ESPERANZA. «La esperanza es un arma que utilizan aquellos que justamente están encargados de que aquello que uno esté esperando no llegue», comenzó respondiendo Alejandro Dolina a la pregunta del periodista argentino Luis Novaresio en un programa de televisión por cable en diciembre pasado.
«Finalmente -continuó-, la esperanza vendría a ser el combustible que uno usa para consolarse eternamente de algo que no llega. Si las cosas llegaran, no habría esperanza. La esperanza está relacionada con la frustración, se espera lo que uno sospecha que no va a llegar».
«¿Por qué es una virtud la esperanza? Porque no es un pagaré, diría Wimpy. Si usted tiene un pagaré, en algún momento vence y llega. Y una esperanza es para tenerla siempre y para que no se cumpla».
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MERCADERES. La entrevista entre Dolina y Novaresio fue mucho más extensa y charlaron sobre muchos temas, pero decidí detenerme unos minutos a pensar en esta definición de Dolina sobre la «esperanza» porque hizo que removiera algunos preconceptos con los que vengo desde la cuna, lo que no hace más que reafirmar mi convicción que uno no deja de aprender en el transcurrir de la vida y que debe estar abierto y permitir que sus estructuras mentales sean más receptivas a pensamientos ajenos.
Confieso que he visto a la «esperanza» desde otra perspectiva, básicamente la que creo tenemos todos. Siempre le he asignado un rol preponderante en mi forma de vivir, donde ante cualquier adversidad, tengo la más férrea convicción que no debe bajarse nunca los brazos o ponernos nuevamente en pie pues solo a través del esfuerzo y el sacrificio se puede salir de cualquier tipo de adversidad. Eso es tener esperanza en uno mismo.
Eso lo mantengo. Pero permítaseme agregar el contexto de la conversación entre Dolina y Novaresio, hablaban de los mercaderes de esperanza. Es decir, hablaban de aquellos políticos o sindicalistas devenidos en actores de la política, que usan a la «esperanza» como «arma» -al decir de Dolina- para controlar, agregaría yo, a los desesperanzados, a aquellos que eternamente esperan respuestas a sus planteos y siempre se les está diciendo que tengan esperanza que pronto se cumplirá aquello que se ha prometido.
Me vino a la mente aquellas promesas incumplidas con los pueblos del norte de nuestro departamento, cuando al cerrar El Espinillar se les dijo desde el entonces gobierno y de aquellos que entonces formaban parte de la oposición, hoy gobierno, que llegarían las inversiones que recuperarían los puestos de trabajo perdidos para la zona.
O más recientemente, cuando el entonces presidente de ANCAP, Raúl Sendic, llegó en pleno año electoral hasta Villa Constitución a firmar cartas de buenas intenciones (ni siquiera se le puede llamar contratos) afirmando que dicho organismo estatal financiaría un pozo termal para desarrollar el turismo en la zona y crear fuentes de trabajo.
Ahí está cuando la esperanza es sinónimo de otra palabra, la mentira. A estar atentos en este año electoral a los mercaderes de «esperanza» que estarán golpeando a nuestra puerta pidiendo el voto porque ellos son, justamente, la «esperanza».
LEONARDO SILVA