El miércoles en Plaza Treinta y Tres en una interesante actividad literaria se leyeron cuentos de un joven salteño, psicólogo, que hoy vive en Montevideo, Rodrígo Ferreira .
La idea coordinada presentada por Yanely De Vecchi y apoyada por María Luisa de Francesco y la Intendencia de Salto
Resaltando en esta actividad la importancia de la lecturas de cuentos.
Los cuentos fueron leídos por la Profesora Ofelia Piegas, por la escritora María Luisa de Francesco y por el Intendente Andrés Lima
El joven trabajaba por la madrugada en un comercio en el centro de una importante ciudad
Adentro, en la tienda, había golosinas y alimentos envasados, bebidas y mucho confort; afuera, se extendía el pasillo de una galería en la cual dormían algunos niños. El comercio tenía una puerta que daba al pasillo y una ventana hacia la calle principal, por las noches, se cerraba la puerta y se trabajaba solo a través de una ventana, «Por una cuestión de seguridad», decía el dueño y era en nombre de esa seguridad que se le había pedido al joven que, bajo ningún concepto, abriera la puerta en el correr de la noche y él, que nunca supo ser obediente, abría la puerta para hacer entrar a los niños y, a la mañana temprano, los despertaba antes de que llegara el dueño.
Los niños eran cuatro: Franklin de 10 años que cantaba en el ómnibus una canción llamada «Amor Profundo»; Pablo, un adolescente de 14 con pocas luces pero muchas esperanzas; el «Pancita» de 8 y del cual nunca se supo el verdadero nombre y por último el más pequeño, «el Marito» de 6 pero parecía de 4 porque era muy chiquito. Una clienta, pediatra ella, decía que era por la mala alimentación en la primera infancia; también decía que era divino y que tenía la intención de llevárselo pero fue solo la intención porque nunca lo hizo y Marito seguía durmiendo sobre la alfombra del kiosco.
A la mañana, los niños volvían a la calle y decían antes de salir «Andamos en la vuelta» y, si alguien les preguntaba que hacían, contestaban «Nos rescatamos».
Nunca mejor empleado el verbo: cuando ves que el pedido de socorro no llega a destino, te rescatás solo… triste pero corajudo más para un niño de 6 años….Igual, el Marito no tenía que esforzarse como los otros para rescatarse, prefería quedarse jugando en la vereda de la Avda principal con un Hombre Araña que alguien le había regalado y, como era lindo, las señoras mayores le compraban alfajores y refrescos, así que no tenía necesidad de cantar en el ómnibus ni andar pidiendo por ahí.
Una mañana, el joven sale de su trabajo y le pregunta al niño que jugaba con su Hombre Araña que iba a hacer esa noche y el Marito le responde «si me abrís la puerta, voy a dormir como siempre», el joven le dice «Esta noche no vengo, cierra el kiosco», «Ah», dice el Marito, «entonces voy al Cyber», «el Cyber también está cerrado», contesta el joven , «me meto en la galería» manifiesta en busca de una solución.
El joven comprende que Marito no está entendiendo, entonces le dice «la galería baja las rejas, todo se cierra, cada uno se va para su casa porque esta noche es Navidad»; el niño lo mira fijo mientras sostiene a su superhéroe en la mano más hábil y le dice «Espero que pasen los cohetes y me acuesto en las escaleras del bowling como el año pasado» y, a continuación y sin temblar pregunta «¿Qué es lo que se festeja en Navidad?,¿Qué nació Papá Noel, no?»; el joven le responde: «No, se festeja que nació Jesús», «¿Y qué hacía? ¿Regalaba juguetes también? ¿Era algo de Papá Noel?», «No, le responde el joven, luchaba por los pobres y por los que no tenía nada»….El Marito se quedó pensando, rascándose la cabeza, por eso, el joven le preguntó antes de que saliera con alguna otra pregunta – «¿Querés venir a pasar la Navidad conmigo?», el niño, lo miró y agrandando los ojos le dijo: «¿En serió?» y rápido agregó: «¿En tu casa?»
Juntos caminando hacia la parada del ómnibus, el niño apretaba en una mano el juguete de su héroe favorito, y en su otra mano apretaba la de su amigo como para que no se fuera a arrepentir, iban en silencio el joven esperaba que que no preguntara nada más, entonces el Marito aminoró el paso, lo miró y le dijo:
«Che ¡Qué lástima que se murió ese Jesús! ¿No?»
Actividad literaria en Plaza Treinta y Tres
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