En estas columnas lo hemos planteado muchas veces. La represión más dura y las penas más extensas, cuando se toman sin complemento alguno no son el camino más adecuado para enfrentar el delito.
En el Uruguay hemos tenido la mala fortuna de que se han enfrentado las dos ideologías y ninguna de las dos, de por sí solas, logran otra cosa que no sea el fracaso.
Nos explicamos. Cuando se endurecen las penas. Cuando se otorgan más atribuciones a la represión, creyendo que por ese camino se logrará bajar o reducir el delito, nos estamos equivocando.
Cuando desde la posición contraria se procura mejores condiciones de reclusión, se enfoca sólo en la rehabilitación y la recuperación de los privados de libertad, nos estamos equivocando.
En una palabra, entendemos que las penas deben ser las que correspondan según el delito, pero obviamente no pueden ser “blandas”, porque quien ha infringido la ley debe de ser sancionado por ello.
Pero obviamente que tampoco pueden responder a la inquina, la venganza, el odio…, porque por eso el hombre estableció las leyes.
Compartimos el interés en recuperar a toda persona que así lo exprese, que demuestre que tiene interés en recuperarse y ser útil para la sociedad que integra, respetando sus leyes.
No hay camino intermedio posible. No podemos obrar con deseos de venganza, convencidos de que con “mano dura y plomo”, lograremos hallar el camino para mejorar la seguridad.
Cuando las medidas se agotan en esto, en mayor violencia y represión, sólo cabe esperar más violencia, mayor represión, porque quien conoce la forma de pensar del delincuente sabe que jamás va a ser disuadido por el hecho que hayan establecido penas mayores o porque la represión tenga mayores atribuciones y pueda reprender con menos consecuencias personales.
Quien conoce de estos temas, sabe que el delincuente piensa que nunca va a ser descubierto o atrapado. En realidad esto no soluciona nada, lo que hace es volver más peligroso al delincuente, porque no sólo es capaz de matar para que no haya testimonios de sus delitos, sino también testigos.
En el fondo la filosofía es la misma, tanto represores como delincuentes entienden que la cuestión es eliminar a quien lo ha visto o puede delatarlo, por un lado y por el otro eliminar al delincuente para que sirva como “ejemplo” de lo que les pasará si “caen”.
En definitiva reiteramos lo que hemos pregonado. Este no es el camino.
A.R.D.