Tal fue el caso de «Hit», el trabajo documental arduamente elaborado por Claudia Abend y Adriana Loeff que ya puede calificarse como legítimo patrimonio de nuestra cultura intangible. El desafío, por cierto, no era fácil de superar. Se trataba de conjugar, en un acotadísimo puñado de canciones, el legado sonoro de la música nacional y volcarlo a la pantalla. Una selección que pudo despertar discusiones sobre lo que faltaba (o sobraba) pero que, de todos modos se convirtió en un nostálgico retrato de nuestra identidad a partir del cancionero popular uruguayo.
Otro aporte sustantivo resultó «Matar a todos», de Esteban Schroeder, un thriller político a la uruguaya, cuyo núcleo narrativo partió del guión de «99% asesinado» realizado por Pablo Vierci y Esteban Schroeder sobre el caso Berríos, el tenebroso científico que trabajaba para la policía secreta chilena durante la dictadura de Pinochet, material que Schroeder trabajó con pericia en un formato de serie negra que capturó al espectador desde el comienzo.
Por su parte, Beatriz Flores Silva dejó «Polvo nuestro que estás en los cielos» un filme desmesurado hecho a su medida. El largometraje en realidad supuso una alegoría absolutamente traducible para cualquier uruguayo que tenga noticia sobre nuestro pasado reciente. Una parábola elocuente, directa e incluso nostálgica. Un retrato vívido de aquel país de las vacas gordas que irremediablemente se vino a menos entre presiones reaccionarias y sueños de revolución tupamara. Descontando subrayados obvios, Flores Silva logró rescatar diálogos de chispeante ferocidad, un humor de picos delirantes y la estupenda actuación de buena parte de su elenco, encabezado, sobre todo, por Walter Guido y Myriam Gleijer.
En otro orden «Cachila», de Sebastián Bednarik, promovió un nuevo testimonio de nuestra cultura popular en tiempo presente. Con «La Matiné » el realizador ya se había aventurado en el ambiente carnavalero logrando singular éxito en el retrato de una fauna impagable. Ahora, a través de «Cachila», la mirada retornó al territorio del Dios Momo pero desde otro ángulo. En este caso se trató del registro documental de Waldemar «Cachila» Silva, un afrouruguayo patriarcal, líder de la Comparsa «C 1080?, auténtico «Negro Jefe» y verdadero orgullo del Barrio Sur. El documento audiovisual pasó revista a este mundo especialísimo de la comparsa lubola y, a la vez, recuperó un fragmento de esa identidad cultural intangible de la que formamos parte. Cabe subrayar que la producción no se quedó en la mera fotografía a modo de postal turística sino que fue más allá, internándose en un universo que nos deja su legado ancestral (re)descubriendo el orgullo de una raza a ritmo de candombe.
Por su parte, el director Federico Veiroj con «Acné», realizó un estupendo ejercicio de características autobiográficas, donde el joven protagonista funcionaba como alter ego en ese momento crítico que marca el final de la niñez y se abren otras puertas a nuevas experiencias. Experiencias que, entre otras cosas, dan cabida al descubrimiento del sexo, la búsqueda del amor y algún que otro desengaño. Ese sesgo personalísimo, además, dio cuenta de un relato bastante descarnado de una familia disfuncional de la clase media alta uruguaya que guarda las apariencias en medio del derrumbe. De esa «catástrofe» familiar, Veioj logró un retrato casi objetivo reconstruyendo (quizás a modo de catarsis) un mundo perdido. Con una innegable cuota de poesía y aparente sencillez, «Acné» marcó una propuesta de absoluta naturalidad en la que la presencia del joven actor Alejandro Tocar se convirtió en referente sustantivo.
A su vez, «Joya» de Gabriel Bossio estableció un corte atípico sobre pareja de treintañeros en situación de crisis que intentan sobrevivir en un desolado balneario durante el invierno. Lo interesante de la propuesta es que el filme se ajustó a las idas y venidas de los protagonistas a partir de un guión básico que permitió una improvisación fresca y transgresora. Con una entrega mayúscula de Jenny Goldstein y Moré, «Joya» radiografió, como en otros títulos nacionales, ese mundo juvenil algo desorientado y si mayores expectativas, con algo de desencanto en medio del disparate.
Cabe recordar a «El círculo», el documental de José Pedro Charlo y Aldo Garay sobre la convulsionada vida del doctor Henry Engler, dirigente tupamaro y uno de los rehenes de la dictadura militar. Una propuesta removedora, con diversas aristas que proyectaban el documental a otras áreas no esencialmente políticas. Con «Decile a Mario que no venga», de Mario Handler, el aspecto estrictamente político también dejó espacio a una reflexión personal y balance existencial, realizado por el propio Handler, a modo de «intento de reconciliación o de convivencia», en una suerte de exposición total y descarnada. No menos impactante resultó «D.F. Destino Final» de Mateo Gutiérrez (hijo menor del Toba), sobre el secuestro y asesinato de Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michellini en Argentina. Otra producción desacomodadora que fusionó el análisis documental con la vivencia de un hijo en busca de la memoria de su padre.
Otro título atendible fue «Tabaré Rocanrol y después» de María Viñoles y Stefano Tonomi, sobre el proceso experimentado por la banda liderada por el músico y actor Tabaré Rivero durante varias décadas. En esta apretada síntesis, tampoco debemos olvidar a «Las penas son de nosotros», de Alejandra Guzzo y, a modo de inserción relativamente artificial, podemos intercalar a «Paisito», que si bien fue dirigida por la española Ana Díez, temática y rodaje son uruguayos.