La familia es la base de la sociedad. Cuántas veces escuchamos repetir este concepto por lo que significa como valor para la sociedad, por su contexto de solemnidad, respeto y base del amor en el hogar que conforma lo mejor de una comunidad. Desde que era niño, mi madre siempre me enseñaba que más allá de las dificultades que debamos vivir, ya sea por cuestiones económicas o por diferencias entre los integrantes de una misma familia, lo más importante era encontrar el amor que nos había unido y hacerlo prevalecer para afianzar los lazos que nos unen.
Claro, la felicidad no se compra en un kiosco, tampoco se fabrica y mucho menos se inventa de un día para el otro, la felicidad es algo que se construye con el devenir del tiempo, que se cultiva todos los días con respeto, compañerismo, tolerancia, honestidad, humildad y capacidad de arrepentimiento. Que se genera con el amor cotidiano por lo que hacemos para alcanzarla y por lo que hacen quienes nos rodean.
Tampoco se fuerza, no podemos obligar a alguien a ser felices con nosotros por el simple hecho de que pensamos que pueden llegar a serlo. Ahí debemos poner muchas cosas en la balanza antes, como para sacrificar nuestra vida en nombre de esa “felicidad” que pensamos que podemos llegar a alcanzar, cuando lo que está en juego es mucho más grande, si lo miramos con perspectiva.
Saber que nos equivocamos y aprender de nuestros errores es una de las mayores virtudes de la que está dotado el ser humano, entonces debemos encontrarlas, sacarlas para afuera, pasarle lustre si es que nos olvidamos que las teníamos por allá adentro en algún lugar recóndito y exponerlas para entender todo esto, antes que nada.
En el Uruguay y también en todo el mundo, la crisis de valores que ataca el corazón de las familias y las resquebraja por completo, está ganando por goleada a todas las comunidades que se adormecieron y quedaron impávidas pensando que con la base que ya traían de sus antepasados, estaban vacunadas contra la violencia intrafamiliar, el desmembramiento de sus integrantes, las adicciones de sus jóvenes, el ocio, la falta de respeto, de tolerancia y sobre todas las cosas de compromiso con ser hombres de bien y generar una sociedad que luche por los valores y quiera crecer con la bandera de la honestidad en lugar de la mezquindad, con la de la alegría en lugar de la del no se puede, con la de la paciencia y el respeto, en lugar de la violencia y del todo sirve.
No puede ser que en una sociedad como la de Salto, de apenas 130 mil personas, que en el contexto global no es más que un estadio de los fastuosos del fútbol europeo lleno de gente, haya un considerable número de delitos que se denuncian cada año, que se pasan en miles y que encima el mayor de los delitos por segundo año consecutivo, según las fuentes de la Jefatura de Policía que me lo informaron, vuelva a ser la violencia doméstica.
Este tipo de temas deben ser los primeros que deberíamos ponernos a resolver en una sociedad que se precia de pacífica, culta e ilustrada. Que dice ser tolerante y que ha demostrado ser solidaria, que cuida el lugar donde vive y cuando alguien pretende encender la pradera, enseguida lo señalamos con el dedo y le buscamos intereses espurios en sus intenciones, pero en ese sentido y con los datos de la realidad a la vista, solamente somos una sociedad hipócrita y mezquina.
Si la familia es la base de la sociedad, y si todos apuntamos por cuidarla, quererla, y nos enorgullecemos de decir por el mundo que somos salteños, no podemos actuar haciendo todo lo contrario.
Yo se que en algunos casos lo hacemos, que borramos con el codo lo que escribimos con la mano y que cuando alguien dice algo que no nos gusta, lo primero que hacemos, es atacarlo para destruir su credibilidad, o lo despreciamos llamando a su superior para que “frene” esos atropellos a la paz pública. Pero no podemos ser tan caretas, de preciarnos como una sociedad referente para el país, educada, con valores y sobre todas las cosas con la defensa de nuestra comunidad en lo más alto, y saber que la violencia intrafamiliar campea a todos los niveles como si no pasara nada.
