Cortazar y «El Perseguidor», se sientan a escuchar a Charlie Parker
«En la vida somos una asociación de ideas», decía siempre un amigo, y al pensar hoy, un poco en él, y en sus palabras, admito que suena como una hermosa manera de describir la experiencia humana. Nuestras percepciones, recuerdos y pensamientos se entrelazan para formar nuestra identidad y nuestra manera de interpretar el mundo. Cada conversación, cada descubrimiento y cada encuentro suma a ese tejido de ideas que nos define.
Y digo esto, tal vez porque pensé en el 30 de abril, Día internacional del jazz, porque recordé una anécdota que contaba García Márquez que en un encuentro entre escritores, en la casa de Cortazar, y luego de pasar varias horas conversando, al despedirse, uno de los escritores le pregunta a Cortazar sobre qué pensaba del jazz…volvieron a sentarse y cortazar habló hasta el alba sobre el jazz, historias, muscos, composiciones.
Esa anécdota representa perfectamente el espíritu del jazz: una conversación sin fin, llena de improvisación, pasión y conexiones inesperadas. Cortázar tenía una fascinación profunda por el jazz, y su amor por el género se refleja en su escritura, con ritmos y estructuras narrativas que evocan la espontaneidad de una improvisación musical.
Recordar El Día Internacional del Jazz, es una oportunidad para honrar su legado y el impacto cultural de este género en la literatura, el cine y las artes en general. Grandes escritores como García Márquez, Cortázar y Borges han hablado de la influencia del jazz en su creatividad, porque al igual que la literatura, el jazz es un territorio de libertad donde las ideas fluyen sin restricciones.
Dicen que cortazar tenia una obsesión por la musica de Charlie Parker y solía decir que con un whisky, arrumbado en un sofá, en penumbras, escuchaba el saxo mágico, sobre todo los temas melancólicos, y que a veces, abría las grandes cortinas, miraba el sol y disfrutaba el saxo eufórico de Charlie. Es una imagen extraordinaria, casi cinematográfica. Cortázar tenía una manera única de describir sensaciones, de hacer que la música se convirtiera en algo casi palpable en sus relatos. Su relación con el jazz y su admiración por Charlie Parker quedaron inmortalizadas en su cuento “El Perseguidor”, donde no solo es un homenaje al saxofonista, sino también una exploración profunda sobre la percepción del tiempo, el arte y la genialidad llevada al límite.
La idea de whisky, penumbra y un saxo melancólico es casi un rito de introspección; y luego, la cortina abierta, el sol y el jazz vibrante de Parker transforman el espacio en una celebración. Es la dualidad del jazz, la que Cortázar entendía tan bien: la tristeza y la euforia coexistiendo en una improvisación.
EL JAZZ EN MIS RECUERDOS

El jazz me visita de cuando en cuando, son momentos, y siempre me queda la sensación que me falta una nota, que caiga como una lluvia y me empape con su mágico encanto para seguir disfrutándolo.
Es como si de pronto me sentara frente al escenario perfecto para perderme en sus melodías envolventes, en el parloteo de las cuerdas, de los vientos, de los teclados y esa percusión que marca el ritmo de la charla…
“Hay algo en el jazz que captura tanto la melancolía como la euforia”, decía la profesora de música en el liceo. Por ese entonces mi único contacto con ese tipo de música era a través del cine. De películas “de detectives”o las policiales, en las que los héroes se metían en el bajo mundo, en bares semi oscuros y con gente mala en la vuelta, y músicos negros tocando música triste o las vedettes cantando eufóricas canciones con el picoteo de los saxos y clarinetes y el gallo comiendo maní del pianista.
Mientras las películas tenían otros diálogos, la lente del camarógrafo hacia paneos iba desde los parroquianos a los músicos y era como si cada nota pudiera contar una historia propia.
Un día, llegando a los ochenta, en una disquería céntrica liquidaban long play por poca plata cada uno. Como andaba con dinero, compré varios discos, entre ellos uno de Frank Zappa, otro de Vinicius di Moraes y Toquinho, uno de Dee Purple, uno de Paco Ibañez y uno de Herbie Hancock.
Tenía por ese entonces un tocadisco que era una valijita azul a cuadro y como que le gasté la púa en pocos días.
De Hancock no tenía idea, pero enseguida hice migas, me gustó su música. Después supe que era un tecladista y compositor legendario explorador de casi todos los estilos del jazz.
De lo poco que había escuchado jazz, cada descubrimiento era una cima alcanzada. Un día de eso fue que escuché «Chameleon» una de las composiciones más lindas de Herbie Hancock, incluida en su álbum Head Hunters de 1973.
Recuerdo que le pregunté al Gordo Nicola si conocía esa canción y me tarareó la melodía, algo parecido a los juegos que hace Rada con su voz que imita instrumentos, sonidos y castañeos con los dedos
– La cantaste alguna vez?.- pregunté ingenuamente.
– «Chameleon» es una pieza instrumental.- Me dijo. No tiene letra. Su magia radica completamente en la música.
