El pasado lunes dimos lugar en esta página a dos fábulas de Montiel Ballesteros, el escritor salteño (aunque nacido un poco al sur del Daymán). Despertaron esos textos, en nuestros lectores, más repercusiones de las que imaginamos. Es que Montiel fue un gran narrador, que además escribió mucho para el público infantil. En el marco del mes del niño, vamos hoy con otra de sus clásicas fábulas:
EL ZORZAL
El payador, perseguido por su audacia de enamorarse de la hija del hombre más rico del pago, hubo de hacerse matrero, y en el monte, con su vieja vihuela, cantaba sus dolores y sus sueños románticos. Los pájaros eran sus amigos y era amado por los árboles, por los yuyos y los bichos silvestres.
Salía solamente de noche, para traducir su amor en sentidas serenatas a la amada.
Sus enemigos lo supieron y la emboscada no tardó en prepararle su traición: una bala rápida y cobarde, lo hirió de muerte.
Con su caballo inteligente, que comprendía el peligro, volvió al seno del bosque y allí murió, como en el regazo de una madre.
Su guitarra había quedado suspendida en un árbol y la brisa jugueteaba con sus cuerdas, arrancándole cantos, suspiros y gemidos.
Los pájaros indios venían a aprender de la nueva arpa eolia insabidos ritmos para sus trinos y un casal de ellos eligió el seno sonoro de la guitarra para nido.
Los pichones fueron arrullados por las más finas armonías, por las melodías más delicadas, por las más exquisitas músicas.
Y cuando los pájaros fueron grandes y pudieron volar y cantar, expandieron por el terruño el alma del payador que había quedado dormida en la vihuela.
Heredero del don divino, el zorzal, que tiene el color de la guitarra vieja, del nido donde naciera, es el payador con plumas, el cantor de nuestra alma gaucha.