El derecho a pensar diferente

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    Luego de ver y escuchar durante una semana entera cómo se discutió de un lado y del otro, se construyeron escenarios y se formularon cuestionamientos de todo tipo y calibre, por el acto de discriminación sufrido por dos personas trans en una discoteca de la zona sur de la ciudad de Salto y que determinó en una campaña estatal de apoyo a los ofendidos, creo que en la sociedad libre y democrática que los uruguayos hemos sabido construir en los últimos años, sobre la discusión de si las personas tienen derecho a discriminar a quienes profesan determinada identidad sexual, por el simple hecho de no aceptarlas como tal, me quedo con la cuestión de fondo, que es la de que podamos tener el derecho a pensar y a sentir distinto, algo que creo que es lo más legítimo y válido para todas las partes.

    En ese sentido, tenemos que ser tolerantes con quienes aceptan lo diferente y también con quienes no lo aceptan, porque es una cuestión de derechos, entonces hay que respetar ese derecho a no querer aceptar lo distinto.

    Si bien lo que acabo de escribir parece un trabalenguas, trataré de desgranar el pensamiento para que podamos entendernos.

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    La persona  tiene derecho al honor, al decoro, a la libertad y a vivir con dignidad, dentro de su preferencia de vida, sin agraviar, ni lesionar la forma de ver el mundo de los demás. Vivimos en una civilización basada en el contrato social donde las sociedades pasamos a ser una gran familia con mucha diversidad, diferencias y una variopinta que nos caracteriza en forma general y también  de manera particular, y todo esto tiene que ser respetado.

    En ese contexto, el mundo ha ido cambiando y ha impuesto nuevas formas de sentir y de pensar, de exteriorizar sentimientos y maneras de ver la vida, y a eso se le ha llamado evolución o conquista social de los sectores más postergados y vulnerables, como lo son aquellos que comúnmente sufren discriminación y son relegados al ostracismo.

    Ya sea por su manera de pensar, de sentir, de decir o de vestir, que impactan en gran medida en el resto de los sectores de la población porque se enfrentan al status quo, esto es a la manera en la que aprendimos a vivir todos los demás desde que nacimos por una cuestión cultural innata y aprehendida.

    Últimamente, estos sectores de la sociedad, que históricamente fueron relegados y rechazados, han sido reconocidos como colectivos sociales y han ganado en derechos que hasta ahora les habían sido prohibidos por la tradición de conservar determinados valores que le son caros a la mayoría de la población. Sin embargo, ellos también son integrantes de la sociedad en la que vivimos, son salteños y salteñas, uruguayos y uruguayas y son personas que tienen derecho a ser respetados en su manera de vivir, en sus prácticas y en sus costumbres, a la hora de comer, de elegir la música que les gusta, la educación que quieren tener y también a la hora de vestirse y de sentir.

    Y todo esto debe ser tolerado, porque es parte del respeto con el que debemos actuar para tener una sociedad en paz, respetuosa, tolerante, y con profundas convicciones democráticas que alienten  la libertad de pensamiento y la confrontación sana de ideas, que nos permitan ir avanzando como nación, con una identidad común de amor por lo que consideramos nuestro y lo enarbolamos con sentido de pertenencia a través de símbolos, como pueden ser escudos o banderas, pero con una unión basada en nuestras diferencias.

    Por eso la discriminación no puede existir, no deben propiciarse conductas que tiendan a generar ofensas, separaciones y señalamientos, porque estas actitudes solo alientan al odio, a la violencia, al desprecio y a la exclusión social, la que tanto se ha combatido, porque una sociedad sin exclusiones y con todos es la que logra el desarrollo, el bienestar y el porvenir de nuestros pueblos.

    Las personas de identidad trans pueden y deben convivir con nosotros, ser aceptados en todos sus términos y actuar con el debido respeto hacia quienes no lo son, y sobre todo hacia quienes no los aceptan, porque no entienden ni comparten su manera de vivir ni de ver el mundo. Y eso no puede operar como una discriminación desde los trans hacia quienes no los aceptan, ni viceversa. Tampoco puede haber personas que no aceptándolos caigan en la ofensa, el maltrato, la falta de respeto y el desprecio, porque volvemos al párrafo anterior, solamente volvemos al odio y la violencia y retrocederíamos como sociedad.

