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viernes, 2 de mayo de 2025
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Poemas de “Cementerio inicial”, del artiguense Carlos Almeida

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Los siguientes son los primeros cuatro poemas del libro “Cementerio inicial”
–recientemente publicado y al que EL PUEBLO dedicara su página de Cultura de ayer-
de Carlos Almeida. El autor nació en Bella Unión en 1982 y reside actualmente en
Montevideo. Anteriormente había publicado “Canto ajeno”, en 2014.

Los siguientes son los primeros cuatro poemas del libro “Cementerio inicial”
–recientemente publicado y al que EL PUEBLO dedicara su página de Cultura de ayer-
de Carlos Almeida. El autor nació en Bella Unión en 1982 y reside actualmente en
Montevideo. Anteriormente había publicado “Canto ajeno”, en 2014.

1-
Nunca descansé,
tampoco dormí.
Algunos llamarán sueño a este pensamiento prolongado,
incesante, indomable.
Cerré los ojos del primer martillazo
hasta el último crujido de la madera,
campanada fértil
que vino a demostrar
el fin del tiempo
de esta eternidad.
No temí durante el sosiego,
mi nombre recorría de oriente a occidente
como un veneno robando la risa de niños y ancianos;
pero un emblema del olvido coronó mi tumba
cada uno de los días.
Di la última mirada hacia los días memorables
inmóvil bajo la cumbre de una piedra solitaria,
en pie hasta el ascenso del día.

Cuántas jornadas llevé allí, no las conté,
a salvo como estaba de las tormentas y el deleite.
No fui un hombre,
fui carne quieta.
¡Qué placer esta muerte!

2-
Tuve completo dominio
de mis brazos y piernas,
sudores y hedores,
perversos huesos inmortales.
Ejercité un ímpetu ancestral
para evitar ver mis pies
los primeros diez años.
Anulé mi vista sin farsa,
¿quién se alojaría a propósito
en esta estafa?
Amé con convicción el arrullo de los terrones,
el empuje de la gravedad
de urgentes quilos de desierto:
solo mía la decisión de permanecer inmóvil
solo mío el cuerpo lívido y remoto
solo yo el hacedor de esta pausa
hasta el último de los días de letargo.

Mi pensamiento giró encapsulado,
sin alcanzar jamás el padecimiento.

3-
Primogénito de inmortales,
perseveré bajo raíces y arcilla;
durante el calendario del desmayo
no me aturdió la ruta de los gusanos
ni el agobio del agua que no fluye;
subterrado,
no dejé de ser soberbio,
soberano del submundo.
¿Puedes tocar mi rostro ahora?
No tiene una sola arruga
sigo pálido y hermoso como siempre.
¿Te preguntas todavía cómo me alimento sin carne,
cómo respiro sin aire?
Persisto, soy libre,
reposo sin agonía.

4-
Llega un nuevo enterrado vivo,
mientras los demás cuerpos estáticos
velan los despojos del continente,

una sombra
arremete con cerrazón de plomo
y anticipa la única noche eterna.
En vilo entre dos abismos,
me topé con la fosa
antes de la sepultura.
Los cuerpos orientados al oeste,
los tejidos disueltos en paralelo.
Toco mis ojos cautivos,
prensados bajo las tablas
-insistentes exactas sosegadas-
los protejo de una luz que no está allí,
una astilla nunca abandonó mis pupilas.
Me toco la cara, la boca,
la frente de nuevo,
escucho al mar palpitando a mi espalda.
En el hemisferio vecino, y en este,
remontan murallas flamantes
en millas a nuestra redonda;
reducen a lotes lo que eran praderas
y son las mismas murallas
desde antes de ser edificadas;
los agrimensores miden los campos linderos
amplifican el santo campo:

aún inmune,
todavía no creo que la muerte haya deshecho a tantos.

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