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Vibra Tristán Narvaja con su latir extranjero

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Por María Laura Payrá

Janeth, Shenli, William, Hylmaris, José, Antonio, Dalia, Consuelo, Roselí, Lissette, Saliú, Aliú. Todos ellos son inmigrantes y llegaron a Uruguay desde distintos países y con diversas situaciones personales, pero movidos por una misma razón: una mejor calidad de vida. Cada domingolevantan su puesto en algún punto de la feria de Tristán Narvaja. La feria es un sustento económico más, todos trabajan en otros rubros los demás días de la semana o se ubican en otros sitios de la ciudad vendiendo los mismos productos. 

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“Uruguay es un país que te da la posibilidad de legalizarte como tu status inmigratorio. Es de los únicos países de acá en el área que, por lo menos, te da la legalidad de los papeles, que es lo más importante para el inmigrante”, asegura William, quien llegó desde Cuba en 2018.

En estos últimos años fueron mayoritariamente latinoamericanos los inmigrantes que han llegado a Uruguay y, por supuesto, a Tristan Narvaja. Es habitual escuchar una gran variedad de acentos a medida que se van recorriendo las distintas calles que conforman la feria, que a su vez se mezclan con gritos de los feriantes promocionando sus productos a bajos precios, músicos tocando en vivo, así como también alguna cumbia o rock provenientes de algunas radios a todo volumen, todo convive en un mismo lugar que justamente es reconocido por su heterogeneidad y por mantener el orden en su propio caos.

Los productos que venden cada uno de ellos son variados. Los venezolanos se enfocaron en su comida más típica, las arepas. Dalia tiene un foodtruck de arepas y emplea a otros venezolanos para trabajar junto a ella, mientras que Jose e Hylmaris, que son hermanos, pusieron un puesto juntos y venden los productos necesarios para cocinar las arepas en casa. Siguiendo con el rubro gastronómico, Roselí, de Cuba, puso un puesto de panchos que también se ubica en la principal avenida de la feria y durante la semana lo ubica en el barrio de los judíos. Por su parte, Lissette, que vino de Colombia junto a gran parte de su familia, se adaptó a la tradición uruguaya y vende tortas fritas, cuenta que para el futuro le gustaría alquilar un local y ampliar la variedad de productos, aunque siempre vinculados a la tradición de este país: “milanesas y todas esas cosas”, dice. 

Por otro lado, Janeth, que es ecuatoriana y llegó hace poco más de un año junto con su familia, vende gorros y bufandas importados de Ecuador y además de Tristán coloca el puesto en Ciudad Vieja. Su hermana también vende los mismos productos en otro sitio de la feria un poco “más abajo”. También están Shenli y William, de Cuba, que venden en un mismo puesto juntos y sus productos consisten en cremas y de más artículos de belleza. Los días de semana también venden tortas fritas, “las hacemos muy bien”, asegura William, quien llegó solo a Uruguay mientras que Shenli vino con su marido y su hija. Todos viven en una pensión por la zona del centro. En cuanto al trabajo, se dedican a la venta porque si bien Shenli es economista y William es ingeniero industrial, aseguran que “conseguir trabajo está muy complicado”.

