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jueves, diciembre 4, 2025
Columnas De Opinión
Alejandro Irache
Alejandro Irache
Licenciado en Psicología por la Universidad de la República(UDELAR). Habilitado por el Ministerio de Salud Pública (MSP). Atiendo a adolescentes y adultos, con foco en procesos de angustia, depresión y crisisexistenciales. He complementado mi formación con estudios en psicología laboral, selección de personal IT, psicología del deporte y salud mental grave,realizados en la Universidad de Palermo y en el Centro Ulloa (2024).

Un análisis profundo revela cómo la "viveza criolla" trasciende el ingenio popular para convertirse en un fenómeno cultural que erosiona la confianza social.

La “viveza criolla”: Un análisis del engaño cultural

«El que no llora no mama. Y el que no afana es un gil!«

«Cambalache» Letra y música: Enrique Santos Discépolo (Buenos Aires, 27 de marzo de 1901 – 23 de diciembre de 1951)

La «viveza criolla» es una expresión arraigada en el léxico de gran parte de América Latina, evocando una cualidad que, a primera vista, se percibe con una mezcla de admiración y resignación. Se la describe como la habilidad para aprovecharse de las circunstancias o, como la define el Diccionario de la Real Academia Española, la “agudeza o prontitud para sacar ventaja, aprovecharse de las circunstancias, por las buenas o por las malas”. Popularmente, se asocia con el ingenio, la audacia y la capacidad de sortear obstáculos burocráticos y sociales. Sin embargo este aparente ingenio es, en realidad, una forma de engaño culturalmente legitimado.  

El presente análisis se propone ir más allá de la percepción popular para explorar las verdaderas ramificaciones de la «viveza criolla». La tesis central que se defiende es que este fenómeno no es un simple rasgo de carácter, sino un complejo entramado psicocultural que se nutre de la debilidad institucional y se perpetúa a través de una dinámica social que, de manera paradójica, recompensa la transgresión y castiga la honestidad. A través de este informe, se guiará al lector por tres niveles de análisis interconectados: las raíces culturales y sus analogías regionales, los mecanismos psicológicos que subyacen a su práctica individual, y las consecuencias sistémicas que corroen el tejido social.

I. Raíces Culturales y Analogías Regionales

Origen y Definición

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El término «viveza criolla» se originó en el Río de la Plata, específicamente en Argentina y Uruguay, para describir la tendencia a obtener beneficios sin esfuerzo ni consideración por los demás. Desde allí, se expandió a países vecinos como Paraguay, Chile, Bolivia y Brasil, llegando a convertirse en una característica ampliamente reconocida en la región. Etimológicamente, la expresión es una yuxtaposición de dos términos con significados originalmente positivos. La palabra «viveza» deriva de «vivo» y connota «prontitud o celeridad en las acciones, agilidad en la ejecución» o «perspicacia de ingenio». Por su parte, «criollo» era un término que, lejos de ser despectivo, designaba a las élites blancas nacidas en las colonias, partícipes del proceso de emancipación y, a menudo, símbolo del orgullo patriótico.  

La confluencia de estos dos conceptos para describir un comportamiento depredador y oportunista es un síntoma revelador de una crisis de identidad cultural. La astucia, una cualidad valorada que en su momento se dirigió para desafiar a la autoridad colonial opresora, se pervirtió. La viveza que una vez sirvió para la lucha colectiva por la emancipación, se redirigió hacia el beneficio individual a expensas de los propios compatriotas. Este cambio en el significado de la expresión evidencia una falla en la construcción del tejido social post-independencia, donde el ingenio se recondujo hacia el individualismo, socavando así la confianza y el bien común que la nación pretendía edificar. El resultado es que la «viveza criolla» se convirtió en una manifestación de la traición a los principios de una comunidad unida.

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Un Fenómeno Transcultural

La «viveza criolla» no es un fenómeno aislado en el cono sur, sino que posee claras analogías en diversas culturas latinoamericanas, sugiriendo una respuesta compartida a entornos socio-institucionales similares. En Brasil, se encuentran el «jeitinho brasileiro» y la «malandragem». El «jeitinho» es la habilidad para encontrar soluciones creativas a problemas, a menudo sorteando las reglas, mientras que la «malandragem» describe la astucia ingeniosa de un personaje pícaro que manipula situaciones para su beneficio. En Colombia, existe la  «malicia indígena», y en Perú, se utiliza el término «criollada».  

La proliferación de estos conceptos en culturas tan dispares indica que no se trata de una característica inherente a un pueblo, sino de una respuesta adaptativa a entornos donde las instituciones son percibidas como débiles, la burocracia es ineficiente y la justicia es a menudo inaccesible. En ausencia de mecanismos formales para lograr el éxito o la equidad, el individuo recurre a la astucia personal para sortear el sistema. En este contexto, el engaño se transforma en una herramienta de supervivencia, que, al ser utilizada de forma generalizada, termina por perpetuar las mismas fallas institucionales que le dieron origen.