Los problemas deben apuntar a solucionarse a través del diálogo, las diferencias deben ser expuestas y tratadas con tolerancia y respeto, no podemos cultivar la violencia, la ira, el abuso físico y psicológico o el maltrato, porque le estamos legando a los niños este tipo de cosas, y son ellos los que padecen este tipo de situaciones a raíz de los cuales sufren todo tipo de trastornos que después los trasladan al centro educativo al que concurren o al grupo de amigos con el que interactúan y pasamos a tener una sociedad violenta todo terreno.
¿De qué nos asombramos cuando vemos que en un partido de fútbol, un grupo de vándalos se dan como adentro de un gorro entre ellos y causan destrozos en un escenario público, poniendo en jaque al 90 por ciento restante que está disfrutando de la misma fiesta pero en paz? Y encima son esos violentos los que les ponen las reglas a la policía y le dicen que si entran a reprimirlos, se pudre todo, porque van a reaccionar con más violencia. ¿En qué cabeza cabe esto?
Encima tenemos que soportar que el presidente de la República reconozca que lo que está pasando entre sus gobernados, es una macana enorme y solamente se remita a decir: “algo hay que hacer”. ¿Algo? ¿Le parece señor presidente que solamente algo hay que hacer y encima usted lo diga como si nada? Tome la decisión y después la comenta.
No le voy a cargar las tintas de los problemas más sensibles del entramado social a este gobierno, porque también fueron muy responsables Tabaré Vázquez, Jorge Batlle, Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle, ni que hablar de la dictadura del Goyo y sus amigotes (que por suerte están casi todos presos) porque han sido el origen de tener una sociedad encerrada en el miedo, que cuando le dieron rienda suelta y le dijeron que era libre, no supo para donde agarrar y se prendió del vale todo. Y hoy, los que crecimos en esa generación 30 años después lo vemos, hoy vale todo, porque en realidad están haciendo que no valga nada.
No podemos enseñarles a nuestros hijos que insultarnos y golpearnos entre los integrantes de una misma familia está bien. No podemos mostrarles a los más pequeños que la ira o las malas palabras son actitudes naturales de papá y mamá (cuando el niño tiene la suerte de que estén los dos en casa y de conocerlos) y que si ellos las repiten, que obviamente lo van a hacer, es algo normal.
Hace pocos años, en plena crisis económica y social del país en el año 2002, Salto ostentaba el triste récord de ser la ciudad con mayor número de divorcios del interior. De cada dos matrimonios, fracasaba uno. Los operadores judiciales de la época, le habían informado a quien esto escribe, que se trataba mayormente de casos de jóvenes que se casaban por embarazos adolescentes, cuyos matrimonios luego por razones tales como que los dos crecían, se conocían más y se soportaban menos, no prosperaban.
Pero ese daño tremendo que se hacían entre ellos se trasladó a otra fase. Y en este caso tampoco están ajenas el desencadenante de todo esto que lo componen las llamadas familias ensambladas, que no son malas para nada, pero que sí son diferentes y el trato entre sus integrantes debe suponer un hilo más fino y de más paciencia y tolerancia que en el otro caso, que en el de las tradicionales, pero todas ellas trasladaron sus pesares a la violencia interna, que muchas veces es adquirida por los problemas económicos de cada uno, por la falta de valores que se cultiva hasta sin quererlos con el no te metas y el vos no sos mi padre, por lo que ven en televisión donde todo es violencia, guerra y juegos de matar como el lamentable y negativo Call of Duty, y hasta por cuestiones tan absurdas como un partido de fútbol.
Por eso vuelvo al principio, si la familia es la base de la sociedad y nosotros somos la sociedad. ¿Qué estamos haciendo para preservar a la familia? Porque errores tenemos todos, pero si las cosas van mal. ¿Qué ponemos de nosotros para mejorarlas? Será mejor mirar hacia adentro, respirar hondo y dejarnos de cuentos, buscando aceitar la cadena para que la cosa ande. De lo contrario, qué futuro de miércoles nos espera.
