La Facultad de Psicología resolvió suspender los parciales del segundo semestre bajo el argumento de un “contexto ansiógeno”. La medida, presentada como un gesto de cuidado, revela una confusión profunda sobre el rol de la formación universitaria. La ansiedad aparece tratada como un agente externo y patógeno, en lugar de ser asumida como parte inherente de cualquier proceso de aprendizaje, exposición y responsabilidad. La universidad no es un refugio aséptico; es un espacio donde la tensión cognitiva, el desafío y cierta dosis de angustia constituyen la sustancia del crecimiento intelectual.
El problema se agrava cuando la decisión apela a una supuesta protección del estudiante, en un contexto donde la formación —al menos en el CENUR— ya presenta niveles académicos modestos y exigentes solo para quienes sostienen trayectos rigurosos. Al suspender evaluaciones por razones emocionales, se instala una pedagogía de la evitación que erosiona el sentido de la vida universitaria: confrontar límites, elaborar frustraciones, organizar el estudio y asumir un compromiso ético con el aprendizaje. Paradójicamente, esta medida surge de la facultad llamada a ofrecer herramientas conceptuales para pensar el malestar, no para anularlo.
También es difícil ignorar el trasfondo político de la resolución en medio de un conflicto presupuestal severo. La medida exhibe la sobrecarga horaria de docentes que no pueden asumir la corrección de exámenes y la masividad de las aulas. Sin embargo, en lugar de reconocer esta dimensión estructural, se instrumentaliza la salud mental como excusa. Se toma de rehén a estudiantes comprometidos, se diluye la responsabilidad institucional en un lenguaje psicologizante y se degrada el concepto de ansiedad hasta convertirlo en una muletilla explicativa vacía.
El resultado es contrario a los principios de la propia disciplina. Al suprimir la evaluación para “evitar” ansiedad, se envía un mensaje clínicamente erróneo: que resolver el malestar implica eliminar el estímulo que lo provoca. Esa lógica no educa, no contiene y no transforma; infantiliza. El debate debería dirigirse a la precariedad docente, la discontinuidad pedagógica y la crisis presupuestaria. El resto es ruido conceptual.




