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domingo, 3 de agosto de 2025
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Sudáfrica llora la muerte de Nadine Gordimer Ganadora del Nobel y una activista «antiapartheid»

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La voz literaria contra el «apartheid», Nadine Gordimer, falleció a los 90 años en su Sudáfrica, país en el que nació y por el que se implicó moral y políticamente en todas sus obras para lograr un cambio social.
Gordimer quería ser bailarina pero una enfermedad cardíaca se lo impidió.
Ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1991, la sudafricana se convirtió en la primera mujer que lo conseguía desde 1966 y en la principal representante contemporánea de las letras sudafricanas. El pasado domingo, la activista antiapartheid falleció en su casa de Johannesburgo, al lado de sus hijos después de sufrir una breve enfermedad.
La escritora nació el 20 de noviembre de 1923 en Springs, una población minera cercana a Johannesburgo, hija de un judío letonio y una asimilada británica. Su larga carrera arrancó a la temprana edad de 9 años y con solo 15 publicó su primer cuento para la revista Forum. Pero aunque en sus comienzos se decantó por las historias cortas, en 1953 publicó su primera novela, The Lying Days, que obtuvo una gran acogida en el mundo literario.
Con sus relatos cortos y novelas, la sudafricana ha sido reconocida por todo el mundo como una de las voces más críticas y poderosas contra la segregación racial que sufrió Sudáfrica cuando la minoría blanca dirigía el país.
«Algunas personas dicen que me dieron el premio no por lo que he escrito, sino por mi política. Pero yo soy una escritora. Esa es mi razón para seguir con vida», manifestó la sudafricana tras recibir el Nobel.
Luchadora.
Su lucha para lograr una nueva democracia en su país también le generó enemigos y provocó que el gobierno del apartheid prohibiera tres de sus libros: Mundo de extraños, La gente de July y La hija de Burger. En ese último, Gordimer exploró los sentimientos divididos de una mujer blanca cuando su padre comunista fue encarcelado por oponerse al sistema. En otra de sus novelas, la sudafricana abordó las tensiones entre los distintos grupos raciales bajo la rígida segregación que sufría Sudáfrica.
Pero, pese a las prohibiciones de su Gobierno, la escritora nunca abandonó su país ni su preocupación por los sudafricanos e incluso formó parte del Congreso Nacional Africano y defendió la causa de la liberación de Nelson Mandela. De hecho, Gordimer y el fallecido expresidente sudafricano mantenían una gran amistad que se consolidó cuando Mandela salió de prisión y pidió reunirse con la escritora. Así, Gordimer convirtió su literatura en una arma de defensa de los Derechos Humanos, contra la pobreza y la segregación racial en Sudáfrica, escenario de su vida y obra. Por ello, la autora de obras como La historia de mi hijo (1990) y El conservador (1974), también fue distinguida con más de doce doctorados «honoris causa», entre otros, de las universidades estadounidenses de Yale, Harvard y Columbia; además de la británica de Cambridge; la belga de Leuven; o la sudafricana de Ciudad del Cabo.
«Yo soy africana y el color de la piel no importa». Así de rotunda se mostraba la Premio Nobel de Literatura.
«Nací allí, me crié en el seno de una comunidad blanca segregada y ya en mi adolescencia vi que algo no funcionaba», dijo en una rueda de prensa en Barcelona en 2007, en la que también recordó que a los 18 años vio que «tenía más en común con los jóvenes negros que con los blancos, solo interesados en las actividades de la comunidad blanca».
A pesar de todo, Gordimer se quedó en Sudáfrica y decidió no abandonar su país en momentos de «desesperación». «Fue lo mejor que hice», afirmó en diversas ocasiones la escritora, que siguió luchando siempre por la normalización de la situación social en su país.
Un régimen que la escritora, de origen judío, comparó con los «brutales métodos de Israel en los territorios palestinos», con la diferencia de que durante el apartheid la minoría blanca no reivindicó «una sola pulgada de todo el continente africano», según afirmó en una entrevista con The Jerusalem Post en 2008, levantando inevitables polémicas.
Uno de los elementos que heredó el país de aquella época y que más preocupaban a Gordimer -lo reflejó en su obra Un arma en casa-, era la enorme proliferación de armas en Sudáfrica y en otros países, como Estados Unidos.
«Un arma en la casa es como tener un gato, todo el mundo tiene un gato, ahora todo el mundo tiene un arma», afirmó.
Pero más allá de su país, Gordimer fue una gran luchadora por los Derechos Humanos, en su concepto más global. Pidió reiteradamente que la alfabetización se convirtiera en un «derecho inalienable».
«La alfabetización es la base de todo aprendizaje» porque el lenguaje «fue y sigue siendo la capacidad milagrosa que el ser humano posee como único dentro del milagro de la creación». Lo que debía llevar a redefinir el concepto de pobreza «ya que no pasa solo por lo material sino que también debe incluir la pobreza de la mente que genera el analfabetismo», un problema que calificaba de «crimen contra la humanidad y contra la plenitud de la vida porque impide el placer del arte y de las ideas». Consideraba que en la lucha por ese mundo mejor y más tolerante, los escritores tenían un papel esencial.
En una época
de terror
La escritora, que estaba «muy decepcionada» con Barack Obama porque no levantó el bloqueo económico a Cuba, soñaba con un futuro con «justicia humana extendida a todos». «Hay que comenzar primero por lograrla en un país y de ahí es muy importante hacer conexiones», decía.
«Vivimos en una época de terror que confronta al hombre y que le oscurece proyectando largas sombras que le impiden descubrirse a sí mismo», y en la que los artistas deben buscar el sentido de la barbarie y el terrorismo, y entender a los actores y víctimas de esos fenómenos. Los escritores, en ese sentido, «tienen que ser capaces de analizar los problemas».
(Fuente: ElPais.com.uy)

La voz literaria contra el «apartheid», Nadine Gordimer, falleció a los 90 años en su Sudáfrica, país en el que nació y por el que se implicó moral y políticamente en todas sus obras para lograr un cambio social.