    Las personas que no están de acuerdo con la forma de ver el mundo de los demás tienen derecho a hacerlo, tienen derecho a no quererlos, tienen derecho a hacerse a un lado, a no querer charlar con ellos y a no saludarlos, porque ese es su sentir y nadie puede imponerles nada. Como cuando en Montevideo el grupo de tangueros “Yunta Brava” discriminó a dos mujeres por bailar tango juntas y recibió el cachetazo de la sociedad, pero lo que no estuvo bien, a juicio de quien esto escribe, es que la Intendencia de Montevideo les haya querido imponer como sanción que tengan que hacer cursos sobre “cuestiones de género y diversidad”, porque ellos tienen una manera de pensar, que va a contrapelo de la sociedad en la que vivimos, que está en la antítesis del mundo al que pertenecemos pero que también tienen derecho a tenerla, a existir y a sentir, tanto como los trans, los homosexuales, las lesbianas y los heterosexuales.

    Ellos tienen todo el derecho del mundo de no querer ver a dos personas del mismo sexo bailando, besándose o de la mano y hasta pueden manifestarlo, no en forma peyorativa, ni de manera vulgar, pero a lo que no tienen derecho es a ofenderlos y a faltarles el respeto. Y nadie tiene el derecho a exigirles que se aggiornen a la sociedad en la que viven, porque al final de cuentas siempre estaremos hablando de una cuestión de derechos y libertades, las que se ganan con el respeto y no con el insulto, la intolerancia y la exclusión.

    Por eso reitero, cualquier persona con la orientación e identidad sexual que elija puede hacer lo que quiera siempre y cuando no le falte el respeto a los demás y que éstas no se sientan lesionadas. Así como también quienes no los acepten, tienen todo el derecho del mundo a no aceptarlos y a ir a contrapelo de la sociedad, y nadie puede decirles nada, siempre y cuando no caigan en actitudes negativas como el odio y el desprecio.

    Creo que ambos pueden convivir con respeto, paz y tolerancia, pero que como en todos los procesos debe haber una cuestión de maduración de todas las partes que intervienen en estos casos, no porque se les reconozcan derechos de un día para el otro, a través de una ley pueden salir de la noche a la mañana del closet y exigir que a todo el mundo le caiga bien todo, que todos debamos aceptar de un día para el otro conductas hasta ahora concebidas como diferentes, solamente porque se trate de algo legal.

    La sociedad debe pasar por un intercambio positivo de experiencias para ver las cosas y poder intentar aceptarlas, pero mientras haya quienes no las acepten, habrá que pasar por eso y seguir adelante con hidalguía, hasta que todos entendamos que podemos ser distintos, tolerantes y respetuosos de verdad.

