Se presentó el sábado en Salto
Los poemas que conforman “Las llamas de la bruja”, último libro de la salteña, radicada en Paysandú, Jesuina Sánchez (cuya publicación EL PUEBLO comentó oportunamente y que fue presentado el sábado pasado en el Palacio Córdoba), plantean una interesante reflexión sobre temas trascendentes, profundos, complejos, como los que han ocupado a la poesía universal en todos los tiempos, es decir, la muerte, la soledad, el miedo, las sensaciones que despiertan los distintos meses y estaciones del año, el paso por las distintas etapas de la vida (los niños ocupan un lugar destacado) o los diversos “roles” en una familia (hijo, abuelo…).
Y lo hacen con la experimentada mirada de quien siempre se ha dedicado a trabajar las palabras con un fin estético y ha hurgado en sus planos más connotativos; todo esto combinado con la necesaria delicadeza del decir poético, un elogiable buen gusto en las expresiones y giros lingüísticos, como debe ser la auténtica poesía.
Es la de “Las llamas de la bruja” una poesía que, sin ánimo de detenernos en comparaciones, viene envuelta en una atmósfera parecida a la de varios poemas de Juana de Ibarbourou, no solamente por los temas, sino también por la constante presencia de algunas flores y el tono de melancolía dado, por ejemplo, por la conciencia del paso del tiempo; así como también resulta parecida, por momentos, al ambiente que rodea a la poesía de Marosa, especialmente por la concurrencia de muchos seres habitantes del mundo marosiano, el de sus chacras y el de sus versos: caminos florecidos, frutas y animales.
Lo que sigue es una breve selección de poemas del libro de Jesuina, pertenecientes a sus distintas secciones.
TEMOR
Viniste por mí a una hora inmensurable.
Un traje absurdo
cubría de color mi cuerpo.
Al ritmo de una música amarilla
giraban parejas de abejorros…
Ajena al bullicio de la fiesta
ocupé un sitio aislado y pequeñito.
Una melodía morada y dulce
se descubrió en la sala sin perfumes.
El antipático color se alejó malhumorado.
La melodía como densa niebla cubrió todo.
Quise salvar tu rostro
y mi extraño anillo:
el color morado me miraba amenazante.
Tomé tu rostro indiferente y me alejé.
Nunca, nunca más regresaré.
INVIERNO
Reza junio un credo de palomas
y me introduzco en la tarde gris y fría…
La ciudad es un planeta de juguete.
Desnudos los árboles conversan
de un tiempo ido entre carrozas blancas.
Busco el asombro perdido entre tus manos.
Tu cuerpo en mí late y se prolonga
como un trino, una gaviota, un pino alto…
Me busco y te busco en esta tarde
mientras tejen relojes los gorriones.
No estás. No estoy. Vago y pregunto
las cosas que sé ya sin respuestas.
Desde una luna blanca y somnolienta
se regocija el invierno manso y solo.
XXVII
Los nardos quietos ensayan laberintos.
Junto al jazmín sueñan calladas las gramillas.
El sauce se abre y la luna va pariendo
una energía ancestral que te reclama.
No llegarás.
La cárcel que creaste
anuló intentos y relojes.
Con mil pequeñas muertes aún caminas
pero tu hiedra no trepa mis murallas.
Freno las ansias y callo tus latidos…
Un camino de sal, un mar sin nombre,
un apagado cirio que no llora…
La limitada geografía de tu nombre
es asimétrico fresno. Casi olvido.
XXIII
Afuera el ruido, los sonidos,
la música que agrada
o que molesta…
Todo está afuera…
Adentro, los ángeles, los
indios, las presencias
claramente definidas.
Entonces, lo de afuera
queda afuera, y
adentro palpita vivo
mi mundo.