Y se puso a divagar, como siempre, con su magistral memoria y conocimiento. Haciendo ademanes me fue ilustrando: “esa línea de bajo hipnótica, loco, no tiene par. Los sintetizadores y el ritmo funk que te transporta. Es como si cada instrumento estuviera contando su propia historia, creando una conversación musical que captura la esencia del jazz fusión. Este tema fue compuesto por Herbie Hancock junto con el bajista Paul Jackson.
Jackson abre la canción, mientras que Hancock crea esa atmósfera futurista con el uso de sintetizadores y teclados eléctricos”.
Hace poco estuve mirando videos de Hancock tocando parado los teclados, con una bandolera al cuello. Hancock es conocido por usar el keytar, un teclado portátil que se lleva como una guitarra. Esto le permite moverse libremente por el escenario mientras toca, Visualmente es impactante en sus actuaciones. Y eso que uno lo mira en un video, me imagino lo que será verlo en público.
Con el correr de los años fui aprendiendo a escuchar, ya no estaba mi maestro junto a mi, se había ido a Brasil, de donde venían pocas noticias suyas, la mas triste fue la de su muerte.
Un día caminando por La Manzana 20 de Mercedes, donde se realizaba una edición de “Jazz a la calle”. Me encontré con un músico argentino, “El Perla” le decían y se dio una conversación extensa. En un momento le pregunté que era el jazz para él?
Sin querer abrí la puerta de su pensamiento más profundo: “El jazz, para mí, es como una conversación entre almas. Es el lenguaje de la improvisación, la creatividad y la emoción. Es un género que trasciende las notas y estructuras, que nos permite a cada músico expresar lo más profundo de su ser en el momento. Por eso el jazz puede sentirse tan vivo y cambiante. Yo soy así, musicalmente hablando, digo”.
VOLVIENDO A CORTAZAR Y A CHARLIE PARKER
Y en esto de la asociación de ideas, vuelvo a Cortazar, porque uno leyendo, sus cuentos o sobre sus cuentos, se hace un composición de lugar, nos dejamos influenciar por la lectura, la de la luz que arrojan los críticos o las que se encienden en el alma cuando a solas con el libro, comulgamos.
Muchas veces traté de imaginarme cómo Charlie Parker se transforma en el Carter de «El Perseguidor», cómo llevo su música a la ficción, como todos empezamos a buscar esa nota que aflijía al músico en la obra de Cortazar, cada vez que nos adentrábamos en su escritura, en su atrapante cuento.
Sé que para un crítico literario a mis preguntas las resuelve rápidamente, lo mismo un docente de literatura, pero, yo que no soy más que un simple lector, me muero de curiosidad…
Humildemente creo que la magia de El perseguidor, la idea de buscar esa nota imposible, esa revelación que escapa, no es solo la obsesión del protagonista, sino la nuestra como lectores. Es el misterio de la creatividad, la frontera entre el arte y la locura, lo efímero y lo eterno.
«Charlie Parker, transformado en el Carter de Cortázar, es más que un homenaje: es la visión de un artista que rompe la estructura del tiempo, que lucha contra su propia genialidad y su propia desesperación. Y al leer el cuento, nos vemos arrastrados a esa búsqueda, sintiendo el peso de la música en cada palabra», me ilustró una vez Ramón.
Sonrío, y celebro, los caminos que me han traído hasta acá y me hacen entender, y admitir, que es increíble cómo Cortázar logra que el jazz no solo se escuche, sino que se lea. Cada frase tiene el ritmo de un solo de saxofón, cada pausa es un respiro antes de la siguiente improvisación. Es literatura que palpita con la vida misma.
A PROPOSITO DE «EL PERSEGUIDOR»

La historia es más o menos así, letras más, letras menos:
El perseguidor de Julio Cortázar es un cuento profundamente inspirado en la vida del saxofonista de jazz Charlie Parker. En la historia, el protagonista, Johnny Carter, es un músico brillante pero atormentado, que busca incansablemente una verdad musical y existencial que parece siempre escapársela. Esta búsqueda de la «nota perfecta» simboliza no solo su relación con la música, sino también su lucha con el tiempo, la realidad y su propia identidad.
El cuento explora temas como la genialidad, la autodestrucción y la conexión entre el arte y la vida. Es un homenaje al jazz y a la improvisación, reflejando cómo los músicos como Parker (y Johnny Carter en la ficción) intentan capturar algo efímero y sublime en cada interpretación.
Cortázar tenía una pasión profunda por el jazz, que no solo escuchaba, sino que también integraba en su vida y obra. Era capaz de hablar extensamente sobre los grandes maestros como Charlie Parker, Louis Armstrong y Thelonious Monk, y sobre los temas que definían este género musical. Para él, el jazz era más que música; era una fuente de inspiración creativa y un reflejo de la improvisación y el ritmo que también aplicaba a su escritura.
Para él, el jazz era un arte vivo, espontáneo, y su estructura improvisada resonaba profundamente con su enfoque literario.
Sus textos tienen una cadencia particular que refleja el ritmo del jazz. Es como si sus palabras danzaran y fluyeran, creando una melodía literaria que captura la esencia del swing y el bebop.
Así como el jazz rompió con las tradiciones musicales establecidas, él rompió con las formas literarias tradicionales para crear algo fresco y original.
El jazz era para él no solo una inspiración, sino una filosofía, un modelo para concebir el arte y la vida misma.