La familia es la base de la sociedad. Cuántas veces escuchamos repetir este concepto por lo que significa como valor para la sociedad, por su contexto de solemnidad, respeto y base del amor en el hogar que conforma lo mejor de una comunidad. Desde que era niño, mi madre siempre me enseñaba que más allá de las dificultades que debamos vivir, ya sea por cuestiones económicas o por diferencias entre los integrantes de una misma familia, lo más importante era encontrar el amor que nos había unido y hacerlo prevalecer para afianzar los lazos que nos unen.
Claro, la felicidad no se compra en un kiosco, tampoco se fabrica y mucho menos se inventa de un día para el otro, la felicidad es algo que se construye con el devenir del tiempo, que se cultiva todos los días con respeto, compañerismo, tolerancia, honestidad, humildad y capacidad de arrepentimiento. Que se genera con el amor cotidiano por lo que hacemos para alcanzarla y por lo que hacen quienes nos rodean.
Tampoco se fuerza, no podemos obligar a alguien a ser felices con nosotros por el simple hecho de que pensamos que pueden llegar a serlo. Ahí debemos poner muchas cosas en la balanza antes, como para sacrificar nuestra vida en nombre de esa “felicidad” que pensamos que podemos llegar a alcanzar, cuando lo que está en juego es mucho más grande, si lo miramos con perspectiva.
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Saber que nos equivocamos y aprender de nuestros errores es una de las mayores virtudes de la que está dotado el ser humano, entonces debemos encontrarlas, sacarlas para afuera, pasarle lustre si es que nos olvidamos que las teníamos por allá adentro en algún lugar recóndito y exponerlas para entender todo esto, antes que nada.
En el Uruguay y también en todo el mundo, la crisis de valores que ataca el corazón de las familias y las resquebraja por completo, está ganando por goleada a todas las comunidades que se adormecieron y quedaron impávidas pensando que con la base que ya traían de sus antepasados, estaban vacunadas contra la violencia intrafamiliar, el desmembramiento de sus integrantes, las adicciones de sus jóvenes, el ocio, la falta de respeto, de tolerancia y sobre todas las cosas de compromiso con ser hombres de bien y generar una sociedad que luche por los valores y quiera crecer con la bandera de la honestidad en lugar de la mezquindad, con la de la alegría en lugar de la del no se puede, con la de la paciencia y el respeto, en lugar de la violencia y del todo sirve.
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No puede ser que en una sociedad como la de Salto, de apenas 130 mil personas, que en el contexto global no es más que un estadio de los fastuosos del fútbol europeo lleno de gente, haya un considerable número de delitos que se denuncian cada año, que se pasan en miles y que encima el mayor de los delitos por segundo año consecutivo, según las fuentes de la Jefatura de Policía que me lo informaron, vuelva a ser la violencia doméstica.
Este tipo de temas deben ser los primeros que deberíamos ponernos a resolver en una sociedad que se precia de pacífica, culta e ilustrada. Que dice ser tolerante y que ha demostrado ser solidaria, que cuida el lugar donde vive y cuando alguien pretende encender la pradera, enseguida lo señalamos con el dedo y le buscamos intereses espurios en sus intenciones, pero en ese sentido y con los datos de la realidad a la vista, solamente somos una sociedad hipócrita y mezquina.
Si la familia es la base de la sociedad, y si todos apuntamos por cuidarla, quererla, y nos enorgullecemos de decir por el mundo que somos salteños, no podemos actuar haciendo todo lo contrario.
Yo se que en algunos casos lo hacemos, que borramos con el codo lo que escribimos con la mano y que cuando alguien dice algo que no nos gusta, lo primero que hacemos, es atacarlo para destruir su credibilidad, o lo despreciamos llamando a su superior para que “frene” esos atropellos a la paz pública. Pero no podemos ser tan caretas, de preciarnos como una sociedad referente para el país, educada, con valores y sobre todas las cosas con la defensa de nuestra comunidad en lo más alto, y saber que la violencia intrafamiliar campea a todos los niveles como si no pasara nada.
