Una vez me dio por preguntarle a un gobernante qué le quitaba el sueño, y su respuesta sorprendió, “nada”, “¿cómo qué nada?”, “nada. Porque claro, problemas para resolver hay unos cuantos, pero una vez que cierran las oficinas donde pueden encauzarse esos problemas ya no hay nada para hacer hasta mañana. Así que aprovecho a descansar porque sé que el día que viene deberé hacer mi mayor esfuerzo en resolver esos temas. Entonces, lo mejor que puedo hacer es dormir para estar bien, así que nada debe interrumpir mi sueño”.
«Siento menos hipócrita al que me respondió que nada le quita el sueño.»
A otros dirigentes y gobernantes les he hecho la misma pregunta y siento que me responden con un “cassette” (decimos los de mi generación) con la misma cantinela. Que “un niño con hambre” o cosas como lo del “padre que no tiene trabajo y deja de comer para que sus hijos puedan poner algo en la panza” y un largo rosario de ejemplos. Si bien ese parece ser un discurso más empático con los problemas que parte de nuestra sociedad vive a diario, siento menos hipócrita al que me respondió que nada le quita el sueño.
Eso llevó a preguntarme, para tratar de tener un tratamiento igualitario con aquellos que persigo con mis preguntas con trampa, qué me quita a mí el sueño. Y me di cuenta que caía en mi propia trampa, pero como no trato de transformar este espacio en algo voluntarista o de querer quedar bien con alguien ya que no soy político ni me postulo a ningún cargo, concluyo que quien me dijo que nada le quitaba el sueño terminó por vencer mi propia lógica.