II. La Mente del «Vivo»: El Aparato Psicológico del Engaño

La práctica de la «viveza criolla» a nivel individual no solo se apoya en un entorno institucional propicio, sino que también está sostenida por una serie de complejos mecanismos psicológicos que permiten al individuo justificar su comportamiento y neutralizar la culpa. La desconexión moral, la disonancia cognitiva y la distancia psicológica son los pilares de este proceso mental.

Desconexión Moral

Albert Bandura, un destacado psicólogo, describió los mecanismos de desconexión moral como la forma en que los individuos racionalizan sus acciones dañinas para evitar el auto-reproche. En el contexto de la «viveza criolla,» estos mecanismos no son una creación individual, sino que son proporcionados como un «kit de justificación» cultural. Por ejemplo, el individuo se vale de la justificación moral, reconfigurando el acto deshonesto como algo aceptable. Colarse en una fila no es una falta de respeto, sino una respuesta «inteligente» a la ineficiencia del sistema. Hacer trampa en un examen no es deshonestidad, sino una adaptación necesaria ante un sistema educativo deficiente.  

Otro mecanismo es el etiquetado eufemístico, que utiliza el lenguaje para suavizar la naturaleza del acto. No se está «sobornando» a un policía, se le está «ayudando» a cambio de un «pequeño favor». Tampoco es «robar,» es simplemente «avivarse». Finalmente, la comparación ventajosa permite justificar el propio comportamiento al compararlo con acciones consideradas mucho peores. La famosa frase «total, si no robo yo, robará otro» o la excusa de que «todos los políticos roban» ilustra esta lógica. Este sistema de creencias, integrado en la cultura, permite que el individuo sea deshonesto sin experimentar el malestar de la disonancia cognitiva, ya que su acción se alinea con una justificación socialmente aceptada.  

Disonancia Cognitiva

La disonancia cognitiva se refiere a la tensión o malestar que experimentamos cuando nuestras creencias, actitudes o comportamientos entran en conflicto. Una persona que se valora como honesta pero que miente o hace trampa experimenta un profundo conflicto interno. Para aliviar este malestar, el individuo debe elegir entre cambiar su comportamiento o racionalizar el engaño. La cultura de la «viveza criolla» provee un arsenal de excusas y justificaciones que facilitan la segunda opción. El estudiante que valora la honestidad pero copia en un examen puede justificarlo diciendo que «todos los demás lo hacen». De esta forma, el sistema de creencias de la «viveza» permite que el individuo se mantenga apegado a sus valores de honestidad mientras practica el engaño, ya que su comportamiento se ha justificado como un acto socialmente aceptable o incluso necesario.  

La Distancia Psicológica

Aunado a los mecanismos de desconexión moral, la «viveza» se ve reforzada por el concepto de la distancia psicológica, una idea desarrollada a partir de los experimentos de Dan Ariely. Se ha observado que las personas son más propensas a ser deshonestas cuando la acción no implica el uso directo de dinero en efectivo o cuando la consecuencia es indirecta. Esto se debe a que la distancia entre el acto y su consecuencia reduce los lazos morales que nos rigen. Por ejemplo, es más fácil robar un bolígrafo de la oficina que dinero en efectivo, porque la acción no tiene un valor monetario explícito.  

Esta dinámica se aplica perfectamente a la «viveza criolla.» Adulterar la placa del auto con una cinta o barro para evitar una fotomulta es un acto de deshonestidad que se percibe como menos grave que robar dinero de una billetera, aunque ambos implican una transgresión con fines de lucro personal. Del mismo modo, sobornar a un oficial con un «billetito por debajo de la mesa» se percibe como una «maniobra» para evitar un problema, en lugar de un acto de corrupción. Esta separación entre la acción deshonesta y el costo directo libera al individuo de sus ataduras morales, reduciendo el «factor de tolerancia» y permitiendo que el engaño se perpetúe de manera generalizada.  

III. La «Viveza Criolla» como Fenómeno Colectivo y Falla Sistémica

Más allá de la psicología individual, la «viveza criolla» es un fenómeno social que tiene profundas ramificaciones en la estructura colectiva. Su práctica continua genera un círculo vicioso de desconfianza, anomia y micro-corrupción que debilita las instituciones y el tejido social.

Anomia y la Corrosión de la Confianza Social

La «viveza» es un síntoma de anomia, un concepto sociológico que describe un estado de «debilitamiento de la moralidad y frecuentes desviaciones sociales». La práctica generalizada de este comportamiento socava la confianza social, un valor fundamental para la cohesión comunitaria. Cuando los individuos actúan con desconfianza, el sistema colectivo se vuelve ineficiente y lleno de burocracia, lo que a su vez legitima la viveza como la única manera de sortear un sistema que ya no funciona. Esto crea una paradoja perversa: un acto racional a nivel individual (obtener un beneficio personal) genera una irracionalidad colectiva (un sistema ineficiente para todos). Lo que es lógico para el «vivo» es catastrófico para el colectivo. La atomización social, el egocentrismo y la falta de empatía son la consecuencia directa de una cultura que celebra la transgresión y el oportunismo.  

