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miércoles, 2 de julio de 2025
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A 140 años del nacimiento de María Eugenia Vaz Ferreira

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Diario EL PUEBLO digital
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Al igual que sus compañeros de generación Julio Herrera y Reissig y Florencio Sánchez (de quienes nos ocupamos en anteriores ediciones), en este 2015 se cumplen 140 años del nacimiento de una de las grandes poetisas uruguayas: María Eugenia Vaz Ferreira. Montevideana, profesora, pianista y compositora, hermana del filósofo Carlos Vaz Ferreira, nació el 13 de julio de 1875 y falleció el 20 de mayo de 1924.
Desde muy joven escribió poemas, que fueron apareciendo en revistas, y tres piezas teatrales, poco recordadas, estrenadas en el Teatro Solís en los años 1908, 1909 y 1913: “La piedra filosofal”, “Los peregrinos” y “Resurrexit”.
En 1905 ocupó el cargo de Secretaria de la Universidad de Mujeres y en 1915 el de Profesora de Literatura, abandonándolo en 1922, cuando por razones de salud debió abandonar toda actividad.
En torno a su figura humana y lírica se construyó un mito que de alguna manera ha demorado la posibilidad de iniciar los necesarios estudios para su valoración estética.
Dos circunstancias coincidentes contribuyeron a organizar esa mística: la retracción manifiesta a publicar su poemario (explicada por su hermano Carlos como “exceso de escrúpulo selectivo”) y ciertas actitudes de conducta social que, aunque originales para sus contemporáneos, fueron aceptadas y respetadas en virtud de su prestigio.
La negativa a recoger en libro lo que se conocía por su difusión en diarios, revistas y antologías, pudo obedecer a dos causas: una psicológica y otra estética.
Tuvo una personalidad con múltiples inhibiciones que afectaron también su poder de decisión en el campo de la creación literaria, y como además estuvo dotada de una cultura y un talento superiores al medio y al tiempo, sus aspiraciones artísticas (podría incluirse aquí también las del plano de la música) eran muy seguras y profundas, muy lejanas del fácil envanecimiento.
La razón estética fue la de comprender una evolución constante en su poesía que tornaba inconciliable en un mismo libro, los primeros poemas y los de los últimos diez años.
Un análisis de su itinerario muestra que ambas líneas coexisten y dan aquello que se identifica “por el énfasis lírico y la altisonancia verbal” (al decir de Zum Felde) con los parnasianos y Díaz Mirón, y la intimista, liberada de metáforas recargadas con toques de melancolía, que es donde trató de anclar su voz.
A partir de entonces la evolución encuentra su cauce en gran parte de la selección que hizo para su único libro, “La isla de los cánticos”.
El tema del amor y su tratamiento, idealizado o trascendido al intelecto, adquiere importancia tanto en lo calificado como en lo cuantitativo. La otra expresión, busca su razón en lo existencial.
Católica fervorosa, intransigente, si bien muestra algunos signos donde se encuentra presente Dios misericordioso, tiene otros de lucha existencial dramática y honda en los que hay ausencia.
“La isla de los cánticos”,  (formado por cuarenta y un poemas elegidos por ella misma y publicado luego de su muerte por su hermano Carlos), cerró por mucho tiempo la posibilidad de conocer otras composiciones suyas.
En 1959, Emilio Oribe reunió una edición a la que tituló “La otra isla de los cánticos”, con textos seleccionados entre los materiales que los familiares de María Eugenia le entregaron y que en gran parte correspondían al período 1895-1910. Dice Oribe en el prólogo: “Respetuosamente, creemos que esta colección añade poco y hasta por momentos llega a sorprender (también a decepcionar) si no tuviéramos presente que muchos de los poemas incluidos fueron excluidos radicalmente por la poeta cuando organizó La isla de los cánticos. Pese a ello, la calidad de aquella parte de su obra ceñida a la línea existencial, tan hondamente sentida, queda intacta.
No cabe duda que debió renunciar y también aceptar muchas cosas de este mundo, en beneficio de alcanzar lo que aspiraba poéticamente”.
El homenaje de Salto: Plaza María Eugenia Vaz Ferreira
Salto rinde homenaje a María Eugenia con una plaza que lleva su nombre. Se trata de un pequeño espacio situado sobre Costanera Sur Tomás Berreta, a escasos metros (hacia el sur) de su intersección con calle San Martín y del Club de Pesca. Allí se encuentra una estela de piedra en la que, pese a su mal estado de conservación, puede leerse: “Plaza María Eugenia Vaz Ferreira. 1875-1924- El Pueblo de Salto a la excelsa gloria de la poesía uruguaya. 1954”.
Cabe acotar que la iniciativa para este homenaje correspondió al escritor y pintor Artigas Milans Martínez, quien por aquellos años (en que se cumplieron treinta del fallecimiento de la poeta) se desempeñaba como Director del periódico Papel de Poesía.
NOCTURNO
¡Árbol nocturno, alma mía,
sólo mía y solitaria…
cubierto estás por la nieve
de una noche triste y larga!
Por eso si te sacude
alguna amorosa ráfaga,
en vez de un sendal de flores
cae una lluvia de lágrimas…
MIRAJE
La verdad vive en la lumbre
y en la sombra las mentiras;
por eso sólo en la noche
tus dulces ojos me miran.
El padre Sol se levanta
desgarrando las tinieblas,
y tus ojitos… se esconden
con las pálidas estrellas.