Otro de los inmigrantes es Antonio, que vino de Peru hace más de 20 años y hace 10 puso un puesto en Tristán vendiendo caravanas. Además, durante la semana es enfermero. Antonio es el único que asegura haber llegado a Uruguay “por el deseo de viajar y conocer nuevos lares, no por motivos de necesidad económica”. Desde Perú también vino Consuelo, quien sí dice haber dejado su país hace seis años por motivos económicos, cuenta que tenía muchas deudas y al venir pudo trabajar para saldarlas y hoy en día trabaja para mantenerse ella. En Tristán se va adaptando y hoy en día vende tapabocas por motivo de la pandemia. Además, durante la semana cuida a una niña con discapacidad en el programa de asistencia personal del Banco de Previsión Social. Los únicos que no provienen de ningún país Latinoamericano y tampoco fue decisión suya venir a precisamente a Uruguay son Saliú y Aliú de Sierra Leona. Su situación es completamente distinta, en 2014 una empresa china les ofreció trabajo como pescadores en el alta mar con la promesa de que cobrarían 500 dólares mensuales, sin embargo, fue un engaño y en mayo de ese año marineros procedentes de África fueron abandonados en el Puerto de Montevideo, denunciaron haber sufrido esclavitud y malos tratos. Algunos prefirieron irse y otros optaron por quedarse. Dos de ellos fueron Saliú y Aliú. Aliú acompaña en la Tristán a su mujer que es comerciante y se ubica en frente a Saliú, quien además de esta feria vende en la feria de Barrio Sur y todos los productos, que son mayoritariamente zapatos, los compra a menos precio en otras ferias como Piedras Blancas y el Cerro.

En cuanto a la discriminación por parte de los uruguayos, todos los entrevistados han coincidido con que hay muy poca xenofobia y lo han visto, sobretodo, por parte de las personas mayores pero que se han sentido muy bien acogidos en general y es algo que destacan del uruguayo en particular. José e Hylmaris, aseguraron que se han integrado muy bien aquí y que los han acogido muy bien en comparación a experiencias de otros conocidos suyos venezolanos que han emigrado a otros países de la región. Hylamris hizo hincapié sobretodo en el típico comentario que a veces se escucha sobre el extranjero, de que le quita el trabajo al locatario, ella asegura que es normal que el local se pueda sentir amenazado pero que no ha tenido ni visto rechazos laborales en Uruguay, “aquí realmente para encontrarte con xenofobia, el margen es muy mínimo”, afirma. Dalia asegura que con su familia “el trato aquí ha sido maravilloso”, mientras que Consuelo asegura estar muy agradecida con este país “porque nos ha cogido, la gente es muy amable, no me puedo quejar”.

Todos afirman tener una mejor calidad de vida pero que es difícil la parte emocional, todos ellos dejaron familia en sus respectivos países. “Es complejo ya que en la parte emocional siempre te vas a ver afectado, pero a nivel de cosas materiales y de servicios, por supuesto que aquí tienes una excelente calidad de vida”, cuenta Hylmaris. Según Antonio, “la parte afectiva es un punto fundamental porque somos seres humanos. Hay situaciones muy difíciles, te acuerdas de cumpleaños, la navidad… Todo extranjero tiene una historia de vida”, concluye. 

Por otro lado, respecto a la relación con los demás feriantes, William cuenta que al verse cada domingo “ya somos como una familia aquí y nos ayudamos bastante entre todos”. La palabra “familia” es muy utilizada por los comerciantes para referirse a Tristán Narvaja. 

Tal vez la palabra que mejor define a Tristán es “convivencia” por la diversidad de personas y artículos que conviven un mismo lugar. Se la describe como el mercado de pulgas uruguayo, también se la ha denominado un “museo vivo”.

La feria de Tristán Narvaja comenzó en 1909 como una feria de frutas y verduras, pero se instalaba en la que antiguamente era la calle Yaro. Luego pasó a Tristán Narvaja, donde a lo largo de los años comenzó a crecer en cuanto a cuadras y a variedad de artículos a la venta. En Tristán se puede encontrar desde frutas, verduras y animales hasta libros, artesanías, discos, ropa, cuadros, objetos para el hogar, antigüedades de cualquier tipo, entre muchísimas cosas más. 

Actualmente esta feria que es recorrida por miles y miles de uruguayos como de turistas cada domingo, cuenta con cerca de 3900 puestos que se esparcen a lo largo y ancho de 57 cuadras. De acuerdo con un censo realizado por el Colectivo Cultural Tristán Narvaja, unas 7700 personas trabajan en la feria cada domingo. Las personas no solo asisten a Tristán con el objetivo de comprar exclusivamente, sino que se toma como el paseo dominical.

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