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viernes, mayo 30, 2025
Columnas De Opinión
G-Irónico / Gonzalo Fernandez
G-Irónico / Gonzalo Fernandezhttps://ironiamagna.com
Gonzalo Fernández, "proyecto de escritor caminante", cuento con algunos trabajos independientes, y he participado como colaborador en la Revista Al Límite - Del Plata, y en la Revista Opción Médica. En mis diferentes alter egos suelo mutar a G-irónico y El Puntito de la J, dos personajes que buscan el humor irónico y negro de situaciones diarias y cotidianas.

No hago ejercicio porque soy un producto evolutivo refinado.

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¡Por fin! Años de críticas de conocidos por mi falta de estado físico, o que después de subir cuatro pisos por la escalera terminaba solicitando oxígeno con señas, y de doctores que me dicen que camine «al menos treinta minutos por día»… ¡Todo eso acaba de caer por tierra!
Gracias, Harvard. Gracias, ciencia. Gracias, evolución.
Ahora puedo afirmar con respaldo académico que no hago ejercicio no porque sea un vago, sino porque soy un espécimen desarrollado y coherente con su especie.

El biólogo de Harvard Daniel E. Lieberman lo dijo: los humanos no evolucionamos para hacer ejercicio voluntariamente. No era natural. No era necesario. Lo nuestro era correr solo si un león venía a comernos o si veíamos a lo lejos un tomate accesible. Lo demás, descanso, contemplación, y si sobraba tiempo, inventábamos el fuego o se pintaba alguna pared.

¿Y ahora vienen con que tengo que pagar una cuota mensual para levantar fierros por voluntad propia?
¿Correr sin ser perseguido? ¿Sudar en una bicicleta que no se mueve? ¡Pero si nuestros ancestros los hubieran visto, estarían riéndose con la panza llena de carne recién capturada, o nos estarían cazando por ser “bichos raros”.

La culpa no era mía. La culpa era de la evolución que me hizo perfecto para estar sentado. Lieberman lo confirma: los humanos evolucionamos para conservar energía, no para regalarla corriendo por una cinta mientras una pantalla te muestra paisajes que ni siquiera vas a conocer.

Ahora, cada vez que alguien me pregunte por qué no hago deporte, le mostraré el artículo mientras le digo:
¿Querés ir contra millones de años de evolución? ¿Contra la selección natural? ¿Contra Darwin, Harvard y mi lumbalgia?
Yo no.

Y ojo, no es que no lo intenté. Una vez me anoté a yoga. Me senté en posición de loto y no me pude parar por tres días. Lo tomé como una señal evolutiva. Luego probé spinning, pero girar en círculos como hámster sin obtener comida me pareció cruel. Mi cuerpo pedía otra cosa. Pedía sillón.

Así que desde el rincón evolutivo que es Ironía Magna, le digo al mundo:
Yo no hago deporte porque soy un ser biológicamente coherente.
No soy sedentario. Soy un homo sapiens en coherencia evolutiva.
No es pereza. Es genética.

Ahora, si me disculpan, me voy a seguir siendo el eslabón más relajado de esta cadena evolutiva. Y si algún día los científicos descubren que comer pizza también es un acto ancestral, ahí sí… voy por el oro olímpico.

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