La Microcorrupción Legitimada y el Abandono Institucional

La «viveza criolla» es, en esencia, una forma de microcorrupción culturalmente legitimada. Se trata de la normalización del engaño a pequeña escala, donde la gente percibe que los bienes y servicios públicos, las instituciones y los recursos del Estado, carecen de un dueño. Este sentimiento de desposesión hace que se vea al Estado como un «objeto perdido» del que «el que se encuentra se lleva». Desde esta perspectiva, violar una ley de tránsito, colarse en una fila o evadir un impuesto no es una falta contra la comunidad, sino una prueba de astucia contra un sistema impersonal. Esta mentalidad socava los cimientos del Estado de Derecho y genera una cultura de impunidad.  

El Rol del «Gil» y la Presión Social

En una cultura de la «viveza,» se establece una dicotomía entre el «vivo» y el «gil» o «zonzo». El «vivo» es el que triunfa con el mínimo esfuerzo, mientras que el «gil» es la persona honesta que se apega a las reglas y, por ello, es explotada y ridiculizada. La presión social para no ser el «gil» es un motor poderoso. En este escenario, la influencia social normativa —el deseo de encajar en el grupo— no motiva la cooperación, sino que, por el contrario, fomenta la transgresión. La moralidad se invierte: la honestidad se convierte en una señal de debilidad o ingenuidad. El individuo que se apega a los principios éticos deja de ser un ejemplo a seguir para convertirse en una advertencia de lo que no se debe ser en una sociedad donde «a nadie le gusta ser el gil».  

IV. De la Teoría a la Práctica: Casos y Anécdotas Emblemáticas

La teoría psicológica y sociológica cobra vida a través de ejemplos cotidianos que demuestran la omnipresencia de la «viveza criolla.» El caso en Buenos Aires, septiembre de 2024, el conductor de un BMW que instala un sistema para ocultar su patente con el fin de evitar fotomultas es un claro ejemplo de la ley del mínimo esfuerzo. Este acto, aparentemente menor, ilustra cómo la distancia psicológica entre el engaño y sus consecuencias reduce el factor de culpa, ya que no se está robando físicamente, sino simplemente «engañando al sistema».  

El soborno de bajo nivel, como la anécdota de «pasar la cédula y por debajo un billetito» a un oficial de tránsito , se ha normalizado como una forma de resolver problemas. Este acto es un ejemplo de microcorrupción legitimada. Finalmente, la «Mano de Dios» de Diego Armando Maradona, un acto de trampa que fue celebrado como una hazaña de ingenio, encapsula la forma en que la cultura popular puede elevar el engaño a la categoría de virtud, desdibujando la línea entre la astucia y la deshonestidad.  

V. Hacia un Cambio Psico-cultural

La «viveza criolla» no es un rasgo cultural benigno, sino un fenómeno dañino que afecta a toda la región latinoamericana. Como se ha analizado, se trata de una compleja dinámica que tiene raíces históricas, se sostiene en mecanismos psicológicos de desconexión moral y se perpetúa por la presión social de una moralidad invertida. El «vivo criollo» no es un individuo inherentemente malicioso, sino una persona que opera dentro de un sistema de creencias y justificaciones que le permite comportarse de manera oportunista sin experimentar el malestar interno.  

Abordar este problema requiere un enfoque multidisciplinario que vaya más allá de la simple educación. Es necesario «desaprender» este patrón y abordar sus raíces institucionales y culturales. Para lograr un cambio verdadero, es imperativo:  

  1. Restaurar la confianza en las instituciones: Cuando la ley es efectiva y se aplica de manera equitativa, la justificación instrumental de la «viveza» («me aprovecho porque puedo») pierde su base.  
  2. Visibilizar las consecuencias: Reducir la distancia psicológica entre el acto deshonesto y sus efectos. Mostrar de manera tangible cómo los pequeños actos de soborno, la evasión de impuestos o el incumplimiento de las normas afectan directamente la calidad de vida de toda la comunidad.
  3. Revalorizar la honestidad y la cooperación: Promover una narrativa cultural que celebre el esfuerzo honesto y la colaboración en lugar de la astucia oportunista. El cambio debe comenzar a nivel individual, con una «pequeña reforma personal» que rompa el círculo vicioso.  

En última instancia, el verdadero progreso no se logra a través de atajos y engaños, sino a través del esfuerzo colectivo y la construcción de un sistema de confianza. La «viveza criolla» es un obstáculo que solo puede ser superado cuando la inteligencia colectiva reemplace al ingenio individual y la astucia se dirija, una vez más, a construir, en lugar de a depredar.  

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