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¿Qué conmemoramos cada 25 de Agosto los uruguayos?

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La Prof. Mónica Nicoliello, docente de Historia Americana y Regional del Centro Regional de Profesores del Litoral sede Salto comparte su reflexión.

Se trata de uno de los hechos más trascendentes de nuestra historia nacional; analizaremos en qué consistió y qué trasfondo tuvo y tiene.
La fecha del 25 de agosto de 1825 provocaba a nuestros mayores la reflexión sobre el origen y destino del Uruguay, que hoy, como ayer, lucha por insertarse en el mundo y en la región. Hace 193 años la Sala de Representantes de la Florida, integrada por delegados de todos los pueblos reconocidos del país, sancionó tres Leyes Fundamentales: de Independencia, de Unión y de Pabellón. Esta última, estableció establecía que la enseña nacional debía estar compuesta por “tres franjas horizontales, celestes, blanca y punzó”, como la bandera de los Treinta y Tres Orientales, de inspiración artiguista. mónica nicollielo 001
La Provincia Oriental se independiza del Imperio del Brasil y forma su gobierno. Desde que en 1494 se firmara el Tratado de Tordesillas entre España y Portugal, la potencia lusitana, en clara expansión hacia el Oeste de América del Sur, hacia la región minera de la América española por un lado; y hacia el Sur, donde se hallaban las vaquerías y abundantes puertos naturales de la Banda Oriental, por el otro, señaló, de forma inequívoca, su interés por influir en nuestros destinos. En 1680 fundaron los portugueses un asentamiento propio en la desembocadura del río Uruguay, Colonia del Sacramento; y en 1723 trataron de hacer lo mismo en la bahía de Montevideo, para adquirir la llave del Plata. A partir de 1801 invadieron y ocuparon el territorio que primero fue Banda y más tarde, Provincia Oriental, a la cual anexaron con el nombre de Provincia Cisplatina. Pero el 19 de abril de 1825 jefes argentino-orientales desembarcaron en la playa de la Agraciada, en Soriano; y el 4 de mayo se instalaron en el Cerrito de la Victoria, en Montevideo, desplazando a los ocupantes brasileños. Fue entonces que los representantes de los pueblos de la Provincia instalaron en la villa de San Fernando de la Florida el Gobierno Provisorio, más tarde Sala o Asamblea de representantes de la Florida, lo cual ocurrió en el mes de junio. Estos organismos legislativos reasumieron la soberanía popular, gobernando en conjunto con el Jefe de la Cruzada, Gobernador y Capitán General de la Provincia Oriental, Juan Antonio Lavalleja. Revolución cuyo triunfo fue posible por la coincidencia de propósitos entre los estamentos civil y militar, como ha señalado el historiador Agustín Beraza; y que representaba el triunfo final contra un invasor al que se venía combatiendo, casi de forma ininterrumpida desde 1816 por un pueblo que en el trance había perdido a un tercio de sus integrantes, según cálculos de Eduardo Acevedo.
LA LEY DE INDEPENDENCIA
El día 25 de agosto se sancionaron tres Leyes Fundamentales. La primera, de Independencia, consagraba, en el plano del derecho, lo que ya era una realidad en el terreno de los hechos, sobre todo después de las batallas de Rincón y Sarandí; declaró, siguiendo una fórmula artiguista:
“[…] írritos, nulos, disueltos, y de ningún valor para siempre, todas las actas de incorporación, reconocimientos, aclamaciones y juramentos arrancados a los Pueblos de la Provincia Oriental por la violencia unida a la perfidia de los intrusos poderes de Portugal y Brasil, que la han tiranizado, hollado y usurpado sus inalienables derechos y sujetádola al yugo de un absoluto despotismo desde el año 1817 hasta el presente de 1825.” Se refiere el documento al Congreso Cisplatino de 1821, que según testigos, había tenido que deliberar, el 18 de julio, bajo la presión de las bayonetas portuguesas; y también a las presiones que ejercieron los militares brasileños los días 16 y 17 de octubre de 1822, al obligar al Cabildo y pueblo de la villa de San José, y al Regimiento de Dragones de la Unión a reconocer a Don Pedro de Alcántara, Príncipe Regente de Portugal radicado en Río de Janeiro, como Emperador de Brasil, cuya independencia había declarado el 7 de setiembre a orillas del Ipiranga. Para borrar la memoria de estos atropellos, se mandó a los magistrados civiles de los pueblos, asistidos por los párrocos y escribanos, con la presencia de vecinos, que testaran y borraran desde la primera línea hasta la última firma de las actas de incorporación, de lo cual debían dar cuenta a la Sala de Representantes. Una vez realizado este trámite, cada pueblo reasumía la soberanía, así como la Provincia Oriental en su conjunto:
