obras que pretendían agregar 10 parcelas construidas con bloques y ladrillos sobre la calle Javier de Viana en dirección sur, debido a que el club Ferro Carril, propietario del predio, no presentó la documentación requerida.
Javier de Viana es la continuación de la ruta 3, antes de entrar a la ciudad de Salto. Sin embargo, El Observador constató que en esa parte no había ningún local en construcción. Por el contrario, había algunos locales con chapas, o con paredes y techo de lambriz nuevos pero estaban cerrados o vacíos.
Ferro Carril no es cualquier club. Es el de la franja. El que manda en la liga salteña y fue campeón del interior en el año 2009. Cualquier salteño conoce la historia. «Es el único que invierte en jugadores. Trae de todo el país», comentaron a El Observador varios salteños.
El director de Obras de la comuna salteña, Eduardo Minutti, reconoció que «parar el bagashopping, después de que se permitió construir muchísimo, es complicado».
Ese «muchísimo» equivale a más de 20 años de expansión. Este «paseo de compras» ocupa tres manzanas del terreno donde Ferro Carril tiene su cancha de fútbol. Son casi 300 puestos de 2,50 metros de frente por 4 metros de largo en los que se vende ropa, alimentos, discos y videojuegos, cigarros, artículos de ferretería y reels, entre otros cientos de productos. La mayoría de los puestos tiene piso de cemento y techo de chapa -donde la temperatura se vuelve infernal-, los menos tienen piso de baldosas y paredes de madera -que refrescan tan solo un poco-.
«Es una situación totalmente irregular. El propietario tiene multas desde 2004 porque se le pide que regularice la situación de las obras y no cumple los plazos. Hubo intimaciones pero no se hizo nada. Hay que tomar cartas en el asunto», apuntó Minutti. El Observador intentó comunicarse con la directiva sin éxito.
Cada arrendatario paga a Ferro Carril $ 290 por semana por cada parcela. A esta cifra hay que sumarle $ 25 para el agua y $ 20 para el sereno. La luz se paga aparte. Durante las fiestas, cada puesto pagó $ 30 por día para la contratación de dos policías, dado que unos «motochorros» estaban haciendo de las suyas.
A Luis, ocupante de dos parcelas y vendedor del bagashopping desde hace 10 años, le parece caro. «No es fácil tener ese dinero cada semana», afirmó. Luis vende ropa deportiva y trabaja 12 horas por día de lunes a domingo. Vende camperas Nike por $ 450. «Es imitación pero buena calidad», les dice a los clientes cuando tocan la tela. A simple vista parece una original.
Si el arrendatario tiene empleados, lo normal es que les pague $ 200 por día, por supuesto, en negro. Cuando el empleado falta, este tiene que conseguir su reemplazo. Según vendedores consultados en el lugar, el ocupante debe abonar alrededor de US$ 6.000 antes de tomar posesión del lugar. «Eso incluye las chapas, el piso y las paredes. Es tuyo mientras le pagues a Ferro», comentó Carina, una empleada, que no tardó en sacar cuentas: «¡Qué negocio que hizo con esto! En total, son US$4.500 por semana».
En días normales, un local de ropa vende por un poco más de $ 1.000; los fines de semana y feriados puede llegar a $ 3.000. Son «días buenos». La jefa de Carina, también dueña de un almacén, invierte $ 12 mil en mercadería cada vez que visita la feria La Salada, en Buenos Aires. Viaja más de una vez al mes, dependiendo de las ventas. Viaja con otros bagayeros en auto, cuyo conductor cobra $1.200 por pasajero. Va y viene en el día, dejando comisiones aquí y de allá. «Sabés que tenés que dejar 50 pesos argentinos ($ 300) a la caminera y otros 20 ($ 120) a la Policía de Concordia. Los argentinos son lo más coimeros que hay. Aunque acá también, por lo que estamos viendo. En la aduana también tenés que dejar», dijo Carina a propósito de los procesamientos por la Operación Frío Polar. Algunos bagayeros optan por dejar parte de la mercadería en Concordia a una persona que luego la entra al país. Su tarifa es de $ 20 por prenda. Otros la despachan en las lanchas que cruzan el río Uruguay cinco veces al día, de lunes a viernes. Para desquitar los gastos del viaje, las prendas se venden al doble del precio que se paga en La Salada y, si se trata de una imitación, cuestan hasta tres veces menos que el producto original. Se encuentran reproducciones de Legacy, Lacoste, Reebok, Adidas, Quiksilver, entre otras marcas. Varios vendedores se quejaron que han bajado las ventas desde que algunos colegas ofrecen ropa más barata comprada en el barrio Reus de Montevideo.
Ser bagayero
Los vendedores que hablaron con El Observador dijeron que conocen a los implicados en la red delictiva -«uno empezó acá», señalaron-, pero que pocas veces se los veía en la zona. «A veces venían los hijos en sus 4×4. No son gente que haga el día a día. Acá nadie se hace rico», expresó una joven vendedora. Algunos comentaron que el proveedor es arrendatario de al menos 10 puestos. Ferro Carril permite que una misma persona pueda arrendar varias parcelas pero prohíbe que sean explotadas por terceros. Solo pueden ser cedidas a familiares directos. Por otra parte, Luis criticó que se hable de la «mafia del bagashopping» porque mete a todos los vendedores en la misma bolsa. «Sabemos que hay gente que nos quiere dar por la cabeza, pero acá queremos trabajar. Somos gente de barrio. Nuestra idea es vivir, no tener 4×4», apuntó.
La patrona de Carina es bagayera desde hace 12 años. Carina solo tiene seis meses atendiendo el puesto -consiguió el trabajo por un aviso clasificado que buscaba chica para atención al público- y espera conseguir pronto un trabajo formal, pero no es una actividad que recién conozca. Su madre fue bagayera y muchas veces la llevó con ella hasta Uruguaiana (a 210 kilómetros de Salto) y a Concordia. «Salíamos en ómnibus a las 4 de la mañana. En Uruguaiana compraba café y chocolate. Se iba a Concordia y vendía todo el día. Volvía, dormía unas horas y volvía a salir. Así hizo la casa», relató. Haberlo vivido de niña hace que no sienta que están fuera de la ley. «Soy vendedora, no soy contrabandista. Pero si lo fuera no tendría vergüenza, porque el gobierno no me garantiza un buen trabajo», se justificó. Jorge, del puesto vecino, agregó: «Soy un laburante. Le dicen contrabando hormiga pero es para vivir. No somos los que fundimos el país. Si tuviera facilidades para comprar una máquina industrial haría camisas y tendría una marca pero no me dan préstamos». Jorge es bagayero desde hace 20 años. Antes de instalarse en el bagashopping era «bolsero», nombre por el que se conoce a los vendedores ambulantes en Salto. Es su único sostén, y el único trabajo que ha tenido.
Fecha: 17/04/2011 | 09:22 | Montevideo, Uruguay