Siguiendo con una serie de entrevistas a creadores de literatura que Salto tiene hoy en día, y que consideramos merecido difundir, dialogamos con Amado Dubarry, alguien que no resulta un desconocido en Salto, ya sea por su actividad como comerciante o porque su nombre ya ha estado presente en más de una oportunidad en algunos concursos (como por ejemplo el de Microcuentos que organiza habitualmente Antel) en los que se ha destacado. “Nací en el año 1958; escribo desde hace aproximadamente unos cuatro años”, comienza el entrevistado a modo de presentación.
¿Qué lo impulsó a escribir?
Los motivos para comenzar a hacerlo son varios, pero el principal es la vocación. Seguramente que una lectura intensa y variada a lo largo de la vida ha tenido una influencia muy importante, así como el estímulo generoso, en las épocas de estudiante, de maestros y docentes que elogiaban mis modestísimas «redacciones». El trabajo, la actividad comercial ajena por completo al ámbito literario, demoraron la decisión todos estos años, pero ahora, ya bien cumplidos los cincuenta, estamos intentando escribir tratando de aprender continuamente y hacerlo de la mejor manera posible, atentos a un rigor y crítica literaria indispensables y al respeto extremo que el lector nos merece.
¿Qué escribe principalmente?
Mi género predilecto es la narrativa, y en ella los cuentos. Tengo la opinión, muy particular por cierto, que el cuento y la novela corta (la que está entre las 80 y 120 páginas) se imponen como las lecturas preferidas de los tiempos que corren. Es difícil para un lector de hoy, apremiado por la vorágine del ritmo de vida actual, encarar una novela de 300 o 500 páginas sabiendo que le llevará una semana o más terminar de leerla, y de tanto perder el hilo por las interrupciones de la lectura y sus diferente estados de ánimo al momento de retomarla no la apreciará realmente.
¿Tiene lecturas preferidas?
Como autor preferido Borges. Inmediatamente después García Márquez…
¿De Uruguay?
De Uruguay, Onetti el mejor, y descubriendo y analizando poco a poco a Felisberto Hernández…
¿Los considera sus referentes para escribir?
El referente y de relectura constante indudablemente es Borges, con un dominio absoluto del cuento, de la adjetivación, de la frase que impacta. De la idea que lleva, por ejemplo, media carilla desarrollar, expresada brillantemente en un par de renglones. Extrema erudición e inteligencia, creativo, original y fantástico. Muy difícil que se repita.
¿Siente que ha habido evolución en su forma de escribir en estos cuatro años?
Indudablemente que sí, porque he ido asimilando conocimientos, sugerencias, críticas, intercambio de opiniones, y me han enseñado mucho. Debido seguramente a mis limitaciones no he aprendido lo suficiente aún, pero lo que sí creo haber entendido es como no se debe escribir, lo que representa una incuestionable evolución.
¿Una reflexión sobre el aprendizaje en la creación literaria? Pregunto teniendo en cuenta que usted asiste a un taller…
En una actividad de creación literaria que se emprenda, salvo que uno sea genial o brillante, situación completamente ajena a mí, se necesita el apoyo y enseñanzas de otras personas. No puedo olvidarme y dejar de reconocer a algunas a riesgo de olvidarme de otras muchas: Sra Berta Sedraschi, Profesora Inés Delgado y su inolvidable grupo literario, señor Francisco Alves y compañeros de lecturas (recuerdo en este momento a la señora Noemí Belzarena como integrante de ese grupo notable), al profesor José Luis Guarino que sin conocerme leía y me comentaba mis trabajos, al igual que el profesor Jorge Pignataro. A Rodrigo Jardim, que se animó a publicar un cuento mío en el Diario (El Pueblo). A mi familia con ese apoyo incondicional de siempre, a los jurados de los concursos en que intervine, no por la premiación en sí, sino por los consejos para seguir trabajando y mejorar. Al profesor Leonardo Garet, cuya influencia fue determinante en mi forma de percibir la creación literaria y que con su necesario, imprescindible diría, rigor crítico, pero de construcción, me enseñó algo que no viene en manuales ni libritos de bolsillo: cómo se le da forma a un texto. Y a los estimados compañeros del taller Horacio Quiroga, un equipo tremendo que hacen que las cosas nos resulten mucho más simples.
SESIÓN DE PINTURA
(Un cuento de Amado Dubarry)
Al fin ha conseguido que su novia, Sofía, sea la modelo para pintar un desnudo. Con un gesto de satisfacción prepara los colores, el lienzo en el caballete, los pinceles, el aguarrás, al tiempo que a través del ventanal mira el oleaje golpeando con furia invernal la costa desierta.
Cuando llegaron a la casa de la playa esta mañana de sábado, discutieron fuertemente, pero todo está pronto para trabajar en el cuadro durante el fin de semana.
Mientras va y viene con los utensilios la mira desde diferentes partes de la habitación. Recostada sobre un sofá, el rostro apoyado en uno de sus brazos que se extiende recto con la mano colgando relajada, las piernas ligeramente recogidas, está Sofía. Una sábana por poco transparente permite adivinar su bello cuerpo desnudo. Tiene los ojos cerrados y el cabello acomodado por detrás de la oreja, dejando libre su delicado perfil. El viaje resultó largo y agotador. Ahora ella está quieta y distendida.
Él se le acerca; mueve con suavidad la sábana, cubriendo aquí, destapando allá, y luego le habla.
-¿Por qué te negaste tanto a posar sabiendo lo importante que es para mí? Tienes las facciones y el color de piel que me gustan, y éste va a ser mi primer cuadro en serio. ¡Hoy lo haremos!
Ella no le responde, inmóvil en su postura.
Ya esbozó el dibujo con trazos prácticos, y compulsivamente prepara mezclas; blanco, una pizca de rojo cadmio, un toque de amarillo, ocre para sombrear. O; amarillo limón, rojo, blanco, y apoyo de las tierras; natural o quemada. El color carne que parece buscar lo lleva hasta a dar pequeñísimos pincelazos en el brazo de la joven. Surge al fin; prueba sobre el lienzo, se entusiasma, va rápido. Quiere aprovechar la escasa luz natural de la tarde y la pose estática de Sofía. Su pincel miente un poco; dulcifica la sonrisa de la muchacha quitándole dureza, al cuello largo lo pinta más claro, casi confundido en el blanco. A los senos los sugiere más que los muestra, sí lo hace con su cadera, cumpliendo con un precepto inapelable del desnudo.
Luego de un rato más se detiene; la tarde declina y la penumbra invadió el ambiente. Se aleja del caballete, mira lo pintado y hace gestos afirmativos con la cabeza. Luego se despereza, enciende un cigarrillo y contempla largamente a través del cristal la playa con el mar hinchado de viento fuerte. Se frota con fuerza las manos, agrega unos leños avivando el fuego del hogar, cubre con la sábana por completo el cadáver de Sofía, no sin antes revisar con curiosidad los moretones en su cuello que están mudando al verde, y se retira a descansar.