    HUGO LEMOS

    uego de ver y escuchar durante una semana entera cómo se discutió de un lado y del otro, se construyeron escenarios y se formularon cuestionamientos de todo tipo y calibre, por el acto de discriminación sufrido por dos personas trans en una discoteca de la zona sur de la ciudad de Salto y que determinó en una campaña estatal de apoyo a los ofendidos, creo que en la sociedad libre y democrática que los uruguayos hemos sabido construir en los últimos años, sobre la discusión de si las personas tienen derecho a discriminar a quienes profesan determinada identidad sexual, por el simple hecho de no aceptarlas como tal, me quedo con la cuestión de fondo, que es la de que podamos tener el derecho a pensar y a sentir distinto, algo que creo que es lo más legítimo y válido para todas las partes.
    En ese sentido, tenemos que ser tolerantes con quienes aceptan lo diferente y también con quienes no lo aceptan, porque es una cuestión de derechos, entonces hay que respetar ese derecho a no querer aceptar lo distinto.
    Si bien lo que acabo de escribir parece un trabalenguas, trataré de desgranar el pensamiento para que podamos entendernos.
    La persona  tiene derecho al honor, al decoro, a la libertad y a vivir con dignidad, dentro de su preferencia de vida, sin agraviar, ni lesionar la forma de ver el mundo de los demás. Vivimos en una civilización basada en el contrato social donde las sociedades pasamos a ser una gran familia con mucha diversidad, diferencias y una variopinta que nos caracteriza en forma general y también  de manera particular, y todo esto tiene que ser respetado.
    En ese contexto, el mundo ha ido cambiando y ha impuesto nuevas formas de sentir y de pensar, de exteriorizar sentimientos y maneras de ver la vida, y a eso se le ha llamado evolución o conquista social de los sectores más postergados y vulnerables, como lo son aquellos que comúnmente sufren discriminación y son relegados al ostracismo.
    Ya sea por su manera de pensar, de sentir, de decir o de vestir, que impactan en gran medida en el resto de los sectores de la población porque se enfrentan al status quo, esto es a la manera en la que aprendimos a vivir todos los demás desde que nacimos por una cuestión cultural innata y aprehendida.
    Últimamente, estos sectores de la sociedad, que históricamente fueron relegados y rechazados, han sido reconocidos como colectivos sociales y han ganado en derechos que hasta ahora les habían sido prohibidos por la tradición de conservar determinados valores que le son caros a la mayoría de la población. Sin embargo, ellos también son integrantes de la sociedad en la que vivimos, son salteños y salteñas, uruguayos y uruguayas y son personas que tienen derecho a ser respetados en su manera de vivir, en sus prácticas y en sus costumbres, a la hora de comer, de elegir la música que les gusta, la educación que quieren tener y también a la hora de vestirse y de sentir.
    Y todo esto debe ser tolerado, porque es parte del respeto con el que debemos actuar para tener una sociedad en paz, respetuosa, tolerante, y con profundas convicciones democráticas que alienten  la libertad de pensamiento y la confrontación sana de ideas, que nos permitan ir avanzando como nación, con una identidad común de amor por lo que consideramos nuestro y lo enarbolamos con sentido de pertenencia a través de símbolos, como pueden ser escudos o banderas, pero con una unión basada en nuestras diferencias.
    Por eso la discriminación no puede existir, no deben propiciarse conductas que tiendan a generar ofensas, separaciones y señalamientos, porque estas actitudes solo alientan al odio, a la violencia, al desprecio y a la exclusión social, la que tanto se ha combatido, porque una sociedad sin exclusiones y con todos es la que logra el desarrollo, el bienestar y el porvenir de nuestros pueblos.
    Las personas de identidad trans pueden y deben convivir con nosotros, ser aceptados en todos sus términos y actuar con el debido respeto hacia quienes no lo son, y sobre todo hacia quienes no los aceptan, porque no entienden ni comparten su manera de vivir ni de ver el mundo. Y eso no puede operar como una discriminación desde los trans hacia quienes no los aceptan, ni viceversa. Tampoco puede haber personas que no aceptándolos caigan en la ofensa, el maltrato, la falta de respeto y el desprecio, porque volvemos al párrafo anterior, solamente volvemos al odio y la violencia y retrocederíamos como sociedad.
    Las personas que no están de acuerdo con la forma de ver el mundo de los demás tienen derecho a hacerlo, tienen derecho a no quererlos, tienen derecho a hacerse a un lado, a no querer charlar con ellos y a no saludarlos, porque ese es su sentir y nadie puede imponerles nada. Como cuando en Montevideo el grupo de tangueros “Yunta Brava” discriminó a dos mujeres por bailar tango juntas y recibió el cachetazo de la sociedad, pero lo que no estuvo bien, a juicio de quien esto escribe, es que la Intendencia de Montevideo les haya querido imponer como sanción que tengan que hacer cursos sobre “cuestiones de género y diversidad”, porque ellos tienen una manera de pensar, que va a contrapelo de la sociedad en la que vivimos, que está en la antítesis del mundo al que pertenecemos pero que también tienen derecho a tenerla, a existir y a sentir, tanto como los trans, los homosexuales, las lesbianas y los heterosexuales.
    Ellos tienen todo el derecho del mundo de no querer ver a dos personas del mismo sexo bailando, besándose o de la mano y hasta pueden manifestarlo, no en forma peyorativa, ni de manera vulgar, pero a lo que no tienen derecho es a ofenderlos y a faltarles el respeto. Y nadie tiene el derecho a exigirles que se aggiornen a la sociedad en la que viven, porque al final de cuentas siempre estaremos hablando de una cuestión de derechos y libertades, las que se ganan con el respeto y no con el insulto, la intolerancia y la exclusión.
    Por eso reitero, cualquier persona con la orientación e identidad sexual que elija puede hacer lo que quiera siempre y cuando no le falte el respeto a los demás y que éstas no se sientan lesionadas. Así como también quienes no los acepten, tienen todo el derecho del mundo a no aceptarlos y a ir a contrapelo de la sociedad, y nadie puede decirles nada, siempre y cuando no caigan en actitudes negativas como el odio y el desprecio.
    Creo que ambos pueden convivir con respeto, paz y tolerancia, pero que como en todos los procesos debe haber una cuestión de maduración de todas las partes que intervienen en estos casos, no porque se les reconozcan derechos de un día para el otro, a través de una ley pueden salir de la noche a la mañana del closet y exigir que a todo el mundo le caiga bien todo, que todos debamos aceptar de un día para el otro conductas hasta ahora concebidas como diferentes, solamente porque se trate de algo legal.
    La sociedad debe pasar por un intercambio positivo de experiencias para ver las cosas y poder intentar aceptarlas, pero mientras haya quienes no las acepten, habrá que pasar por eso y seguir adelante con hidalguía, hasta que todos entendamos que podemos ser distintos, tolerantes y respetuosos de verdad.
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