“[…] la plenitud de sus derechos, libertades y prerrogativas inherentes a los demás pueblos de la tierra, se declara de hecho y de derecho libre e independiente del Rey de Portugal, del Emperador del Brasil y de cualquier otro del Universo y con amplio y pleno poder para darse las formas que, en uso de su soberanía estime convenientes.”
Los pueblos de la Banda Oriental del Plata, incluyendo los de ascendencia misionera, se libraban así de lo que había sido una constante desde el siglo XVII, cuando se hicieron sentir las incursiones paulistas. Nos dice Martha Campo de Garabelli que en 1822, circuló un folleto titulado Contestación al Señor Conciliador, suscrito por un elemento popular bajo el nombre de “Unos mocitos de Tienda” donde se cuestionaba que existieran motivos legales y legítimos para que la Provincia Cisplatina siguiera formando parte del Brasil tras su independencia de Portugal, declarando, que “no convenía permanecer bajo la tutela de Río de Janeiro”. Al mismo tiempo manifestaba que la independencia era necesaria “por la felicidad de la provincia”, y usando una fórmula artiguista recomendaba “no admitir ninguna proposición que no atienda a su independencia”, definiendo “independencia absoluta” como “independencia de todo poder extranjero”.
Existieron sin embargo otras corrientes de opinión, favorables a la unión o anexión con (cada uno por separado o todos a la vez) los reinos de Portugal, Brasil, y España, desde el año 1808 en que la infanta Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII, hizo llegar su correspondencia a personas de posición destacada en las ciudades de Buenos Aires y Montevideo, invitándolas a favorecer un plan de reconstrucción de la Monarquía ibérica liderada por ella misma. Cuando el invasor portugués fue recibido bajo palma en Montevideo, en 1817, esa corriente se hizo notar. Se trataba, en general, de gente que rechazaba el movimiento juntista formado en torno a la personalidad de Fernando VII por considerarlo populista y anárquico, dirigido por caudillos locales autoritarios, entre los que señalaban a José G. Artigas.
En el Congreso Cisplatino, cuatro años antes de la Cruzada Libertadora, los representantes de esta posición tuvieron la oportunidad de hilar fino sus argumentos. Señala Campos de Garabelli que en un discurso escrito por Nicolás Herrera y leído por Gerónimo P. Bianqui, administrador de la Aduana de Montevideo y Síndico Procurador General de la Ciudad, se dijo:
“Hacer de esta Provincia un estado es una cosa que parece imposible en lo político: para ser Nación no basta querer serlo; es preciso tener medios con los que sostener la Independencia. En el país no hay población, recursos, ni elementos para gobernarse en orden y sosiego; para evitar trastornos de la guerra civil: para defender el territorio de una fuerza enemiga que lo invade y hacerse respetar de la Nación. Una soberanía en este estado de debilidad, no puede infundir la menor confianza; se seguiría la emigración de los Capitalistas; y volvería a ser lo que fue, el Teatro de la Anarquía y la presa de un ambicioso atrevido sin otra ley, que la satisfacción de sus pasiones.”
Agregaba que por este motivo la Provincia Oriental debía formar parte de otro Estado, que no pudiendo ser Buenos Aires, Entre Ríos, ni España.
“[…] porque su dominación tiene contra sí el voto de los Pueblos, y porque en su actual estado ni puede socorrerla, ni evitar que esta Prov.a fuera el teatro sangriento de las guerras de todos los demás que han proclamado su independencia […] no queda otro recurso que la Incorporación a la Monarquía Portuguesa, bajo una Constitución liberal.” En los años 1820 esta posibilidad se manejó en las Cortes europeas bajo la propuesta de entregar la Cisplatina a España a cambio de la plaza de Olivenza, pero tuvo oposición en Brasil. Por su parte, la corriente que podríamos llamar “portuguesista” estuvo presente al menos hasta el año 1826, como los demuestran los informes del cónsul británico en Montevideo, Thomas Samuel Hood.
LA LEY DE UNIÓN CON LAS PROVINCIAS DEL RÍO DE LA PLATA
Sin embargo, la segunda Ley Fundamental estableció la unión de la Provincia Oriental con las Provincias Unidas del Río de la Plata. Es uno de los documentos que mejor ilumina el sentido de la palabra “Independencia” durante las primeras décadas del siglo XIX: como gobierno autonómico una vez que retrovierte o se reasume la soberanía popular, secuestrada por gobiernos españoles afrancesados –incluyendo a los Borbones- o por gobiernos criollos locales corruptos, incapaces, despóticos, que contravenían las tradiciones que habían regido hasta el momento, y que tenían amplia aceptación. Pero “independencia” nunca era desgarrar la patria, ni chica, ni grande, y la patria, chica y grande, era una comunidad en la que se nacía o a la que se adhería por motivos de sangre, afecto, religión, costumbres, amistad, y tradición.

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