Gordimer quería ser bailarina pero una enfermedad cardíaca se lo impidió.

Ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1991, la sudafricana se convirtió en la primera mujer que lo conseguía desde 1966 y ennadine la principal representante contemporánea de las letras sudafricanas. El pasado domingo, la activista antiapartheid falleció en su casa de Johannesburgo, al lado de sus hijos después de sufrir una breve enfermedad.

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La escritora nació el 20 de noviembre de 1923 en Springs, una población minera cercana a Johannesburgo, hija de un judío letonio y una asimilada británica. Su larga carrera arrancó a la temprana edad de 9 años y con solo 15 publicó su primer cuento para la revista Forum. Pero aunque en sus comienzos se decantó por las historias cortas, en 1953 publicó su primera novela, The Lying Days, que obtuvo una gran acogida en el mundo literario.

Con sus relatos cortos y novelas, la sudafricana ha sido reconocida por todo el mundo como una de las voces más críticas y poderosas contra la segregación racial que sufrió Sudáfrica cuando la minoría blanca dirigía el país.

«Algunas personas dicen que me dieron el premio no por lo que he escrito, sino por mi política. Pero yo soy una escritora. Esa es mi razón para seguir con vida», manifestó la sudafricana tras recibir el Nobel.

Luchadora.

Su lucha para lograr una nueva democracia en su país también le generó enemigos y provocó que el gobierno del apartheid prohibiera tres de sus libros: Mundo de extraños, La gente de July y La hija de Burger. En ese último, Gordimer exploró los sentimientos divididos de una mujer blanca cuando su padre comunista fue encarcelado por oponerse al sistema. En otra de sus novelas, la sudafricana abordó las tensiones entre los distintos grupos raciales bajo la rígida segregación que sufría Sudáfrica.

Pero, pese a las prohibiciones de su Gobierno, la escritora nunca abandonó su país ni su preocupación por los sudafricanos e incluso formó parte del Congreso Nacional Africano y defendió la causa de la liberación de Nelson Mandela. De hecho, Gordimer y el fallecido expresidente sudafricano mantenían una gran amistad que se consolidó cuando Mandela salió de prisión y pidió reunirse con la escritora. Así, Gordimer convirtió su literatura en una arma de defensa de los Derechos Humanos, contra la pobreza y la segregación racial en Sudáfrica, escenario de su vida y obra. Por ello, la autora de obras como La historia de mi hijo (1990) y El conservador (1974), también fue distinguida con más de doce doctorados «honoris causa», entre otros, de las universidades estadounidenses de Yale, Harvard y Columbia; además de la británica de Cambridge; la belga de Leuven; o la sudafricana de Ciudad del Cabo.

«Yo soy africana y el color de la piel no importa». Así de rotunda se mostraba la Premio Nobel de Literatura.

«Nací allí, me crié en el seno de una comunidad blanca segregada y ya en mi adolescencia vi que algo no funcionaba», dijo en una rueda de prensa en Barcelona en 2007, en la que también recordó que a los 18 años vio que «tenía más en común con los jóvenes negros que con los blancos, solo interesados en las actividades de la comunidad blanca».

A pesar de todo, Gordimer se quedó en Sudáfrica y decidió no abandonar su país en momentos de «desesperación». «Fue lo mejor que hice», afirmó en diversas ocasiones la escritora, que siguió luchando siempre por la normalización de la situación social en su país.

Un régimen que la escritora, de origen judío, comparó con los «brutales métodos de Israel en los territorios palestinos», con la diferencia de que durante el apartheid la minoría blanca no reivindicó «una sola pulgada de todo el continente africano», según afirmó en una entrevista con The Jerusalem Post en 2008, levantando inevitables polémicas.

Uno de los elementos que heredó el país de aquella época y que más preocupaban a Gordimer -lo reflejó en su obra Un arma en casa-, era la enorme proliferación de armas en Sudáfrica y en otros países, como Estados Unidos.

«Un arma en la casa es como tener un gato, todo el mundo tiene un gato, ahora todo el mundo tiene un arma», afirmó.

Pero más allá de su país, Gordimer fue una gran luchadora por los Derechos Humanos, en su concepto más global. Pidió reiteradamente que la alfabetización se convirtiera en un «derecho inalienable».

«La alfabetización es la base de todo aprendizaje» porque el lenguaje «fue y sigue siendo la capacidad milagrosa que el ser humano posee como único dentro del milagro de la creación». Lo que debía llevar a redefinir el concepto de pobreza «ya que no pasa solo por lo material sino que también debe incluir la pobreza de la mente que genera el analfabetismo», un problema que calificaba de «crimen contra la humanidad y contra la plenitud de la vida porque impide el placer del arte y de las ideas». Consideraba que en la lucha por ese mundo mejor y más tolerante, los escritores tenían un papel esencial.

En una época de terror

La escritora, que estaba «muy decepcionada» con Barack Obama porque no levantó el bloqueo económico a Cuba, soñaba con un futuro con «justicia humana extendida a todos». «Hay que comenzar primero por lograrla en un país y de ahí es muy importante hacer conexiones», decía.

«Vivimos en una época de terror que confronta al hombre y que le oscurece proyectando largas sombras que le impiden descubrirse a sí mismo», y en la que los artistas deben buscar el sentido de la barbarie y el terrorismo, y entender a los actores y víctimas de esos fenómenos. Los escritores, en ese sentido, «tienen que ser capaces de analizar los problemas».

(Fuente: ElPais.com.uy)

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