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A poco de la desaparición de Eduardo Minelli Le decían Calonga

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Eduardo Minelli o recordarán sus feligreses de Punta Carretas y de Ntra. Sra. del Rosario y de Pompeya, en Piedras Blancas, Montevideo, donde falleció.
Su vocación por reflejar escribiendo lo que la vida nos ofrece, hizo de sus trabajos una secuencia importante editada en la revista Umbrales. De allí extraemos esta nota-anécdota:
Le decían Calonga
«Hay personas de las cuales se recuerda solamente el apodo: su nombre no importa. En el recuerdo quedan su bondad llena de anécdotas y su imagen física. En la vida de «El Calonga» quedaron perdidas las riquezas y una historia de amor desgraciado, pero de ellas prefiero no hablar..
Quien llegaba a La Pedrera (la antesala del paraíso, sobre el Atlántico, en las costas del departamento de Rocha) podía encontrarlo rodeado de niños y púberes que lo consideraban el «abuelo bueno de las vacaciones». Flaco, alto, desgarbado, de pelo rubio que le llegaba a los hombros y -en los últimos años- con un bastón hecho con una rama de eucalipto que le permitía una seguridad que sus piernas y el alcohol ya no le daban. Su orgullo era que los niños que había visto crecer y hacerse mujeres y hombres, lo seguían queriendo después de adultos y les transmitían ese cariño a las nuevas generaciones, para las cuales Calonga era portador de ternura y consejos.
Soy para la gente de la Pedrera (y para los veraneantes de siempre) «uno de los curas de febrero» ya que tienen una capilla que sólo está abierta en los dos primeros meses del año, cuando la población pasa de sesenta y pocos habitantes permanentes, a tres mil o cinco mil veraneantes, sacerdotes incluidos.
Calonga sobrevivía todo el año de modo misterioso, los veraneantes dejábamos dinero en el único almacén del pueblo para que le dieran comida en invierno… pero él canjeaba la comida por vino barato. En verano vendía algunas verduras que plantaba en el jardín de su casa prestada y la leña que recogía en los montes de eucaliptos que están cerca del balneario. Como fuera que viviera, nadie puede negar de que ¡era todo un personaje!
Se cuenta que un día de verano Calonga estaba jugando al truco en la pizzería del pueblo. En eso llega la señora Norma Aleandro (visitante asidua de La Pedrera) a comprarle leña para un asado. A nuestro personaje alguien le dijo:
-Calonga, te busca Norma Aleandro.
Éste, en el entusiasmo del juego y las consecuencias del vino, le contestó:
-Decile a Normita que ahora no puedo atenderla, estoy ocupado.
Al oír la respuesta, la famosa y excelente actriz sacudió la cabeza, sonrió… y volvió cuando terminó el partido de truco.
Quien esto escribe conversaba con él, pero no se podía decir que fuéramos amigos. Un día tomó demasiado. Yo estaba en el patio de la capilla leyendo. Serían las dos de la mañana. Un policía quería llevarlo hasta donde vivía, pero era tan grande su intoxicación alcohólica que el policía no podía hacerlo solo. Dejé de leer, fui hasta la calle y entre los dos lo llevamos a su casa, y lo acostamos; para el Calonga fue el máximo de alegría. Uno de los curas se había preocupado por él: a partir de ese momento me consideró su amigo, su padre y su confesor. Creo que sin muchos méritos de mi parte.
Las malas condiciones en que vivía, hacían notable que año a año Calonga decaía visiblemente. Los veraneantes tratábamos de hacerle la vida más fácil. Un día le vi tomando un vino en la pizzería y le saqué una fotografía en la que -creo- le retraté su bohemia y su bondad. Cuando murió fue en la soledad de un setiembre sin turistas.
A medida que la temporada veraniega transcurría, los que llegábamos a La Pedrera nos íbamos enterando que él ya no estaba… ¡y qué vacío parecía el balneario! Mi fotografía está colgada en dos o tres comercios del lugar, también en varias casas de gente muy rica que aún recuerdan al amigo pobre, bueno, servicial que tanto amaba a sus hijos y nietos».

Pbro. Eduardo Minelli

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