Los problemas deben apuntar a solucionarse a través del diálogo, las diferencias deben ser expuestas y tratadas con tolerancia y respeto, no podemos cultivar la violencia, la ira, el abuso físico y psicológico o el maltrato, porque le estamos legando a los niños este tipo de cosas, y son ellos los que padecen este tipo de situaciones a raíz de los cuales sufren todo tipo de trastornos que después los trasladan al centro educativo al que concurren o al grupo de amigos con el que interactúan y pasamos a tener una sociedad violenta todo terreno.
¿De qué nos asombramos cuando vemos que en un partido de fútbol, un grupo de vándalos se dan como adentro de un gorro entre ellos y causan destrozos en un escenario público, poniendo en jaque al 90 por ciento restante que está disfrutando de la misma fiesta pero en paz? Y encima son esos violentos los que les ponen las reglas a la policía y le dicen que si entran a reprimirlos, se pudre todo, porque van a reaccionar con más violencia. ¿En qué cabeza cabe esto?
Encima tenemos que soportar que el presidente de la República reconozca que lo que está pasando entre sus gobernados, es una macana enorme y solamente se remita a decir: “algo hay que hacer”. ¿Algo? ¿Le parece señor presidente que solamente algo hay que hacer y encima usted lo diga como si nada? Tome la decisión y después la comenta.
No le voy a cargar las tintas de los problemas más sensibles del entramado social a este gobierno, porque también fueron muy responsables Tabaré Vázquez, Jorge Batlle, Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle, ni que hablar de la dictadura del Goyo y sus amigotes (que por suerte están casi todos presos) porque han sido el origen de tener una sociedad encerrada en el miedo, que cuando le dieron rienda suelta y le dijeron que era libre, no supo para donde agarrar y se prendió del vale todo. Y hoy, los que crecimos en esa generación 30 años después lo vemos, hoy vale todo, porque en realidad están haciendo que no valga nada.
No podemos enseñarles a nuestros hijos que insultarnos y golpearnos entre los integrantes de una misma familia está bien. No podemos mostrarles a los más pequeños que la ira o las malas palabras son actitudes naturales de papá y mamá (cuando el niño tiene la suerte de que estén los dos en casa y de conocerlos) y que si ellos las repiten, que obviamente lo van a hacer, es algo normal.
Hace pocos años, en plena crisis económica y social del país en el año 2002, Salto ostentaba el triste récord de ser la ciudad con mayor número de divorcios del interior. De cada dos matrimonios, fracasaba uno. Los operadores judiciales de la época, le habían informado a quien esto escribe, que se trataba mayormente de casos de jóvenes que se casaban por embarazos adolescentes, cuyos matrimonios luego por razones tales como que los dos crecían, se conocían más y se soportaban menos, no prosperaban.
Pero ese daño tremendo que se hacían entre ellos se trasladó a otra fase. Y en este caso tampoco están ajenas el desencadenante de todo esto que lo componen las llamadas familias ensambladas, que no son malas para nada, pero que sí son diferentes y el trato entre sus integrantes debe suponer un hilo más fino y de más paciencia y tolerancia que en el otro caso, que en el de las tradicionales, pero todas ellas trasladaron sus pesares a la violencia interna, que muchas veces es adquirida por los problemas económicos de cada uno, por la falta de valores que se cultiva hasta sin quererlos con el no te metas y el vos no sos mi padre, por lo que ven en televisión donde todo es violencia, guerra y juegos de matar como el lamentable y negativo Call of Duty, y hasta por cuestiones tan absurdas como un partido de fútbol.
Por eso vuelvo al principio, si la familia es la base de la sociedad y nosotros somos la sociedad. ¿Qué estamos haciendo para preservar a la familia? Porque errores tenemos todos, pero si las cosas van mal. ¿Qué ponemos de nosotros para mejorarlas? Será mejor mirar hacia adentro, respirar hondo y dejarnos de cuentos, buscando aceitar la cadena para que la cosa ande. De lo contrario, qué futuro de miércoles nos espera.
Hugo Lemos
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