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sábado, 24 de mayo de 2025
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Juan Andrés Pardo

Lo viejo funciona, Juan

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Diario EL PUEBLO digital
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Son las 3 y media de la mañana. Me desperté repentinamente luego de varias vueltas en las que me costó dormirme.

Hace días que me quedé enganchado con «El Eternauta» y en especial (ya he visto más de dos veces) el capítulo uno, en el cual todo ocurre en un día básicamente normal y en una noche de truco. En estado de obnubilación logré llegar a autodarme una respuesta a mi cuasi obsesión con ese primer capítulo.

Nunca supe jugar al truco, pero siempre lo admiré. No por una cuestión de nacionalismo ni por ser una tradición con la cual tantas familias rioplatenses crecimos.

Sino porque ese truco me lleva indefectiblemente a recordar los asados, las noches de trivial y largas tardes de juego de cartas junto a mis amigos.

Esa vida comunitaria, me traslada al calor del hogar, a la juntada en familia alrededor de la mesa con estufa prendida y «la familia Benvenuto» sonando de fondo en la tele, mientras mi viejo se tomaba su whiskicito en el sillón y desde el pasillo que daba a la cocina emergía el humo y el vapor de las ollas con agua hirviendo al colarse las pastas de domingo. Preámbulo ideal para el partido de Peñarol que escucharíamos desde la radio a pila de papá o -si el día acompañaba-, tirados en el pasto desde la radio del aguerrido Peugeot 504.

Antes, hace no mucho tiempo, existía una vida más comunitaria y sobrevivíamos felices sin Netflix ni redes sociales.

Todo era más sencillo y no necesitábamos tanto manual ni vivíamos tan apurados por saber como amoldarnos a la velocidad del mundo tecnologizado como el de ahora.

Nuestras vidas eran más análogas pero también más minimalistas y el valor del tiempo compartido era incuestionable. El encuentro en familia, los amigos. Las charlas largas y tendidas con café que duraban horas. Pasábamos más tiempo socializando y no estábamos tan encerrados como vivimos hoy, entre lo que nos ofrece el mundo consumista exacerbado de estos días.

En este momento, son las 3.58 am y paradójicamente escribo estos párrafos desde un Android. Ya ves, soy -como todos- un prisionero de los tiempos que corren. Pero no me olvido que soy hijo de lo vivido, de momentos, personas y banderas, a las que sigo aferrándome en el presente y las que quiero seguir levantando mientras veo crecer a mis hijos.

Porque lo viejo funciona, Juan. Y nadie se salva solo.

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