Al igual que sus compañeros de generación Julio Herrera y Reissig y Florencio Sánchez (de quienes nos ocupamos en anteriores ediciones), en este 2015 se cumplen 140 años del nacimiento de una de las grandes poetisas uruguayas: María Eugenia Vaz Ferreira. Montevideana, profesora, pianista y compositora, hermana del filósofo Carlos Vaz Ferreira, nació el 13 de julio de 1875 y falleció el 20 de mayo de 1924.

Desde muy joven escribió poemas, que fueron apareciendo en revistas, y tres piezas teatrales, poco recordadas, estrenadas en elMaria_Eugenia_Vaz_Ferreira_2Teatro Solís en los años 1908, 1909 y 1913: “La piedra filosofal”, “Los peregrinos” y “Resurrexit”.

En 1905 ocupó el cargo de Secretaria de la Universidad de Mujeres y en 1915 el de Profesora de Literatura, abandonándolo en 1922, cuando por razones de salud debió abandonar toda actividad.

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En torno a su figura humana y lírica se construyó un mito que de alguna manera ha demorado la posibilidad de iniciar los necesarios estudios para su valoración estética.

Dos circunstancias coincidentes contribuyeron a organizar esa mística: la retracción manifiesta a publicar su poemario (explicada por su hermano Carlos como “exceso de escrúpulo selectivo”) y ciertas actitudes de conducta social que, aunque originales para sus contemporáneos, fueron aceptadas y respetadas en virtud de su prestigio.

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La negativa a recoger en libro lo que se conocía por su difusión en diarios, revistas y antologías, pudo obedecer a dos causas: una psicológica y otra estética.

Tuvo una personalidad con múltiples inhibiciones que afectaron también su poder de decisión en el campo de la creación literaria, y como además estuvo dotada de una cultura y un talento superiores al medio y al tiempo, sus aspiraciones artísticas (podría incluirse aquí también las del plano de la música) eran muy seguras y profundas, muy lejanas del fácil envanecimiento.

La razón estética fue la de comprender una evolución constante en su poesía que tornaba inconciliable en un mismo libro, los primeros poemas y los de los últimos diez años.

Un análisis de su itinerario muestra que ambas líneas coexisten y dan aquello que se identifica “por el énfasis lírico y la altisonancia verbal” (al decir de Zum Felde) con los parnasianos y Díaz Mirón, y la intimista, liberada de metáforas recargadas con toques de melancolía, que es donde trató de anclar su voz.

A partir de entonces la evolución encuentra su cauce en gran parte de la selección que hizo para su único libro, “La isla de los cánticos”.

El tema del amor y su tratamiento, idealizado o trascendido al intelecto, adquiere importancia tanto en lo calificado como en lo cuantitativo. La otra expresión, busca su razón en lo existencial.

Católica fervorosa, intransigente, si bien muestra algunos signos donde se encuentra presente Dios misericordioso, tiene otros de lucha existencial dramática y honda en los que hay ausencia.

“La isla de los cánticos”,  (formado por cuarenta y un poemas elegidos por ella misma y publicado luego de su muerte por su hermano Carlos), cerró por mucho tiempo la posibilidad de conocer otras composiciones suyas.

En 1959, Emilio Oribe reunió una edición a la que tituló “La otra isla de los cánticos”, con textos seleccionados entre los materiales que los familiares de María Eugenia le entregaron y que en gran parte correspondían al período 1895-1910. Dice Oribe en el prólogo: “Respetuosamente, creemos que esta colección añade poco y hasta por momentos llega a sorprender (también a decepcionar) si no tuviéramos presente que muchos de los poemas incluidos fueron excluidos radicalmente por la poeta cuando organizó La isla de los cánticos. Pese a ello, la calidad de aquella parte de su obra ceñida a la línea existencial, tan hondamente sentida, queda intacta.

No cabe duda que debió renunciar y también aceptar muchas cosas de este mundo, en beneficio de alcanzar lo que aspiraba poéticamente”.

El homenaje de Salto: Plaza María Eugenia Vaz Ferreira

Salto rinde homenaje a María Eugenia con una plaza que lleva su nombre. Se trata de un pequeño espacio situado sobre Costanera Sur Tomás Berreta, a escasos metros (hacia el sur) de su intersección con calle San Martín y del Club de Pesca. Allí se encuentra una estela de piedra en la que, pese a su mal estado de conservación, puede leerse: “Plaza María Eugenia Vaz Ferreira. 1875-1924- El Pueblo de Salto a la excelsa gloria de la poesía uruguaya. 1954”.

Cabe acotar que la iniciativa para este homenaje correspondió al escritor y pintor Artigas Milans Martínez, quien por aquellos años (en que se cumplieron treinta del fallecimiento de la poeta) se desempeñaba como Director del periódico Papel de Poesía.

NOCTURNO

¡Árbol nocturno, alma mía,

sólo mía y solitaria…

cubierto estás por la nieve

de una noche triste y larga!

Por eso si te sacude

alguna amorosa ráfaga,

en vez de un sendal de flores

cae una lluvia de lágrimas…

MIRAJE

La verdad vive en la lumbre

y en la sombra las mentiras;

por eso sólo en la noche

tus dulces ojos me miran.

El padre Sol se levanta

desgarrando las tinieblas,

y tus ojitos… se esconden

con las pálidas estrellas.

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