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A doscientos años del nacimiento de Chopin

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George Sand lo evocó en “Un Invierno  En Mallorca” y en “Lucrezia Floriani”

Por José L. Guarino.

Se han cumplido hace poco los doscientos años del nacimiento de Federico Chopin, uno de los más grandes creadores de la historia de la música.

Este genio prodigio vino al mundo en Zelanowa-Wola,  una región campestre en las cercanías de Varsovia, el 1º de marzo de 1810, y fue bautizado con los nombres de Frédéric François.

Tempranamente, a los 3 años, ya jugueteaba con el piano, y hacía sus primeras improvisaciones.  A los 7, transitaba, superando las dificultades técnicas, por las Sonatinas de Mozart y los Preludios y Fugas de Bach, que luego ejecutaría de memoria hasta el fin de sus días. En esa misma edad, ya componía su primera Polonesa. Al año siguiente daba el primer concierto público como pianista.

Cuando tenía 12 años, su primer profesor de piano, Zywny, declaró que nada más podía enseñarle.  Desde entonces acudió al Conservatorio bajo la tutela de Josef K. Elsner, que aparte de Mozart y Bach, lo introdujo en los estudios de Beethoven, Haendel y Scarlatti. Su maestro lo calificó en su libreta en forma lacónica, pero significativa: “Aptitud única. Genio musical”.

A los 19 años, luego de un memorable encuentro con Paganini, en el que el mago del violín lo escuchó absorto, Chopin comenzó, a instancias de su padre Nicolás, los viajes por el extranjero. Primero Viena, luego París, fueron los escenarios de mayor importancia en donde desplegó sus extraordinarias condiciones de compositor y concertista, además de muchas otras ciudades en donde estuvo de paso, incluyendo su Varsovia natal , Praga,  Stuttgart, Munich, y Londres en el último año de su vida.

Pese a su meteórico transito vital,  su vertiginosa actividad creadora, le permitió, al morir a los 39 años, dejar como legado de su genio una de las creaciones pianísticas de mayor jerarquía, y además, excepcionalmente abundante, si se tiene en cuenta su temprana muerte.

Entre las más importantes  pueden contarse: dos Conciertos para piano y orquesta, y luego, exclusivamente para piano: cinco Polonesas, dos Sonatas, veinticuatro Estudios, cuarenta y cinco Mazurcas, diecinueve Nocturnos, cuatro Baladas, cuatro Scherzos, veinticuatro Preludios, trece Valses (incluyendo el póstumo en Mi menor), y además dos Fantasías, un Andante Spianato y Gran Polonesa Brillante, una Barcarola, y una Berceuse.

Su primer encuentro con la novelista George Sand se produjo hacia 1838. El músico ya estaba físicamente desmejorado y sufría los primeros embates de la tisis que lo llevaría a la tumba.

George Sand, era en realidad una mujer. Se llamaba Amandine Aurora Lucie Dupin. Había nacido en Nohant en el condado de Berry, en Francia en 1804. Casada con el Barón de Dudevant, se había separado de él cinco años después y se había trasladado a París con sus dos hijos: Maurice y Solange. Allí llevó una vida agitada y escandalosa para la época.. Además del seudónimo, gustaba exhibir una apariencia masculina: vestía pantalones y fumaba en público, en una época en que ello era muy mal visto en una mujer. Fueron parte de su círculo de amistades los músicos Liszt, y Chopin, el pintor Delacroix, los escritores Heine, Víctor Hugo, Balzac, Julio Verne, Flaubert, entre otros.  En el otoño de ese año 1838, Sand viajó a Mallorca buscando alivio para el reumatismo de su hijo Maurice y arrastró consigo a Chopin, quien protegiéndose del frío, trabajó en sus Preludios al abrigo en “La Cartuja de Valldemosa”.  George Sand evocaría la estadía en Mallorca con Chopin en “Un hiver a Mallorque” (Un invierno en Mallorca).

Al año siguiente viajaron a Nohant, lugar natal de Sand, rodeado de un parque con hermosos árboles. Ella debió aumentar los cuidados porque la salud de  Chopin continuaba su lento, pero inexorable proceso de deterioro, al punto que  a veces solo podía pasear sobre un asno, porque le faltaban las fuerzas. Pero fue uno de  los periodos más fecundos de su creación.

Algunos años más tarde, en 1846, cuando Sand estaba ya desilusionada de la relación con un hombre a quien la enfermedad iba agriando su carácter, leyó su nueva novela “Lucrezia Floriani” al grupo de amigos y al propio Chopin, que estaba presente.  Lucrezia, en la novela de Sand es una actriz italiana que se retira al campo para criar a sus hijos, y conoce a un adolescente, Karol, del cual se enamora, y al que cuida como a “un animalito enfermo”, y debe sufrir sus permanentes cambios de humor provocado por los celos. La figura de la actriz, en cambio, resulta muy favorecida en el relato.

Todo el grupo de oyentes entendió que Lucrezia y Karol no eran otros que la novelista y el músico.  Chopin guardó silencio. Solo poco antes de morir manifestó que también él había entendido la alusión.

Chopin murió en las primeras horas del día 17 de octubre de 1849. El éxito de sus composiciones no ha sufrido eclipse alguno desde entonces: el encanto folclórico de sus Mazurcas y Polonesas, esas cumbres de la forma breve que son sus Preludios y Nocturnos; esas páginas obligadas para quienes aspiren al virtuosismo, que son sus maravillosos y exigentes Estudios,  el refinado gusto de la danza que rebosan sus Valses.

Como tantos otros artistas, Chopin,  pagó con el tributo de su vida dolorosa, la grandeza de su genio, al que no ha hecho mella el tiempo transcurrido desde su muerte, ni las modas siempre cambiantes, porque el arte es  un infalible antídoto contra la indiferencia y el olvido.

Para la vigencia y embeleso que hoy, a doscientos años de su nacimiento, produce su creación musical, han contribuido grandes intérpretes que han legado a la posteridad grabaciones insuperables de su producción pianística: entre ellos  Witold Malcuzynski, Alexander Brailowsky, Arturo Rubinstein o Vladimir Horowitz  que se han dedicado en forma especial a las interpretaciones de sus partituras, que además de técnica, exigen una sensibilidad particular. Malcuzynski, uno de los más grandes ejecutantes de Chopin,    interpretó al gran músico en el  Larrañaga de Salto el 4 de mayo de 1950, según consta en el programa que se publica adjunto, cuyo original  se conserva en el Museo de nuestro Teatro.

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