Otra cara de Horacio Quiroga
Horacio Quiroga, el más trascendente escritor que ha dado Salto y uno de los mejores cuentistas en lengua española a lo largo y ancho de épocas y continentes, nació el 31 de diciembre de 1878. Es decir que mañana se cumplirán 146 años. La calidad de sus cuentos (recordados muy especialmente por el público en general aquellos de amor, locura y muerte) de alguna forma eclipsó toda otra creación de Quiroga: las obras de teatro, las novelas, los ensayos y los poemas.
Siempre sus cuentos se imponen ante todo, y es entendible, insistimos: su calidad así lo hizo. Dicho de otra forma: los cuentos de Quiroga son muy superiores a otros textos suyos.
Por eso hoy queremos mostrar una parte de esa otra cara, en este caso la de su poesía, así como el fragmento de una carta a su amigo, el escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada.
Texto (firmado como “Pontífice”) hallado en los archivos del Consistorio del Gay Saber (extraído del Tomo 3 Colección Escritores Salteños):
Una tarde en que Moisés apacentaba sus cabras
vio grande llama de fuego sobre una zarza encendida.
Se acercó, y en el silencio de aquella región perdida
oyó una voz que le hablaba, y eran de Dios las palabras.
-Moisés, Moisés, cobra aliento que ya la hora es llegada.
Mi pueblo mira a lo lejos de la arena inalterable.
Dormirá en sosiego el hombre cuya hacienda es deseada,
y el señor será contigo en una nieta inefable.
Tu espíritu será fuerte como una cuerda de lino;
dormirás sobre la tierra, distante de las mujeres,
y haciendo un omiso caso de todos los pareceres,
repartirás con justicia el pan así como el vino.
Ve a tus hermanos y diles que el señor es quien te envía;
y a Faraón, que mi pueblo desea salir de Egipto.
Haz acopio de vestidos que ya la estación es fría,
no te fijes en quien deseares ser inscripto.
El fuego ardía en la zarza como una ciudad antigua
y la voz seguía hablando con un acento sincero.
Lejos sonaban los gritos de un bronceado camellero
que entrevía el disgusto por una jornada exigua.
Y Moisés a quien le hablaba: – Señor, torpeza es cierta.
Soy tartamudo de lengua, y aún me callo muchas veces.
Jetró retarda mi paga por cada parida muerta,
y si es un chivo el que muere, me descuenta cuatro meses.
En verdad, mi hermano es hábil y sus vestidos decentes.
Yo he visto sus manos viejas en infantiles quehaceres,
y sé que en una ocasión, mostrando todos los dientes,
engañó tranquilamente a no pocos mercaderes.
Su instrucción, aunque no grande, le basta para ser justo.
Los sacerdotes le escuchan como a un hermano apacible
que ha vivido en la montaña, y mira de un modo adusto
a las griegas deshonestas en una forma sensible.
El crepúsculo caía sobre el desierto tranquilo.
Los pastores se aprestaban para un moderado viaje,
y por el cielo pasaba el negro y tardo plumaje
de los pájaros que duermen en las orillas del Nilo.
Y Moisés vio que en las vacas la leche hinchaba las ubres
y sintió de su alma huraña borrarse la antipatía,
y vio aclararse a lo lejos los pantanos insalubres.
Y Moisés notó de pronto que ya la zarza no ardía.
Como el pueblo de Israel hubiera creído en todo,
la alegría fue espontánea sobre las tierras salinas.
Los pequeñuelos contentos hicieron vasos con lodo,
y las mujeres pidieron alhajas a sus vecinas.
Aarón puso en la tierra la serpiente del camino
que aún conserva el paraíso fijo en sus pupilas claras;
y hubo muchas serpientes de un aspecto campesino,
mas la vara de Aarón devoró a las otras varas.
Hubo en seguida una peste en el río en que bebían.
Todos los peces murieron y el agua se puso roja.
Y las mujeres que iban con el cántaro volvían
a su hogar atribulado, llenas de grave congoja.
Largos vientos orientales soplaron desde la costa
del Mar Rojo, que es de Arabia feliz y pétrea la llave;
al cabo de dicho tiempo trajo el viento la langosta
sobre la tierra de Egipto, siendo en gran manera grave.
Texto (firmado como “Pontífice”) hallado en los archivos del Consistorio del Gay Saber (extraído del Tomo 3 Colección Escritores Salteños):
La siesta, como un niño muy repleto,
dormitaba en la mística glorieta,
y dulzura de vejez discreta
venía como un niño desde el seto.
La nervosina mano de un esteta
grabó en la piedra, con tesón completo,
un paladín heroico; y en el peto
puso una llaga, como flor inquieta.
Tus ojos me miraban entreabiertos.
Y en tus ojos miraba yo los muertos
paladines heroicos por tus manos.
Mi mirada angustiosa te buscaba,
y detrás de ti el paladín miraba
tristemente a mis ojos, como a hermanos.
POR AQUÍ PASÓ ARTIGAS
(Texto recogido en “José Artigas en la poesía de Salto”, libro de Leonardo Garet):
Por estas bellas tierras de leyenda
recorridas por Guarán y Pay Tomé,
viene a mi memoria una y otra vez
el epílogo de triste contienda.
El leal Protector de los Pueblos Libres,
vencedor de ideas y de batallas,
tanto en las buenas como en las malas
tuvo la agilidad de los tigres.
Monumental al trazar sus ideales,
supo avanzar con ellos, sin demora;
no tuvo en su favor a cada hora
para eludir siempre todos los males.
Las Piedras fue el signo de la victoria;
Tacuarembó clave de las derrotas
cuando las cadenas estaban rotas,
porque Artigas penetró en la historia…
a la Candelaria de las Misiones
llegó el Prócer con cientos de orientales,
fiel como la brújula a sus ideales,
buscando el bien de todas las naciones.
Por aquí pasó el muy noble Artigas,
recordando sus cautivos tenientes
y enviándoles auxilios diligentes
para aliviarlos de grandes fatigas.
Estos bosques le brindaron la leña
para que con sus volutas de humo
llegara a todos su postrer saludo,
por medio de esa indígena seña.
Aquí se produjo la separación
de los amigos de la democracia
unidos en la suerte y en la desgracia
con sincera y profunda emoción.
Artigas descendió hasta el gran bosque,
donde se albergan el jaguar y el tapir
y el tucano ve a los monos sonreír
al ver al yacaré entre camalotes…
Cuando fieles y bravos orientales
llegaron hasta el Paraná inmenso,
dieron rienda suelta a su sentimiento
con intuición de sucesos fatales.
Con Artigas se embarcó su Alsina,
sombra constante de toda su vida;
la correntada fue como una herida
asestada por la mano asesina…
En la costa paraguaya, boscosa,
los bogadores alzaron los remos,
ignorando que en aquellos extremos
la situación sería peligrosa.
Allí en el Campichuelo memorable
por las hazañas de Manuel Artigas,
nuestro Prócer se encontró con intrigas
que su exilio hicieron tan lamentable…
¿Quién hubiera dicho que nuestro Artigas
sufriría tan rudos desengaños
que estaría en el Paraguay treinta años,
aunque allí encontró almas amigas?