Cuando se entiende que la participación en cualquier competencia deportiva supone la posibilidad de ganar, pero también la de perder, estamos en el punto de partida debido.
No es un combate, no es una guerra, ni una batalla, como erróneamente muchas veces denominan esta competencia algunos medios de comunicación masiva.
Un competidor debe poner simplemente todo el esfuerzo y toda su capacidad, su habilidad, su entrega en pos del triunfo, el resultado no es lo más importante.
En eso estamos. La selección uruguaya acaba de darnos una gran lección en ese sentido. Por primera vez en varias décadas se vuelve a estar entre los cuatro equipos mejores del mundo, pero el resultado, con ser importante no es lo que más debe importarnos.
La entrega, el dar el máximo posible en pos de la causa, es la verdadera lección de este grupo de uruguayos que nos han demostrado que a pesar de ser un país chico, a pesar de tener recursos limitados, podemos alcanzar grandes objetivos.
Es por eso que corresponde que hoy todos los uruguayos que puedan deben estar presentes en el recibimiento a este grupo de uruguayos que supo poner la enseña celeste en la mejor ubicación mundial obtenida desde 1970 a esta parte.
Pero por encima del logro deportivo, debe estar el reconocimiento a lo que ha dejado el fútbol como vidriera de lo que somos los uruguayos, sólo dos expulsiones y totalmente fortuitas, uno de los equipos más correctos, compitiendo con verdadera pasión, pero sin nada incorrecto, como frecuentemente nos quieren endilgar.
De allí que lo único que sentimos que corresponde hacia estos muchachos es el enorme agradecimiento, por haberle dado a este paisito tan chico y sufrido, la mayor alegría popular de los últimos tiempos.
¡Gracias muchachos y hoy todos a recibirlos!.
Se lo merecen.