Los pueblos que olvidan su pasado están llamados a reiterar errores y a enfrentar las mismas dificultades que tuvieron aquellos pioneros que nos han legado el presente.
De allí que consideremos que es un deber ineludible de los salteños que Salto rescate todos los símbolos de aquellas épocas, no para amontonarlos como antigüedades, sino para tener presente que lo que hoy disfrutamos en materia de servicios y de comodidades en este bendito suelo no nos llegó del aire, hubo manos que trabajaron, sembraron, construyeron y poco a poco avanzaron con miles de dificultades para darnos este país que hoy tenemos.
Las embarcaciones que están abandonadas en el río Arapey son todo un símbolo de los años en que los primeros habitantes de esta zona del Norte del Uruguay debieron enfrentar duras condiciones de subsistencia.
Sin carreteras, sin servicios, ni soñar con energía eléctrica y mucho menos con las tecnologías de comunicación más modernas que hoy están extendidas por todo el planeta.
El pasado de nuestros abuelos se construyó «a lomo de burro». Seguramente llevó mucho tiempo avanzar y costó muchísimo sacrificio, hasta que los automotores fueron sustituyendo las carretas y las carreteras o caminos mejorados permitieron superar los pasos y las «picadas» por donde cumplían funciones las precarias balsas como las que han ocupado nuestro interés.
Hoy cuando muchos jóvenes – no todos felizmente – anteponen con ligereza el placer, la comodidad y el confort a todo lo que signifique esfuerzo y sacrificio, inversión de tiempo y perseverancia, es bueno que haya muchos elementos para recordarnos permanentemente que en la vida lo que llega de regalo o se impone, no se valora debidamente y pronto se pierde.
En cambio lo que se consigue con esfuerzo, con sacrificio y con inversión de mucho tiempo, se cuida más, porque se sabe lo que cuesta y es lo más auténtico y correcto que podemos obtener.
Ya llegará el tiempo de disfrutarlo, pero es bueno saber que muchos de nuestros abuelos ni siquiera pudieron hacerlo, porque llegaron al país cuando estaba todo para hacer y murieron trabajando, obstinados en dejarnos mejores condiciones de vida.
Lo que hoy tenemos se hizo poniendo piedra a piedra, como ese adoquinado del Arapey, que permanece como mudo testigo, aunque la carretera ya lo haya dejado sin sentido.
Eran tiempos en que había que «agachar el lomo» para obtener un mínimo de comodidad, nadie en su sano juicio pensaba que podía exigir o reclamar algo sin aportar nada.
Recuperar y exhibir estas piezas de nuestro pasado y tener permanentemente presente su aporte, es un compromiso ineludible y no cejaremos en el intento hasta lograr el objetivo.
Alberto Rodríguez Díaz
Los pueblos que olvidan su pasado están llamados a reiterar errores y a enfrentar las mismas dificultades que tuvieron aquellos pioneros que nos han legado el presente.
De allí que consideremos que es un deber ineludible de los salteños que Salto rescate todos los símbolos de aquellas épocas, no para amontonarlos como antigüedades, sino para tener presente que lo que hoy disfrutamos en materia de servicios y de comodidades en este bendito suelo no nos llegó del aire, hubo manos que trabajaron, sembraron, construyeron y poco a poco avanzaron con miles de dificultades para darnos este país que hoy tenemos.
Las embarcaciones que están abandonadas en el río Arapey son todo un símbolo de los años en que los primeros habitantes de esta zona del Norte del Uruguay debieron enfrentar duras condiciones de subsistencia.
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Sin carreteras, sin servicios, ni soñar con energía eléctrica y mucho menos con las tecnologías de comunicación más modernas que hoy están extendidas por todo el planeta.
El pasado de nuestros abuelos se construyó «a lomo de burro». Seguramente llevó mucho tiempo avanzar y costó muchísimo sacrificio, hasta que los automotores fueron sustituyendo las carretas y las carreteras o caminos mejorados permitieron superar los pasos y las «picadas» por donde cumplían funciones las precarias balsas como las que han ocupado nuestro interés.
Hoy cuando muchos jóvenes – no todos felizmente – anteponen con ligereza el placer, la comodidad y el confort a todo lo que signifique esfuerzo y sacrificio, inversión de tiempo y perseverancia, es bueno que haya muchos elementos para recordarnos permanentemente que en la vida lo que llega de regalo o se impone, no se valora debidamente y pronto se pierde.
En cambio lo que se consigue con esfuerzo, con sacrificio y con inversión de mucho tiempo, se cuida más, porque se sabe lo que cuesta y es lo más auténtico y correcto que podemos obtener.
Ya llegará el tiempo de disfrutarlo, pero es bueno saber que muchos de nuestros abuelos ni siquiera pudieron hacerlo, porque llegaron al país cuando estaba todo para hacer y murieron trabajando, obstinados en dejarnos mejores condiciones de vida.
Lo que hoy tenemos se hizo poniendo piedra a piedra, como ese adoquinado del Arapey, que permanece como mudo testigo, aunque la carretera ya lo haya dejado sin sentido.
Eran tiempos en que había que «agachar el lomo» para obtener un mínimo de comodidad, nadie en su sano juicio pensaba que podía exigir o reclamar algo sin aportar nada.
Recuperar y exhibir estas piezas de nuestro pasado y tener permanentemente presente su aporte, es un compromiso ineludible y no cejaremos en el intento hasta lograr el objetivo.