NOSOTROS. Uno siempre termina en algún momento del día pensando… ese raro espacio de tiempo que logramos reservar (o preservar) para nosotros mismos.
Preguntas de variada índole, pero fundamentalmente pensando en uno mismo y ese pequeño mundo que lo rodea: la familia. Trabajo, cuentas a pagar, y un largo rosario que incluye esos imponderables que suelen aparecer sin aviso previo.
De todas formas, si uno toma distancia de ese momento y logra pararse al lado para observarse a sí mismo, notará que nunca piensa en los demás. No tiene pensamientos colectivos, salvo temas específicos como la comisión de fomento de la escuela o similares. Ni siquiera recuerda que como persona es miembro de la sociedad.
La sociedad no solo debe ser un lugar donde se mezcle la gente bajo determinadas normas de conducta que debe respetar para poder seguir formando parte de ella. La sociedad debe implicar un proyecto colectivo, ¿cuál? Se me preguntará, el que la misma gente que la conforma decida.
Sociedades apáticas y sin proyectos de superación colectiva terminan por desaparecer por no tener una razón concreta de existir.
Nuestro individualismo sin embargo ha evolucionado a grados tan sorprendentes, que le ha quitado a la sociedad en la que vivimos su sentido originario y hoy vivimos de tal manera que todo da lo mismo, manteniéndonos en un estado de complacencia permanente al borde de la anestesia total y con una sociedad fofa y boba.
Entonces uno se da cuenta que nada puede esperar sino de sí mismo, y sin mirar a los costados ni para atrás resuelve lo mejor para sí, que los demás se arreglen como pueda, que yo haré lo mismo, se dice convencido.
Vemos incluso que el vecino es asaltado, el hijo de otro vecino muere en un accidente de tránsito, nos lamentamos con unos sentimientos casi anestesiados que no nos permite ver que la muerte nos rodea a cada paso y que los próximos podemos ser nosotros o algún ser querido.
En ese momento de espacio personal no alcanzamos a plantear este pensamiento. Nos sentimos lejos del mundanal ruido que nos rodea porque nos aislamos de los problemas de los demás, es como si viviéramos en otra dimensión. Los únicos dolores que sentimos son los propios.
Debemos despertar y darnos cuenta que si tenemos problemas, no somos los únicos, y que si conversamos con quienes viven a nuestro alrededor, quizás nos sorprenda notar la coincidencia de que tenemos casi los mismos problemas.
¿Y si nos juntamos para pensar cómo salir todos juntos de esa apatía social y comenzamos a tomar cartas en el asunto, tratando de darle contenido a la sociedad en la que vivimos, hacerla poner nuevamente en pie para comenzar a avanzar y progresar? Entonces pasará que si a uno le va bien, será porque a los demás también les irá bien.
Pero recordemos, no se trata solo de pensar en un futuro mejor para todos, también uno tiene que comprometerse, arremangarse y dar lo mejor de sí en esa construcción colectiva de una sociedad mejor. Se puede, y solo de nosotros depende.
Dejemos pues de conjugar el verbo en primera persona y comencemos a pensar en función del “nosotros”.
LEONARDO SILVA